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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Decapitaciones

Lluís Bassets

No es un Estado, no es islámico, pero se parece a algunos Estados y también a algunas tendencias del islam. No es un Estado porque no atiende a más ley ni orden que la fuerza y la crueldad de quienes lo reivindican, aunque explota pozos de petróleo y hace incluso como que administra ciudades, bajo la vigilancia de un ejército de asesinos reclutado en todo el planeta. Tampoco es islámico si atendemos al mensaje de paz y reconciliación en el que creen la mayoría de los musulmanes, aunque son claras sus afinidades con las sectas islamistas más visibles y probablemente poderosas.

La mejor prueba es Arabia Saudita, patria de la muerte por decapitación. Solo en agosto, Riad ha ejecutado, mayoritariamente por golpe de sable, a 19 personas, 34 en el conjunto del año y hasta 78 el pasado 2013. Nadie sabe tanto de rigorismo islámico como los policías religiosos wahabitas, pagados por el Estado bien islámico de los Saud. La síntesis de ambas cosas, el sable y la shahada, el credo musulmán, aparecen sobre fondo verde en la bandera del país.

Los desmochadores de cabezas del Estado Islámico y sus imitadores argelinos tienen donde inspirarse, aunque prefieran el machete al sable. Los verdugos saudíes son maestros carniceros, que rebanan de un solo corte la mano de un ladrón o el cuello de un apóstata. Lo hacen en la plaza pública, en conformidad con la arcaica función ejemplarizante de la pena capital, aunque lejos de la capacidad amedrentadora global de los nuevos desmochadores, con la difusión vírica de las grabaciones de sus repugnantes sacrificios humanos.

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No es fácil diferenciar al Estado Islámico de Irak de este otro Estado también islámico reconocido internacionalmente y admitido en consejos de administración y salones occidentales. Arabia Saudí es el único país del mundo donde la decapitación es legal, pero no es el único donde delitos como la apostasía merecen la pena de muerte. El Irán de los ayatolás también ejecuta similares delitos. Y son muchos los países islámicos, desde Pakistán hasta Mauritania, donde está bien asentada la convicción de que la blasfemia y la conversión de un musulmán a otra religión merecen el máximo castigo, gracias también a la influencia y al dinero que Riad manda a sus mezquitas y madrasas.

Cabe todo tipo de conjeturas respecto a las causas de estas decapitaciones. La más a mano para los musulmanes sin fuertes convicciones liberales y democráticas es encontrarlas en responsabilidades ajenas. Mayor interés tiene saber si la coalición internacional que organiza los bombardeos aéreos será capaz de terminar con los desmochadores de cabezas. Los primeros interesados son los musulmanes liberales y demócratas de todo el mundo, cuya religión corre peligro de secuestro en manos de esos yihadistas tan similares a los guardianes saudíes de los Santos Lugares.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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