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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Órdago de Putin

Europa y EE UU deben responder con firmeza a la amenaza rusa de usar la fuerza en Ucrania

La situación en Ucrania ha evolucionado en horas hasta el borde de la confrontación armada, como se temía con la estratégica península de Crimea como detonante. Quienes creían en la buena voluntad de Vladímir Putin para cooperar en la desactivación de la galopante crisis han tenido cumplida respuesta ayer, con la aprobacion contrarreloj por el Parlamento ruso de la petición del presidente para desplegar tropas en Ucrania. La actitud formalmente beligerante del Kremlin venía presagiada por inusuales movimientos militares en Crimea en las jornadas inmediatas, con la ocupación armada del Parlamento regional, de la televisión estatal y los nudos de telecomunicaciones.

Kiev ha anunciado que no se dejará arrastrar por las provocaciones de Moscú. En una situación como la actual, sin embargo, que ha llevado a la convocatoria urgente del Consejo de Seguridad, el naciente Gobierno interino de Ucrania tiene unos recursos más que limitados para contrarrestar la escalada rusa, de movimientos minuciosamente calculados. La aprobación en Moscú del envío de tropas coincidía con manifestaciones prorrusas en ciudades del este y el sur de Ucrania.

Solo desde el más irreal de los supuestos se podía pensar que Putin fuera a entregar Ucrania sin pelea. Al margen de la humillación personal y el aviso político que supone una revolución democrática triunfante a las puertas de Moscú, el neoimperial proyecto euroasiático del presidente ruso es una cáscara vacía sin Ucrania.

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En largas y apaciguadoras conversaciones con Obama y Merkel, Putin ha asegurado que no recurriría a la fuerza. La repetición de la imperial invasión de Georgia en 2008 está ahora fuera de lugar. El Kremlin prefiere disfrazar su anuncio de intervención —“estabilizadora”, según la Duma— como respuesta a la petición de ayuda del flamante primer ministro prorruso de Crimea, al que Kiev no reconoce.

El presidente ruso, que presumiblemente asocia la nueva situación con la tibieza de Europa y EE UU ante Georgia, ha decidido poner a prueba la respuesta de Kiev y de Occidente. La genérica advertencia de Obama sobre las consecuencias de una intervencion no parece haber impresionado a un Putin acostumbrado a hacer su voluntad impunemente en otros escenarios críticos, como Siria.

La Unión Europea y Washington tienen opciones limitadas para responder a la fuerza rusa en Ucrania. Esas opciones iniciales, que para ser creíbles exigen un frente sin fisuras, deberían abarcar desde severas sanciones económicas a la revisión del estatus de Moscú en las más relevantes instituciones comerciales y económicas internacionales. Y han de utilizarse de inmediato para hacer mella en una Rusia vulnerable política y económicamente. Putin debe recibir aviso solemne de que sus intentos para desestabilizar la emergente democracia en Kiev o forzar la secesión recibirán una concertada y robusta respuesta de las potencias occidentales. Está en juego hasta la misma paz en Europa.

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