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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Espectáculo indigno

El sadismo empleado para matar al Toro de la Vega no es compatible con una España moderna

Un espectáculo basado en el maltrato de un animal hasta causarle la muerte, como ocurre en la fiesta del Toro de la Vega en Tordesillas (Valladolid), no puede ser considerado un acto cultural ni una tradición digna de mantenerse. Desde luego, no en pleno siglo XXI. Observar cómo un animal es perseguido por decenas de jinetes a caballo armados con picas hasta campo abierto, donde se le rodea y alancea hasta que cae muerto, es un espectáculo tan salvaje como lo eran otros afortunadamente superados, desde el enfrentamiento de perros adiestrados hasta el lanzamiento de cabras desde los campanarios para que el público contemplase cómo caían.

Se mire como se mire, la de Tordesillas es una fiesta que convierte en diversión el sadismo y la crueldad. Apelar a la antigüedad del festejo, que se remonta a 1534, para justificar su mantenimiento es insostenible. Existe noticia de muchas tradiciones crueles que en su momento fueron abolidas o abandonadas porque las sensibilidades cambian, por suerte; y en las sociedades que se consideran civilizadas, suelen hacerlo para mejor. Gran tradición tenía en Inglaterra la caza del zorro hasta que finalmente se prohibió su práctica a caballo y con lebreles.

Contra lo que sus defensores pretenden, el Toro de la Vega no es un asunto estrictamente local. La fiesta trasciende esos límites para convertirse en un símbolo que proyecta una imagen deplorable de España. Lo sucedido ayer, con enfrentamientos físicos y abundante intercambio de insultos entre defensores y detractores de la fiesta, solo contribuye a empeorar las cosas. No es a pedradas e injurias como se dirimen las polémicas en una sociedad madura y democrática.

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Es preciso buscar una alternativa incruenta a una fiesta que hace tiempo que debería haber evolucionado. Llegados a este punto, solo cabe la prohibición. Las Cortes han perdido varias ocasiones de legislar sobre el maltrato a los animales, la última de ellas hace un año. Y aunque la competencia regulatoria recae en la comunidad autónoma, la existencia de otras fiestas en las que también hay maltrato animal, como los correbous catalanes o las peleas de gallos en Canarias, aconseja abordar una acción política que prohíba estas expresiones de crueldad y sensibilice a los ciudadanos que aún consideran un derecho el ejercicio de la brutalidad.

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