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“Liberar a un niño de la explotación es un proceso muy lento”

La misionera carmelita lleva 12 años en África tratando de 'rescatar' a niños de sus explotadores

Pablo Linde
La misionera Covadonga Orejas, en una visita a Madrid.
La misionera Covadonga Orejas, en una visita a Madrid.JAVIER FERNÁNDEZ (MANOS UNIDAS)

Sacar de la miseria rural a sus hijos es la prioridad para miles de padres africanos. La ciudad parece en ocasiones la solución: un conocido o pariente lejano que haya por allí, quizás pueda servir de tabla de salvación. Con ellos acaban muchos menores que, una vez en la urbe, son obligados a trabajar para quienes, supuestamente, iban a ayudarles. Es algo que lleva viendo a diario desde hace más de una década la misionera Covadonga Orejas. Y no como simple testigo; también intenta cambiarlo.

Su trabajo con menores viene de largo, desde que en los años noventa empezó con los excluidos de barrios madrileños como Pan Bendito o Villaverde. Con su congregación carmelita les asesoraba en asuntos jurídicos cuando tenían conflictos con la ley y trataban de mediar en la atmósfera de violencia en la que algunos de ellos vivía. Pero hace 12 años la llamaron para ir a un campo de refugiados de Liberia y desde entonces no ha regresado de África más que para pequeños periodos vacacionales, que también aprovecha para concienciar sobre esta situación, como sucede con la entrevista que concedió a este periódico en Madrid.

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Liberia, Togo, Gabón. Ése es el recorrido que ha hecho Orejas. En los dos últimos países su trabajo ha sido similar: ayudar a estos niños y jóvenes explotados a reconducir su vida, a que adquieran una educación y a proveerles un refugio si es que son víctimas de malos tratos, cosa que sucede con frecuencia entre los niños forzados a trabajar. Ahora coordina en ambos las tareas relacionadas con explotación de menores de los centros de su congregación, son financiados por Manos Unidas.

“Liberar a un menor de la explotación es un proceso muy lento”, relata Orejas. “Por lo general, está tan asentado entre víctimas y victimarios que lo consideran natural y casi inevitable. Es algo que han imitado durante generaciones. Por eso el acercamiento tiene que ser muy paulatino, sin estridencias e intentando ganar la confianza poco a poco, tanto del niño como del adulto que le hace trabajar”, continúa la misionera.

Esta confianza se gana, en primer lugar, con trabajadores locales que hablan su lengua, ya que la mayoría de estos menores no se maneja en francés. Se trata de acercarse a ellos y ofrecerles un lugar donde aprender y jugar. “Intentamos convencer a los adultos de que les permitan dejar el trabajo un par de horas al día, de doce a dos de la tarde. En este tiempo les damos clases para alfabetizarlos”, relata Orejas, que trabaja sobre todo con niños obligados a trabajar en los mercados de abastos.

El siguiente paso es intentar enfocarlos a alguna especialización de formación profesional para que consigan salir del círculo de esclavitud en el que viven. Siempre con cautela, sin prisas. Pueden pasar tres o cuatro años acompañando a los menores antes de que logren escapar de sus explotadores. “Si lo haces bruscamente, si quieres sacarlos de la noche a la mañana, simplemente los quitan de en medio, se los llevan a otro mercado y los ponen a trabajar igual que estaban”. Unos 100 menores son tutelados cada año por el equipo de la misionera carmelita.

Solo los casos de abusos físicos o sexuales acarrean acciones más contundentes por parte del equipo de Orejas. Cuentan con habitaciones para acogerlos en caso de que necesiten un refugio, aunque incluso en estas situaciones, a no ser que resulte inevitable, tratan de no apartar a las niñas de sus familias, sino de dar un apoyo temporal por medio de médicos y psicólogos para reconducir la situación.

La labor de Orejas y su equipo, más allá de atender directamente a los menores, es también sensibilizar a quienes le rodean para acabar con prácticas tan comunes allí como la explotación laboral y el abuso a menores. “Hacemos programas en la escuela para sensibilizar y escuchar a los niños, también trabajamos con la policía, para que esté alerta de estos casos, con la familia, para concienciarlas. Poco a poco, la justicia, el Gobierno, se van tomando en serio este problema”, dice con cierta satisfacción.

¿Tiene billete de vuelta a Europa? “Estaré en África mientras me necesiten”, responde la misionera, que se dice movida por la fe y, más allá de eso, por la ayuda al prójimo: “Ellos son mis hermanos, no los puedo dejar colgados”.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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