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La excentricidad perdida de la millonaria Peggy Guggenheim

Mecenas esencial de los artistas modernistas, en su 80º aniversario el grupo Safilo le rinde homenaje con la reedición de sus icónicas gafas-mariposa

Peggy Guggenheim, con sus inseparables mascotas y las gafas-mariposa, en su casa de Venecia en los sesenta.
Peggy Guggenheim, con sus inseparables mascotas y las gafas-mariposa, en su casa de Venecia en los sesenta. peggy guggenheim collection

Nada en la historia del Palazzo Venier dei Leoni, en Venecia, responde a lo previsible. Cuenta la leyenda que la familia que lo empezó a construir en 1748, los Veniers, gozaba de privilegios por haber dado dos dogos (los máximos dirigentes marítimos en la antigüedad) a la ciudad. A cambio, se les permitía tener leones paseando por el jardín. La propiedad jamás alcanzó las cinco plantas previstas porque, se contaba en los mentideros, los propietarios del Palazzo Barbarigo Minotto, al otro lado del Gran Canal, pusieron todo su empeño en que el edificio vecino no rivalizara con sus bellas arcadas en altura. Se quedó en dos pisos. Gracias a eso, muchos años después, los venecianos que transitaban sus aguas gozaban de una estampa insólita: la de una excéntrica millonaria estadounidense aficionada a tomar el sol desnuda en su terrado.

Las cenizas de aquella gran mujer, Peggy Guggenheim, que se convertiría en una de las mecenas esenciales de las vanguardias, reposan hoy en el mismo jardín por donde campaban esos grandes felinos junto a la lápida de los 14 perros de raza Lhasa Apso que la acompañaron en vida y a quienes llamaba, para crispación de sus herederos, “mis nietos”.

Ese mismo patio servía de escenario el jueves por la noche para la conmemoración del 80º aniversario de Safilo. El grupo óptico italiano invitaba a insiders de la industria de la moda a un cóctel-homenaje que servía también para presentar la reedición limitada —500 unidades en ese azul que tiñe la laguna— de las emblemáticas gafas-mariposa que concibió para Guggenheim su buen amigo y protegido Edward Melcarth. Existen un montón de gafas reconocibles con las que componer una hagiografía de la cultura pop del siglo XX, pero solo estas, que la heredera adoptó como insignia, identifican la caprichosa naturaleza de la jetset mejor que ninguna otra.

Aplacó su leyenda de ‘devorahombres’ al instalarse en Venecia en 1949

La amante del modernismo, hija de un millonario mujeriego que pereció en el Titanic, aplacó su propia leyenda de devorahombres al instalarse en Venecia en 1949. Antes, probó a abrir su propia galería-museo en Nueva York, donde exportó el arte de sus adorados amigos de Montparnasse: Jean Cocteau, Man Ray, Constantin Brancusi, Alexander Calder, Max Ernst (quien se convertiría en el segundo de sus tres maridos), Georges Braque, Picasso, Dalí o Marcel Duchamp, por nombrar unos pocos. Este último fue quien le dio las nociones básicas para transformarse en coleccionista. Lo cuenta Anton Gill, biógrafo de Guggenheim: “Le mostró la diferencia entre abstracción y surrealismo. O entre el sueño surrealista de Dalí o Di Chirico y el surrealismo abstracto de André Masson”.

Su encuentro con Samuel Beckett en una cena organizada por James Joyce resultó definitivo. El escritor acompañó a la potentada a su apartamento en St. Germain-des-Pres y, tras seducirla en el sofá, viviría un breve pero intenso affaire con ella durante el cual la persuadió para que olvidara a los viejos maestros para centrarse en coleccionar artistas modernos.

El año previo a mudarse a Venecia ya aterrizó en la ciudad de los canales llevando a su Bienal a artistas estadounidenses que se verían por primera vez en Europa: Pollock, Rothko, Gorky. Su queridísimo Alexander Calder se llevó un susto al encontrarse en la basura uno de sus móviles: las señoras de la limpieza lo habían confundido con un montón de chatarra.

En 1951 abrió al público su casa museo: lo hacía tres días por semana y se paseaba tan tranquila entre los visitantes; del salón al baño, del dormitorio a la cocina, entre todas esas joyas que aún hoy cuelgan ejerciendo de testigos de su indestructible sombra. Completó su colección en apenas ocho años. Dejó de coleccionar con la llegada del arte pop; no le interesaba. Aunque nunca cesó en su apoyo a artistas locales, como Tancredi Parmeggiani (que sería amante de su hija, la malograda Pegeen Vail) o Edmondo Bacci.

Completó su colección en ocho años, y en 1951 abrió su casa museo

Antes de morir, en 1979, cedió todas las obras a su tío Solomon R. Guggenheim, fundador del mítico museo neoyorquino, con la condición de que nunca separara la colección. Algo que se ha cumplido hasta la fecha y que Safilo refrenda con su participación, desde junio de este año, en la Intrapesae Collezione Guggenheim, compuesta por empresas que quieren continuar esta labor de preservación. Hoy el Museo Peggy Guggenheim, mucho más pequeño que cualquier otro Guggenheim, atrae a 400.000 visitantes cada año.

El homenaje de Safilo a su figura sirve para reforzar la imagen del made in Veneto. Como exclamaba la actriz y directora Valeria Golino, invitada de honor al evento de aniversario: “¿Quién no tiene al menos un par de Safilo en casa?”. Usted mismo igual no lo sabe, pero si posee unas lentes de Carrera, Gucci, Dior, Hugo Boss, Bottega Veneta, Céline, Fendi, Marc Jacobs, Tommy Hilfiger, Alexander McQueen, Max Mara, Jimmy Choo, Pierre Cardin o Saint Laurent las tiene. El grupo, nacido en Pieve di Cadore en 1934, posee o licencia hasta una treintena de firmas. No es de extrañar que, tras un bache en los beneficios por la marcha de Armani, las cifras del primer semestre de este año les vuelvan a dar la razón: un 23% de incremento en los beneficios netos con respecto al mismo periodo del año anterior, unos 31,5 millones de euros.

Para celebrar estas ocho décadas de vida, el grupo óptico ha realizado también una colaboración con el diseñador industrial Marc Newson y planea nuevas acciones y eventos en los museos Guggenheim que se reparten por el mundo. Pero esa ya es otra historia.

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