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La vida detrás de los escaparates de Ámsterdam

Las gemelas Louise y Martine Fokkens comparten sus genes y una historia clasificada como ‘X’ Prostitutas durante medio siglo, a sus 72 años prefieren contar el lado amable de su profesión Tras un documental y dos libros, escriben ya el tercero

Elisabet Sans
Louise y Martine Fokkens, en 2012, durante un paseo por el barrio rojo de Ámsterdam.
Louise y Martine Fokkens, en 2012, durante un paseo por el barrio rojo de Ámsterdam.anoek de groot (afp)

Louise y Martine Fokkens parecen dos ancianas corrientes. De melena rubia casi blanca y risa entrañable, siempre se visten igual, y normalmente con tonos rojos porque les parece que lucen más jóvenes. Pero estas gemelas holandesas, a sus 72 años cumplidos a principios de mayo, suman 100 años ejerciendo la prostitución. Entre las dos han conocido a 350.000 hombres. “O tal vez más”, ríe Martine. Son la memoria viva del Barrio Rojo de Ámsterdam.

“El Barrio Rojo ha cambiado muchísimo en estas décadas. Ahora las chicas holandesas casi no trabajan allí. Son todas extranjeras y no hay solidaridad. Al cambiarse las leyes [Holanda legalizó la prostitución en los burdeles en 2000], tienes que tener muchísimos papeles y pagar por todo, antes de tener clientes ya tienes que dar dinero al Gobierno. Han convertido la zona en un parque temático”, lamenta Louise al otro lado del teléfono.

Ella fue la primera de las hermanas Fokkens en llegar al famoso barrio de los escaparates. Tenía 20 años, un marido desde los 17 y tres hijos. Prácticamente la arrastró su esposo. Tras abandonarla, le puso como condición para volver a su lado y al de sus tres hijos que ganara dinero, aunque Louise por entonces trabajaba un par de días a la semana en una fábrica haciendo lámparas. Ella aceptó. Le quería. “Me dijo que serían solo dos años, por el bien de los niños”, ríe ahora, medio siglo más tarde. A su llegada se encontró con el apoyo de sus compañeras de cabina: “Fueron las putas mayores las que me contaron qué hacer y qué no, me enseñaron que no es tan fácil que un hombre esté listo”, lanza en un inglés mezclado con holandés, pero sin pelos en la lengua.

Un año más tarde sería ella la que enseñaría el oficio más antiguo del mundo a su gemela, nada como el amor de una hermana. El marido de Martine no tenía trabajo y Louise le ofreció trabajar en el burdel limpiando cabinas. Con los meses, tras despertar el interés de algunos clientes, terminó en una. “Mi marido seguía sin trabajo y le dije que quería probar. Hablamos mucho sobre eso y le pareció bien”, recuerda.

“Durante muchos años tuvimos muchos, muchísimos clientes”. Gracias a ese éxito, y cansadas de rendir cuentas a otros, en los ochenta abrieron su propio burdel. Llegaron a ganar tanto dinero que se pudieron comprar un coche a los pocos meses, se enorgullece Louise. Los problemas con la Administración les llevaron a fundar The Little Red, el primer sindicato independiente de prostitutas. Pero el momento amargo para las Fokkens fue cuando tuvieron que cerrar su negocio por problemas con los grandes empresarios de la industria del sexo y el Gobierno, dice Louise. Pero no dejaron de trabajar.

Más de un cliente ha pedido en matrimonio a Martine. Louise recuerda que algunos las han llevado de viaje a Israel, Italia o España, aunque si habla algo de castellano es por su segundo marido, un barcelonés con quien tuvo a su cuarta hija (María Conchita). “¿Que qué quieren en la cama? Muchos quieren jugar al juego de la seducción. Casi nunca desde el principio es ir a saco”, analiza. “Hay tantas cosas… La gente solo piensa que haces cosas extrañas, pero muchas veces es más normal de lo que se creen. Yo me divierto”, contesta Martine. Quizá por ello, y a pesar de haberse retirado hace un año, cuando la llaman aún se anima a trabajar. El número 69 marcó la edad de jubilación de su hermana, la artritis le impedía algunos movimientos. Si no fuera por eso, hoy seguiría en su escaparate: “Me gusta. Me hace sentirme joven”.

Ahora regentan una pequeña tienda en el centro de la ciudad en la que venden postales, sus cuadros y también sus libros. Muchos se acercan para conocerlas y hacerse fotos con las dos gemelas. En 2011, el documental sobre su vida Meet the Fokkens (Conoce a las Fokkens) las hizo famosas fuera de la ciudad con más canales del mundo. Y tras publicar On travel with the Fokkens y The ladies of Amsterdam —que llegó a ser número uno en ventas de libros de no-ficción en Holanda y hoy está en negociaciones con editoriales españolas, rusas y brasileñas—, dedican su tiempo a escribir un tercer libro sobre su vida.

Desde que además de su cuerpo expusieron su historia, Louise dice haber notado un mayor respeto. Ambas han soportado risas, burlas, insultos, e incluso que sus hijos se enteraran de su profesión por los vecinos cuando ni siquiera ellas habían encontrado el momento adecuado para contárselo. “Si yo hubiera estado en su situación, sería la última en decir que jamás haría lo que tuvo que hacer mi madre”, cuenta una de los cuatro hijos de Louise en el documental. Sin recriminaciones, asegura sentada al lado de su madre que, a pesar de pasar varios años durante su infancia en una casa de acogida, tuvo una niñez feliz. Parece seguir la filosofía de sus abuelos. “Tras el enfado inicial, mis padres se pusieron de mi lado”. “Eres mi hija, qué más da lo que digan los demás, que se miren ellos mismos”, le dijeron.

Convencidas de que siempre se han contado las miserias de su profesión, ellas prefieren buscarle el lado amable. Las dos comparten genes e historia, y también la idea de que nunca fue su sueño que tuviera que ser clasificada “X”.“Has hecho el trabajo, has sido una puta. Y nunca te desharás de ese nombre. Ellos siempre te lo dicen de muchas maneras. Pues selo”. Consejo de hermana a hermana.

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Sobre la firma

Elisabet Sans
Responsable del suplemento El Viajero, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Antes trabajó en secciones como El País Semanal, el suplemento Revista Sábado y en Gente y Estilo. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Ramón Llull de Barcelona y máster de Periodismo EL PAÍS.

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