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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Podemos como laboratorio político

La nueva formación quiere alzarse con el santo y la limosna para ganar a IU en su batalla mutua dentro de la izquierda. Y está por ver que el PSOE asista impertérrito a los intentos de condenarle a la irrelevancia

Eva Vazquez

Para muchos, las elecciones europeas suponen una especie de primarias de las próximas generales. Pero las elecciones europeas no siempre adelantan los resultados de las generales. Pertenecen a la categoría de las denominadas elecciones de segundo orden, en las que su menor importancia y la falta de consecuencias ocasionan que por regla general los Gobiernos pierden muchos votos, los grandes partidos de la oposición suelen ganarlos y los pequeños partidos reciben más de los habituales. Estos resultados dependen del contexto de cada país. Y cuando el contexto está dominado por la insatisfacción con los Gobiernos y los Parlamentos, por el rechazo a los partidos convencionales y a las políticas públicas, por datos económicos desastrosos y por la sucesión de protestas contra todo lo anterior, los principales beneficiados son los pequeños partidos, sobre todo los más extremistas, que incrementan sus votos o que de forma inesperada pueden, incluso, como Podemos, lograr escaños por vez primera.

El caso de Podemos es interesante. En las últimas dos semanas se ha discutido mucho sobre las razones de su éxito y las posibilidades de su continuidad. Fijémonos en este segundo asunto. En la jerga de la ciencia política se les llama partidos flash a los que logran inopinadamente entrar en una Asamblea, pero solo para desaparecer en las siguientes elecciones: deslumbran cuando aparecen, pero duran poco. ¿Es Podemos uno de ellos? Todos los partidos irrumpen en el mercado electoral con la intención de quedarse y, además, crecer, si pueden. Pero los que se definen a sí mismos como iniciativa ciudadana o movimiento social, más que como partido, presentándose como el único defensor de intereses sociales y políticos despreciados por los partidos convencionales, se enfrentan a algunas dificultades: necesitan decidir si se mantienen como un movimiento o se convierten en un denominado partido-movimiento o en uno de los partidos tradicionales (aunque a la vez los rechacen). Y en estos dos últimos casos, si su funcionamiento se ajustará a la lógica de la representación (con dirigentes puristas defensores ante todo del programa) o a la lógica de la competición (con líderes pragmáticos que persigan sobre todo el logro del mayor número posible de votantes).

Podemos parece encontrarse ahora en este proceso; su éxito no está asegurado. De ahí el interés adicional de considerarlo como una especie de laboratorio político en el que analizar sus estrategias. Cabe hacerlo en al menos cuatro dimensiones que probablemente serán, manteniéndose igual todo lo demás, fundamentales para su continuidad.

Las elecciones no siempre sirven para adelantar los resultados de las generales

La primera es su institucionalización. Su principal dirigente, Pablo Iglesias, acaba de adelantar que en el próximo otoño se aprobará mediante criterios asamblearios una nueva estructura organizativa, que en todo caso se alejaría de la convencional de los partidos políticos. Su improvisada organización actual deberá asentarse en cimientos más sólidos que los denominados Círculos Podemos, basados en criterios informales relacionados con preferencias políticas, profesionales o sexuales, con situaciones laborales o con meras aficiones. Durante los próximos meses, sus dirigentes deberán tomar muchas decisiones sobre sedes, miembros, cargos internos, órganos de dirección, financiación, división del trabajo político o mecanismos de disciplina interna. Si en cualquier partido todo este meollo es una fuente inagotable de problemas y conflictos, en Podemos no tiene por qué ser menor. Sobre todo si además aspiran a que estos criterios sean radicalmente diferentes a los de los partidos tradicionales; es decir, si predominan las asambleas, las relaciones horizontales, la rotación en los puestos dirigentes, la utilización prioritaria de las redes sociales y las formas de participación propias de los movimientos sociales.

