Cómo divorciarse de un oligarca ruso
Los casos de las separaciones de Ribolovleva y Potanin abren una nueva vía para que las esposas de los magnates se hagan con parte de sus fortunas, ocultas en países europeos Ya no es solo Londres el tribunal que favorece los intereses de las exmujeres
Hay personas que tratan de forjar sus propias fortunas y otras que prefieren vías de subsistencia alternativas. Por ejemplo, un sabroso matrimonio condimentado con un jugoso divorcio. Si en el siglo XX lo más buscado entre las mujeres sin ambiciones profesionales era un multimillonario estadounidense, en el XXI lo que se lleva es casarse con un oligarca ruso, sobre todo en esa Rusia en la que la distancia entre ricos y pobres es cada vez más abismal. Tal es la fiebre por conseguirlo que existen incluso libros-receta con trucos infalibles para ligarse a ese príncipe azul de fortuna astronómica que llegado el momento se verá obligado a repartir. Porque según títulos como Married to a Millionaire, escrito por la Paris Hilton rusa Ksenia Sobchak, eso parece inevitable: casarse con un oligarca ruso siempre acaba en divorcio.
Por eso incluso recomiendan a las afortunadas que consiguen cazar uno comenzar a prepararse para el trance desde la noche de bodas, acumulando, mientras el amor perdure, todas las posesiones posibles. Llegado el momento de la separación, tener una colección contundente de joyas, pieles, coches y otros objetos valiosos puede ayudar al plan de pensiones, sobre todo sino se tiene la suerte que ha tenido Elena Ribolovleva, ex mujer de Dmitri Ribolovlev. Este mes su divorcio hizo historia con una sentencia dictada en Ginebra que obliga al llamado ‘rey de los fertilizantes’ a pagarle a su ex mujer 3200 millones de euros, casi la mitad de su riqueza, el mayor reparto jamás exigido.
Para ser justos habría que decir que Ribolovleva no es una cazafortunas como el público potencial de los libros mencionados puesto que se casó con Dmitri en 1987, antes de que éste se convirtiera en uno de los novyi russkii (nuevos ricos rusos), esa casta que en la década de los noventa se repartió los recursos naturales soviéticos y acumuló millones gracias a una economía sin ley bendecida por Boris Yeltsin.
A ese oscuro grupo también pertenece Vladimir Potanin, cuya ex mujer, Natalia Potanin, fue noticia la semana por solicitar a las autoridades chipriotas el embargo de todas las propiedades de este oligarca cuya riqueza supera los 10.000 millones de euros. Estuvieron casados durante más de tres décadas y tienen tres hijos juntos. Se divorciaron en febrero en Moscú pero Natalia apeló la sentencia y ahora espera otro juicio en Chipre sobre el reparto de los bienes que su marido tiene registrados en la isla.
Los casos de Ribolovleva y Potanin son excepcionales porque hasta ahora había sido Londres la ciudad más generosa con las mujeres de los oligarcas de las antiguas repúblicas soviéticas y de las divorciadas en general (el libro de Sobchak también aconseja divorciarse ahí). Los jueces británicos tienen manga ancha para decidir cuánto dinero de manutención darle en cada caso a una esposa dependiendo de múltiples variables, incluida una estimación de ganancias futuras (algo único en la jurisprudencia internacional), mientras que en otros países se siguen fórmulas fijas. Además, la justicia británica reparte las propiedades al 50%. De ahí que la capital británica se haya ganado el apelativo de ‘capital mundial de los divorcios’.
Aquí firmó el suyo en el 2011 el ya fallecido y antaño poderosísimo Boris Berezovsky, cuya esposa, Galina Besharova, consiguió 122 millones de euros (la quinta parte de la riqueza de Berezovsky) en lo que se consideró hasta aquella fecha el divorcio más caro (para un marido) de la historia del Reino Unido.
Los nuevos ricos rusos (y sus esposas) sienten debilidad por Londres, que se ha ganado el apelativo de Londongrado por la cantidad de ciudadanos de la antigua URSS que residen en una urbe donde, con la billetera adecuada, es posible disfrutar de todos los lujos del planeta y además, presumir de poder pagarlos, algo a lo que parecen ser adictos los oligarcas y sus señoras. Besharova y Berezovsky vivieron exiliados en Londres durante más de una década así que para ella fue sencillo divorciarse allí, algo que no pudo hacer Irina Malandina en 2007, puesto que su ex, Roman Abramovich, insistió en divorciarse en Moscú. Tras 15 años de matrimonio con el multimillonario que maneja los hilos del Chelsea y que entonces era el hombre más rico del Reino Unido, su divorcio solo le costó 190 millones de euros. De haberse celebrado en Londres la cantidad podría haber superado los 2.000 millones. Malandina, antigua azafata, se aseguró también la manutención total de sus cinco hijos, algo incluido en los manuales para casarse con oligarcas: la descendencia es clave para que los acuerdos de divorcio sean más favorables.
Divorcios como el de la estudiante Elena Golubovich y el financiero ruso Ilva Golubovich han contribuido al mito creado entorno a Londres como quimera de las divorciadas. Apenas estuvieron juntos 18 meses pero Elena se llevó a casa 3,5 millones de euros en 2011. Ahora la atención está puesta en otra pareja, la formada por el magnate del petróleo Alexei Golubovich y su esposa, Olga Mirimskaya, propietaria de una cadena de supermercados. Tras su divorcio en Moscú se pelean en los tribunales británicos por una mansión londinense valorada en casi ocho millones de euros.
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