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“Me sorprende la capacidad de los humanos para destrozar el planeta”

El capitán del Rainbow Warrior, buque insignia de la ONG Greenpeace, surca los mares desde 1989 para concienciar al mundo de los peligros del cambio climático

Lola Hierro
Joel Stewart, capitán del 'Rainbow Warrior III'
Joel Stewart, capitán del 'Rainbow Warrior III'Pedro Armestre

No es fácil encontrar a Joel Stewart (EE UU, 1955) en tierra. Quien quiera llegar a él habrá de buscarle cruzando mares y océanos o atracado en algún puerto, bien al timón del Rainbow Warrior III, buque insignia de la organización medioambiental Greenpeace, o bien en su velero particular. A juzgar por sus ojos azules y su pelo arrubiado, casi blanco ya, el capitán Stewart algún día debió ser un rostro pálido, pero más de media vida cabalgando sobre las olas le han dejado una tez curtida por el viento y el salitre que, sin embargo, aún se enrojece cuando le da el sol del Mediterráneo.

Joel Stewart es capitán del Rainbow Warrior (Guerrero del arco iris en castellano) desde 1989. Trabaja tres meses y los tres siguientes descansa. Cuando está embarcado es fácil dar con él en la sala de mandos con la mirada fija en el horizonte o en las pantallas con mapas de coordenadas, botones y palancas de imposible significado que él conoce como la palma de su mano. Pero no siempre fue así. Antes de comandar a los guerreros del arco iris ya surcaba los mares por motivos bien distintos. "Pasé muchos años pescando cangrejo rey en Alaska y luego estuve siete años más en buques de carga en la costa oeste de EE UU", explica.

A lo largo de todo ese tiempo, un joven Stewart se percató de cómo le malhumoraba lo que veía a su alrededor: "La destrucción de los bosques y los mares, el agujero de la capa de ozono… Los cargueros en los que yo trabajaba eran los causantes; me sentía parte del problema, pero yo quería ser parte de la solución", afirma. La gota que colmó el vaso fue el derrame del petrolero Exxon Valdez, el peor desastre medioambiental de la historia de Alaska. “Cuando ocurrió el accidente me puse en contacto con gente de Greenpeace en Washington para ofrecer mi ayuda; fui testigo de la destrucción de una de las partes más bellas de Alaska”, recuerda. Ocurrió un 24 de marzo de 1989, cuando el buque encalló y desparramó 37.000 toneladas de crudo por más de 2.000 kilómetros de costa. El vertido condujo a la aprobación de una nueva legislación medioambiental en Estados Unidos, pero los daños a la fauna aún se siguen estudiando.

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Así, no habían empezado aún los noventa y Stewart ya comenzaba a trabajar como capitán del por entonces recién estrenado Rainbow Warrior II, jubilado en 2011. Desde ese momento, ha dado la vuelta al mundo una y otra vez y ha visto todo tipo de desastres ecológicos que él enumera como el protagonista de una novela de aventuras post apocalíptica: “He visto arrecifes de coral muertos en Tahití y Samoa, he visto los efectos de los huracanes, he visto cientos de kilómetros de bosques talados, tubos de tóxicos vertiendo cloro y papeleras blanqueando y destrozando los bosques…”, rememora entre ir y venir del suave vaivén de las aguas de Ibiza. “Me sigue sorprendiendo la capacidad de los humanos para destrozar el planeta. No hay un planeta B, este es el que tenemos, pero cada día se producen más atrocidades”, advierte.

Porque el planeta se nos muere. El capitán es de naturaleza optimista y, de hecho, una pancarta con la frase en castellano Sí se puede adorna la puerta de su camarote personal, que hace las veces de dormitorio y oficina. Pero no disimula su preocupación cuando avisa de que prácticamente ya hemos sobrepasado el punto de no retorno para frenar el cambio climático. “Estamos en una crisis de emergencia y es ahora cuando tenemos que parar la quema de hidrocarburos”, exclama. La causa-efecto sale de sus labios con meridiana claridad: “El exceso de dióxido de carbono en la atmósfera está provocando que perdamos todos los organismos calcíferos como los arrecifes de coral y el plancton. Este es el organismo vivo más importante del mar porque convierte el CO2 en oxígeno”, aclara. “¿Y qué hacemos nosotros? Echamos petróleo y plástico; tenemos que dejar de buscar hidrocarburos en zonas de aguas profundas como Ibiza, Canarias, Brasil, el Ártico… No podemos seguir así, no podemos”, recalca.

