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Espaldas, cintura y tragaderas

La exnadadora sudafricana ha emprendido una campaña para recuperar su imagen

Luz Sánchez-Mellado
Alberto de Mónaco y una embarazada Charlene en el Baile de la Cruz Roja, el 1 de agosto.
Alberto de Mónaco y una embarazada Charlene en el Baile de la Cruz Roja, el 1 de agosto.valery hache (afp)

La natación moldea el cuerpo como pocas disciplinas deportivas. Tras días, meses, años enteros de reloj luchando contra el agua, la anatomía acaba mutando para adaptarse al medio. La espalda se ensancha, la cintura se afina y la epiglotis se fortalece para no tragar más cloro del inevitable. Charlene Wittstock tenía 22 años y participaba como nadadora de la selección de Sudáfrica en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000 cuando se cruzó en su camino Alberto de Mónaco, un príncipe más rosa que azul a tenor del género de los medios en los que aparecía y por el que en 2007 dejó las piscinas para el tiempo libre. Hoy, tres años después de una boda cuya luna de miel pasaron en hoteles diferentes, Charlene ha cumplido por fin su parte del trato y está en plena gestación del heredero de su marido. Solo ella sabe las espaldas, la cintura y las tragaderas que habrá tenido que desplegar para alcanzar esa meta sorteando las turbulentas aguas de palacio.

Debe de ser muy estresante tener que concebir contra reloj y bajo el escrutinio de tu familia política, tu país de adopción y la opinión pública de todo el mundo. Si es así, a pesar de los kilos del embarazo, apreciables en sus últimas fotos presidiendo junto a su esposo la Gala de la Cruz Roja a principios de agosto, Charlene Wittstock debe de haberse quitado un buen peso de encima. Desde su enlace con Alberto, su trabajo como princesa consorte consistía, básicamente, en lograr ese objetivo. El hecho de que, según la prensa francesa, un contrato prematrimonial la obligara a alumbrar en el plazo de tres años ni siquiera es determinante. Las monarquías no son el paradigma de la igualdad de género, ni la de oportunidades. La de Mónaco, con todas sus peculiaridades, tampoco.

Después de tres años de la boda real, el Principado tendrá al fin un heredero

El príncipe Alberto accedió al trono en 2005, a la muerte de su padre Raniero, a pesar de que la primogénita es su hermana Carolina, en virtud de la preferencia del varón en el orden sucesorio. Para entonces, a sus 47 años, el soberano ya tenía dos hijos. Jazmin Grace, nacida en 1992, y Alexandre Coste, en 2003. Ambos, ilegítimos. Ambos, reconocidos a la fuerza tras los pleitos emprendidos por sus respectivas madres, una actriz californiana y una azafata togolesa. Ambos, sin derecho al trono. Ese era el príncipe azul —o rosa— con el que se desposó la nadadora. Un solterón en busca de una madre para un hijo legítimo. Porque, al margen de contratos, hasta los catedráticos de Derecho Constitucional admiten que, si se trata de mujeres, la primera obligación de todo consorte es proporcionar un heredero al reino.

Fue entonces cuando empezó la verdadera presión para la princesa novata. La fertilidad de su marido estaba fuera de toda duda. La suya, aún por acreditar ante el mundo. Todo ello, en un entorno familiar donde las comparaciones no son solo odiosas, sino insoportables para cualquiera sin la autoestima de Narciso. Solo hay que ver a Charlene en las fotos de entonces. Cabizbaja, gazmoña, como segundona a pesar de ser la legítima soberana, al lado de su pluscuamperfecta cuñada Carolina; sus pluscuamperfectos sobrinos, Andrea, Carlota y Pierre Casiraghi, y sus pluscuamperfectos novios.

Mientras Andrea, primogénito de Carolina, y su pareja, la rica heredera Tatiana Santo Domingo; Carlota y la suya, el actor Gad Elmaleh; y Pierre y la suya, la aristócrata Beatrice Borromeo, parecían en eterna luna de miel y procreaban (los dos primeros) sin pasar por la vicaría, ella ni siquiera parecía disfrutar con Alberto de los presuntamente felices primeros años de matrimonio. Las fotos, únicas pruebas del estado de ánimo de unos personajes mudos en público, la mostraban cada vez más mustia. Cada vez más triste. Cada vez más ida. Literalmente, porque, poco a poco, las ausencias de la princesa —faltó el día de la boda de Andrea con Tatiana, y a la coronación de los reyes de Holanda— dejaron de constituir un feo a los anfitriones y un suculento tema de conversación planetaria, para convertirse en asunto de Estado.

Se sometió a lo que fue necesario por parecer un trasunto de su difunta suegra

Charlene —pese a sus espaldas, su cintura y sus tragaderas—, parecía renunciar, o rebelarse, al camino de perfección que inició ya antes de su boda con el príncipe. Años en los que se sometió a lo que fuera necesario con el fin de parecer un trasunto de su difunta suegra, Grace Kelly, una de las mujeres más bellas de su época. Ardua y frustrante misión, tratar de amoldar un rostro plano y un cuerpo de nadadora sudafricana de clase media al modelo de pómulo alto y hueso fino de una patricia norteamericana. Pero esa, salir sensacional en las fotos, era otra de las obligaciones no escritas del cargo de princesa de un país donde uno de cada tres nacionales acredita una fortuna multimillonaria, cuyo evento más solemne es el Baile de la Rosa, capitaneado por el modisto Karl Lagerfeld, y cuya supervivencia depende de su capacidad de seguir atrayendo, a base de glamour y ventajas fiscales, a los ricos del globo.

Algo, o alguien, debió de influir en el ánimo de la princesa porque, siempre según las fotos, Charlene emprendió este año una campaña de recuperación de su imagen. Un crescendo —desde su disposición a ser imagen oficiosa del grupo de lujo francés LVMH, a su incipiente papel como embajadora de Mónaco, asesorada por la inefable princesa Corinna Sayn-Wittgenstein—, que culminó el 30 de mayo, cuando el Principado anunció orgulloso que su alteza serenísima se encontraba en estado.

Si se confirman los augurios del padre de la princesa, que dijo que esperaba gemelos, se dará la paradoja de que, después de tres años de espera y dos hermanos triscando por el mundo, los médicos tengan que acreditar cronómetro en mano cuál de los neonatos nace primero para proclamar al heredero. Mientras, Charlene parece disfrutar el embarazo a su manera. En las fotos, además de ciertamente hinchada, se la ve pálida, sosa, desvaída como es ella. En todas, no obstante, luce su tripa de primeriza como la medalla de oro olímpica que no ganó en las piscinas.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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