Respuestas urgentes
La baja inflación que amenaza la recuperación europea enfrenta al FMI con Bruselas y el BCE
La economía mundial atraviesa por una fase de transición marcada por dos factores decisivos: la lenta salida de la recesión de la zona monetaria europea y el nuevo equilibrio entre Estados Unidos, que vuelve a tasas de crecimiento compatibles con la creación de empleo, y los países emergentes que, como China, van a reducir su ritmo de expansión. La reunión de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) ha tomado nota de estos reajustes de tendencia —la reactivación en Estados Unidos mejorará sin duda las expectativas internacionales de exportación—, en el marco general de un crecimiento económico todavía débil, y se ha declarado incapaz de aprobar la reforma interna de la organización que propone aumentar y redistribuir los recursos y las cuotas de decisión. La sombra de los republicanos bloquea la reforma en el Congreso.
Pero la advertencia principal surgida de esta reunión es la amenaza de deflación, todavía no concretada. El Fondo tiene razón cuando indica que las bajas tasas de inflación frenan la recuperación. Los análisis más optimistas —por ejemplo, el del ministro de Economía español— que subrayan los efectos positivos de la inflación baja (escaso deterioro de las rentas, aumento de la competitividad) caen fácilmente en la complacencia, porque con niveles persistentes de subidas de precios entre el 0% y el 1%, las consecuencias negativas (estancamiento de la demanda, dificultad para reducir el endeudamiento) superan con mucho los beneficios. La clave para un país como España (y para Europa) está en mantener tasas moderadas de inflación para minimizar el peso de la deuda.
El hecho es que, de manera más o menos soterrada, el FMI y el Banco Central Europeo tienen diferencias sustanciales de diagnóstico y tratamiento sobre el problema de la desinflación. El equipo de Lagarde ha expuesto con claridad que el BCE debe recurrir con rapidez a medidas monetarias no convencionales (por ejemplo, convirtiendo en negativo los depósitos en el BCE), porque existe una probabilidad elevada de que la reactivación europea simplemente se mantenga en niveles demasiado bajos para crear empleo. El BCE prefiere esperar a las estadísticas de precios de abril. Parece una cuestión de matiz, pero no lo es. Si el BCE confirma un lento repunte de la inflación en el área euro en lo que queda de año, digamos que en el entorno del 1%, ¿aceptará que tasas de esa cuantía comprometen la incipiente recuperación de la eurozona, en particular en los países periféricos, y activará la flexibilidad monetaria? Probablemente, no. Alemania manda. En esa hipótesis, habrá un impacto nocivo sobre el empleo en los periféricos.
Editoriales anteriores
El aviso del FMI debería tenerse en cuenta. Pero el muro de fondo es político. La eurozona no es un país, con un Gobierno y un Tesoro único y una deuda mutualizada, capaz de actuar según dicta la experiencia en casos de depresión o deflación. Es un remedo de confederación que opera con lentitud a instancias de Alemania. Y, además, hay unas elecciones en mayo.
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