Stewart es pragmático y sabe que no se puede cerrar el grifo del petróleo en un segundo, pero considera indispensable fomentar el uso de las energías renovables para frenar la búsqueda de crudo en áreas protegidas, como Baleares. Precisamente por esta razón visita el Rainbow Warrior las islas: para denunciar los riesgos que conllevan las prospecciones petrolíferas que la empresa de hidrocarburos escocesa Cairn planea llevar a cabo en estas aguas.

Los gobiernos deben preocuparse por los intereses de su pueblo y no de las empresas

De seguir por el camino de los combustibles fósiles, no solo no reduciremos la temperatura global un grado, que es el objetivo de todas las cumbres internacionales sobre medio ambiente que buscan detener el cambio climático, sino que la aumentaremos. “Si la temperatura global sube tres o cinco grados, el planeta dejará de ser habitable. Perderemos el plancton, que es el pulmón del mundo, la vida en el mar… y eso causara unos problemas enormes para los humanos; habrá guerras para buscar agua y comida”, vaticina. 

La solución, a su juicio, reside en los ciudadanos, pero ellos no pueden hacer nada sin el apoyo de sus dirigentes, a quienes lanza una reprimenda. “Estamos en un sistema a favor de las empresas de carbono, petróleo y gas, y no debería ser así. Los gobiernos deben dejar de subvencionarlas y preocuparse por los intereses de su pueblo, no de estas empresas"

Años vividos en Costa Rica han granjeado a Stewart un español muy correcto, pero cuando es preguntado por lo más difícil de su labor como capitán, no encuentra las palabras ni en su lengua materna ni en ninguna otra. “Una cosa es mover el barco de un punto A a uno B, eso lo hace cualquier marinero, pero la carga que lleva Greenpeace es ideológica", acierta a decir tras unos segundos de reflexión. "Haces un trabajo para mover gente hacia nuestros objetivos, por ejemplo, detener el cambio climático. Tienes que motivar a una ola de gente para que diga 'no' a los combustibles fósiles y quiera cambiar el sistema de energía, pero nadie ha escrito un manual sobre como hacerlo”.

Para Stewart, un capitán de barco debe ser muy creativo y responsable hasta la exageración. “Hay que pensar muy bien cómo llevar a cabo acciones sin que nadie se dañe y tampoco se produzcan daños en el medio ambiente”, asegura. “Tengo miedo de que haya accidentes, por eso tenemos los mejores equipos de seguridad, chalecos salvavidas, cascos y entrenamos a la tripulación para que nunca usen la violencia, no importa el contexto", asevera.

No hay un planeta B, este es el que tenemos, pero cada día se producen más atrocidades

Pese a ello, en más de una ocasión se ha visto envuelto en un acontecimiento peligroso, y no tienen problema en asegurar que no recuerda las veces que ha pisado la cárcel, generalmente no más de un día y por nada más grave que invadir zonas restringidas con el barco. Nunca se le han puesto las cosas tan negras como a los 30 tripulantes del gemelo del Rainbow Warrior, el Arctic Sunrise, que fueron apresados y encarcelados por el Gobierno ruso durante tres meses tras el asalto de los ecologistas a una plataforma petrolífera en aguas del Ártico.

Aun así, hay episodios que le han dejado huella: "En 2010 realizamos una acción en contra de pescadores franceses, italianos y españoles por la captura del atún rojo, en peligro de extinción. Intentamos poner pesos hechos con bolsas de arena para bajar las redes y que los peces pudieran escapar", relata. Los pescadores, enfurecidos, boicotearon la protesta y en cuestión de 15  minutos todo se convirtió en un caos: "Llegaron muy enfadados, apuñalaron las zódiac con cuchillos y un activista acabó herido porque un gancho le traspasó la pantorrilla. Tiraron bengalas al helicóptero de Greenpeace y, por un momento, pensé que se iba a estrellar, ni siquiera sabía si había muertos entre la tripulación... Fue un susto tremendo”, describe con aplomo.

Stewart es un lobo de mar que ama los océanos y ve a diario cómo el mundo avanza hacia la autodestrucción. Caminar por los bosques, montar en bici o nadar son las vías de escape que encuentra cuando está en tierra, pero son las nuevas generaciones de jóvenes que encuentra durante sus viajes quienes le devuelven la fe en el ser humano. "Tengo una tripulación con personas de unos 12 países  y estoy orgulloso de su dedicación; podemos vivir juntos perfectamente porque todavía tenemos conciencia, tenemos un corazón y un alma y no queremos ver el planeta destrozado", asegura. "Este trabajo es, a veces, muy frustrante, pero cuando encuentro en cada puerto a gente tan motivada y concienciada, pienso que aún estamos a tiempo de hacer algo. Creo que la gente es buena, y eso me ilusiona y me devuelve el optimismo".

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

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