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IN MEMORIAM

Giulia Tamayo, una activista a la que nadie puso de rodillas

La abogada, que empleó su formación jurídica para la tenaz defensa de los derechos humanos, publicó en 1998 un informe que destapó el plan de esterilización quirúrgica masiva en el Perú de Fujimori

Giulia Tamayo, en 1998.
Giulia Tamayo, en 1998.Ricardo Gutiérrez

Giulia Tamayo León (Lima, 1959) falleció el pasado 9 de abril en Montevideo. A los 55 años, a ella, luchadora infatigable, le tocó esta vez perder una de las muchas batallas que libró, la que le plantaba desde hacía tiempo al cáncer. Abogada que empleó su formación jurídica para la tenaz defensa de los derechos humanos, ejerció esta vocación en su Perú natal, en España, Colombia, República Democrática del Congo, en su última etapa en Honduras y allá donde tuvo oportunidad, porque motivos, desgraciadamente, nunca le faltaron. En 1998 publicó su informe Nada personal, que destapó el plan de esterilización quirúrgica masiva en el Perú de Fujimori.

A Giulia Tamayo no se la rendía fácilmente. No lo logró el dictador peruano a pesar del acoso al que la sometió cuando denunció las esterilizaciones forzosas que les fueron practicadas a miles de indígenas durante su mandato. Miles de mujeres a las que se les engañaba o coaccionaba y que en ocasiones morían como consecuencia de las intervenciones. Giulia documentó exhaustivamente esa violación de los derechos humanos con ayuda de víctimas valientes que no quisieron ser solo víctimas. Tampoco la derrotó el terrorismo de Sendero Luminoso, que le descerrajó un tiro en la pierna por atrevida. Ni mucho menos Ana Botella, alcaldesa de Madrid, promotora de decenas de desalojos forzosos de viviendas, a la que Giulia se enfrentó como investigadora de Amnistía Internacional con un arsenal de argumentos para impedir que familias enteras de los asentamientos precarios de Cañada Real y Puerta de Hierro se quedaran en la calle. Entre ellas, la de la niña Shakira, enferma de cáncer y obligada en nombre del ordenamiento urbanístico a sobrellevar su tratamiento bajo el cobijo de una furgoneta, a la que defendió mediante la acción urgente y legislación en mano. O las familias del Gallinero, que recorría una y otra vez con su mala salud de hierro, como hubiera dicho Neruda.

Giulia fue mi compañera en la Amnistía Internacional de comienzos del presente siglo, cuando la estructura de la organización en España no alcanzaba la veintena de personas y cada acción era pura artesanía tejida a base de corazón y coraje y nunca se sabía dónde acababa el trabajo y dónde empezaba el activismo. En realidad, ella nunca se molestó en comprender la diferencia, de modo que vivía e investigaba con la misma entrega, a manos llenas, igual que disfrutaba del buen vino o cantaba canciones de la Nueva Trova Cubana con los ojos entornados.

Siempre nos sorprendía su capacidad de encontrar la referencia de jurisprudencia precisa entre su particular caos de papeles, hábitat en el que se alojaba una lucidez y un conocimiento sobresaliente del derecho internacional sobre derechos humanos. Discutir con ella una nota de prensa era una guerra de trincheras en la que mal lo tenía quien quería convencerla de la necesidad de suavizar los términos jurídicos en favor de la claridad que exige el lenguaje periodístico.

No, a Giulia no se la derrotaba fácilmente. Sin personas como ella quedamos un poco más desvalidos, más indefensos, más desprotegidos ante quienes consideran la vida una anécdota prescindible, sobre todo si es la de los pobres. Brindamos por ti, compañera.

Celia Zafra es periodista y activista por los derechos humanos.

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