La segunda dimensión radica en su programa, es decir, en el conjunto de preferencias compartidas del cual derivan los documentos, mensajes o discursos. Todos ellos deberán coordinarse con las muchas afirmaciones que sus dirigentes han realizado tras las elecciones (y con las que han hecho antes de ellas). Es una tarea que no resulta fácil para los partidos tradicionales, siempre pillados en contradicciones entre ofertas a veces demagógicas y decisiones cotidianas. Tampoco lo será para Podemos. Sus rasgos ideológicos iniciales combinan en mayores o menores dosis recetas extraordinariamente simplificadas de neopopulismo, antieuropeísmo, anti-partidismo y antisistema, así como un izquierdismo maximalista aplicado sin muchos matices a todas las causas, todos los líderes, todos los países. Con estos mimbres será difícil el mantenimiento a la vez de la fidelidad del millón largo de su electorado, con su ampliación mediante la búsqueda de nuevos votantes, quizá procedentes de sectores más convencionales, pero también más numerosos. Muchos partidos han sucumbido a este casi imposible dilema. Cabe también tratar de solucionarlo sustituyendo la habitual lógica izquierda-derecha por la típicamente populista de “los de arriba contra los de abajo, los mayordomos de los bancos contra los representantes de los ciudadanos” (como señalaba Pablo Iglesias en una comparecencia recogida en EL PAÍS el pasado 6 de junio). Pero esa solución no suele llevar muy lejos, ni puede hacerse durante mucho tiempo cuando lo que esté en juego sean decisiones relevantes sobre intereses contrapuestos.

Una tercera dimensión apunta al calendario electoral. Por una parte, resulta positivo para Podemos. Las elecciones autonómicas y locales de mayo de 2015 cuentan con sistemas electorales permisivos que facilitarán su llegada a muchos Ayuntamientos y Parlamentos autonómicos y que les permitirán acceder a numerosos cargos. Por otra parte, en las generales, previstas por el momento para el otoño del mismo año, con un sistema electoral mucho más restrictivo, sus posibilidades son menores y quedarán incluso disminuidas por la lógica del voto útil. Y es probable, además, que Podemos sufra para entonces experiencias negativas similares a las de otros nuevos partidos. Si revalida su éxito en las autonómicas y locales, disfrutará de bases territoriales, recursos e influencia. Pero sus cargos públicos deberán articular en muchas ciudades y Parlamentos regionales preferencias e intereses más complejos que la simple identificación con los de abajo en su lucha contra los de arriba. Esta combinación suele ser terreno abonado para enfrentamientos y conflictos, sobre todo si el reclutamiento de los candidatos es poco cuidadoso, y escasa la disciplina interna, dos mecanismos al fin y al cabo imprescindibles en los partidos tradicionales. Como ya han acreditado en muchas ocasiones, los electores toleran mal los mensajes contradictorios, las riñas internas y la confusa proliferación de líderes.

La solución de sustituir la lógica izquierda-derecha con populismo no suele llevar muy lejos

Finalmente, está la dimensión relacionada con la competición electoral, esto es, con IU y con el PSOE, los principales partidos de la izquierda en la que Podemos pretende reinar por sí mismo o mediante pactos. Tampoco aquí sus objetivos son fáciles. Según la encuesta de Metroscopia publicada en EL PAÍS el pasado 3 de junio, los votantes de Podemos se autositúan en la posición 3,7 de la escala izquierda-derecha, mientras que colocan a IU en la 3,4, y al PSOE, en la 5,2. Además, su perfil social es más cercano al de los instalados que al de los marginados, ambos en términos relativos. El 34% de los votantes de Podemos había optado por el PSOE en las europeas de 2009, y el 30% lo hizo en las generales de 2011. Un 66% tiene más de 35 años, un 65% cuenta con estudios medios, y un 35%, superiores, y el 50% trabaja. En otras palabras, sus votantes no pertenecen a Podemos de forma inexorable: podrían serlo también de IU por cercanía ideológica o del PSOE por similitudes sociodemográficas.

Si el predominio de Podemos en la izquierda es por el momento difícil, la realización de pactos resulta improbable. Los pactos se firman si todos los firmantes creen que les resultarán beneficiosos, pero no si algunos perciben que Podemos quiere alzarse con el santo y la limosna para ganar la partida a IU en su batalla mutua por el ámbito de la izquierda. Y está naturalmente por ver que un renovado PSOE —si se renueva— siga asistiendo impertérrito a los intentos de Podemos y de IU para condenarle a la irrelevancia en su principal espacio ideológico.

José Ramón Montero es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.

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