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Therese, estrella de mar

No hay casos de embarazadas que hayan sobrevivido al ébola. A veces, sucede el milagro

Therese, tras haberse recuperado.
Therese, tras haberse recuperado.MSF

Habían pasado ya cuatro semanas desde mi llegada a Guinea. En este tiempo habíamos tenido a varios pacientes milagro. Supongo que es fácil entender la emoción al poder decirle a un enfermo de ébola que su último test es negativo y que está curado. A mí me emocionan todas las historias, desde el paciente que organizó un partido de fútbol entre los enfermos dentro del centro hasta la niña que decidió que le caíamos mal y, cuando salió, resulto ser de lo más simpática.

La protagonista de esta historia es Therese, una mujer sin suerte. Tiene 20 años, está embarazada de siete meses de su primer hijo y es de Sierra Leona. En su familia ha habido varios muertos, todos con los mismos síntomas.

Cuando Therese siente que está enferma decide caminar hasta la frontera con Guinea. La frontera es un río sobre el que nadan docenas de piraguas que cruzan gente de un lado para el otro. Hay varios puntos de cruce y esta es una de las razones por las que la epidemia ha acabado afectando a tres países colindantes. Las personas con el virus cruzan de un lado al otro durante el periodo de incubación y empiezan a tener síntomas en cualquiera de los tres países que forman el triángulo de esta epidemia: Guinea, Sierra Leona y Liberia.

Therese llega a Nongoa y allí, el enfermero del centro de salud llama al servicio de alertas. Es entonces cuando nuestro equipo llega, decide que se trata de un caso sospechoso y la traslada al centro de tratamiento.

No hay antecedentes de mujeres embarazadas que hayan sobrevivido al ébola. La mayoría pierden al bebé y luego fallecen. El virus es especialmente agresivo con ellas. Cuando la mujer llega al centro, tenemos otra encinta ingresada, se llama Jannette y está embarazada de tres meses. Es su séptimo embarazo.

Pero Therese es una mujer sin suerte porque la gestación está muy avanzada y se trata de su primer embarazo. Y su test es positivo muy intenso. Además, ha tardado en llegar y el trayecto hasta aquí no ha sido fácil. Y está sola.

A veces las cosas cambian, a veces, una sola persona, o varias, las hacen cambiar. Therese no ha tenido fortuna pero es una luchadora. Como durante los primeros días tras su ingreso la familia de Therese no puede acudir, el personal del centro genera una especie de adopción múltiple. Aunque con reservas, porque todos saben que las mujeres embarazadas mueren de ébola; todas, sin excepción.

A los dos o tres días, el feto deja de moverse en su interior, pero ella sigue allí. Hay dos nuevas personas que la adoptan, que deciden cambiar su suerte. Una es Fernanda, la doctora del centro y ginecóloga que acaba de llegar, y otra es Aisha, la enfermera que, además, es matrona. Si hay que elegir un momento en la vida para que te cambie la suerte es éste, no hay otro mejor.

El niño no está colocado en buena posición sino cruzado, pero Fernanda y Aisha consiguen colocarlo. Es una decisión difícil, la joven no tiene signos hemorrágicos, pero podría empezar a sangrar en alguna de las maniobras.

La historia de Jannette

Tras varios días ingresada en el centro para pacientes de ébola de MSF en Guéckédou (Guinea), Jannette dio negativo para el virus, estaba curada. Pero el feto, tras tres meses de gestación, había muerto.

Estuvimos valorando qué hacer, cómo actuar, porque Jannette podía ser dada de alta, pero no había histórico de cuánto tiempo permanece el virus activo en el líquido amniótico. Además, el feto muerto podría causar una sepsis, una infección. Había que inducir su expulsión.

Finalmente, le practicamos una amniocentesis y el líquido dio positivo por virus de Ébola. Para salvar a Jannette le practicamos una inducción en el mismo centro extremando todas las precauciones para evitar el contagio.

Therese sigue en el centro después de varios días, resistiendo, pero continúa con fiebre y muy cansada. Tras casi una semana, una mañana, cuando el reloj marca poco más de las cinco, empieza a sentir contracciones. Necesita ayuda para romper la bolsa de líquido amniótico. Durante todo el día, Fernanda y Aisha entran cada dos horas para vigilar su evolución. Cada vez que acceden, deben ponerse el traje de protección. Cada vez que salen, nos dicen que la cosa no avanza.

Como muchas otras mujeres en la zona, Therese sufrió una mutilación genital de niña, pero, en su caso, en su versión más extrema. Esto dificulta aún más el parto de una primeriza con ébola, en un centro de ébola, donde el personal no puede pasar más de dos horas seguidas dentro de la zona de aislamiento.

¿Y ahora qué? Pues ahora asumimos riesgos porque no tenemos otra opción. En las primeras epidemias de fiebre hemorrágica se limitaban al máximo las técnicas invasivas para no poner en riesgo al equipo y porque no existía evidencia de que un tratamiento más invasivo mejorara las expectativas. Ahora ya no trabajamos así, pero tratamos de evitar los procedimientos peligrosos para el paciente. En este caso, es peligroso para ella y para el personal, pero es la única forma de que sobreviva. Aisha le hace una episiotomía, un corte que libera los efectos de la mutilación y permite aumentar el canal del parto.

Con todo previsto por si empezara a sangrar, esperamos. Por fin, la embarazada empieza con la labor de parto y, después de algunas horas, algo de oxitocina y mucha atención de Aisha y Fernanda, termina el parto. Lamentablemente, el niño llevaba varios días muerto, pero Therese sigue ahí, viva y dispuesta a seguir luchando. Y va a necesitar toda su energía.

Cuando el personal guineano cambia el turno pregunta a Fernanda: "¿Cómo está tu mujer?". A Therese le cuesta recuperarse, pero al cabo de unos días, su test de ébola da negativo por primera vez y, después de 48 horas, el segundo análisis confirma la noticia. Esta curada. Cansada, débil, acompañada por fin, y curada.

Therese me recordó al ensayo de Loren Eiseley, ‘El lanzador de estrellas’. Quizá el trabajo de los humanitarios sea solo eso: no conformarse con que el destino de las estrellas de mar sea morir sobre la arena de la playa y, al mismo tiempo, reconocer todos los límites de lo que hacemos.

Solo salvamos a unos pocos, muy pocos, en el caso del ébola. Pero para ellos, para Therese, para Jannette, para Finda, para cada uno de los pacientes, tiene sentido. Y tiene sentido para Fernanda y para Aisha. Ser rescatador de estrellas de mar sigue siendo el mejor trabajo del mundo.

Miriam Alía es responsable médico en el centro para pacientes de ébola de Médicos Sin Fronteras en Guéckédou, Guinea.

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