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Columna
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Estopa y palabras

Se observa con alarma que el discurso de los políticos olvida el tono de los maestros y acepta la chabacanería como género

Juan Cruz

Por estos días cumple William Shakespeare 450 años, y EL PAÍS decidió conmemorar la efeméride esta semana con varios artículos. En uno de ellos, el novelista Javier Marías (cuyo propio padre, don Julián, cumpliría un siglo en junio, por cierto) hacía una reflexión que puede extrapolarse con cierta utilidad al ámbito de la vida política. Explicaba Marías en su invocación del gran poeta y dramaturgo inglés que la fuerza de Shakespeare es tan grande que hasta hoy sigue dando fuego y metáfora. Pero observaba también que muchos escritores, que seguro que lo leyeron en su juventud, no vuelven a él (como no vuelven a otros) para huir de la inquietante posibilidad de compararse o aprender.

Los grandes escritores del pasado son una luz y también una pesada sombra, se los leyó en la juventud, pero no se los transita luego porque, relata el autor de Negra espalda del tiempo, "resulta desalentador, disuasorio, incluso deprimente asomarse a las páginas más sublimes de la historia de la literatura" y comprobar que quizá es cierto que lo que uno pergeña no llegará a esas alturas verdaderamente excelsas. Así que es mejor "fingir que no han existido" ni Shakespeare, ni Cervantes, ni Dante, ni Proust…

Azaña sería para los políticos como para los escritores volver a Shakespeare
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Tiene razón Marías, eso sucede. Tengo otro amigo, Manuel Longares, que suele decir que cada vez que uno se pone ante el folio debe pensar que lo están mirando Cervantes o Valle, y luego ponerse a escribir sintiendo en el cogote la evidencia de que esas alturas son el primer argumento para la humildad.

Pero esa es otra cuestión. Lo que yo quería era trasladar la reflexión de Marías sobre "el olvido de Shakespeare", por decirlo así, al ámbito de la política. Pues se observa con alarma cada vez más creciente que el discurso de los políticos olvida el tono de los maestros y acepta que la chabacanería es un género, sobre todo en las campañas electorales. Ahora se inicia esta campaña sobre Europa; como si a los contendientes les pusieran en sus cámaras de entrenamiento un saco para poner a punto los puños de los boxeadores, han salido de sus respectivas madrigueras lanzándole estopa a los contrincantes.

En el barullo es probable que no lleguemos a entender en efecto qué quieren unos y otros que sea Europa. Las "voces bajas" de las que escribe Manuel Rivas hacen mucho bien a los oídos y a los argumentos. Pero se lanzan a gritar; es cierto que la gente los jalea, en los mítines y en los medios, "¡Dales estopa!, ¡dales caña!", como se hace por cierto con los periodistas de las tertulias, que ya van encendidos a los debates y ellos mismos se dan caña hasta hacer ininteligible sus soflamas… Los periodistas tampoco leemos a Shakespeare.

En el reciente debate sobre Cataluña habido en el Parlamento se produjo, me parece, una excepción; quizá por el temor a que cuestión tan delicada se perdiera entre gritos, los diputados mantuvieron un tono de sosiego que quizá decepcionó a los acostumbrados a la estopa. Lo cierto es que, aunque resulta probable que de este asunto no se comprenda nada, de lo que se dijo en las Cortes se entendió todo. Incluso un diputado catalán releyó ante los presentes parte de un discurso de Azaña. Pues a Azaña deberían ir los políticos, a su estilo y a su tono; salvando las lógicas distancias, para los políticos sería como para los escritores volver a Shakespeare y aprender tono, fuego y metáfora. 

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