El referéndum desde el punto de vista español
Hay todo un abanico de posibilidades que puede ofrecérsele a Cataluña
Voy a tratar de exponer, desde una perspectiva muy española, mi posición frente a las dos preguntas que los deseosos de organizar un referéndum en Cataluña acaban de formular. Es el punto de vista que creo más genuinamente español porque aspira a que se mantenga la unidad de España, algo que no ayudarán a hacer, a palo seco, la prohibición y el castigo. La prohibición y el castigo sin contrapartida solo frenarán el deseo de secesión a la corta. A la larga, lo radicalizarán.
Varias veces, en artículos referidos a esta materia, desde uno que publiqué en la revista Política Exterior en 1988 hasta en el de EL PAÍS después de la Diada de 2013, me he referido a la conciencia catalana de ser “un Estado frustrado”. Una realidad nada abordada por los que están deseosos de solucionar la incomodidad catalana en su relación con el resto de España. Si es una realidad no debe ser ni tapada ni reprimida. Únicamente, conducida.
No es reprobable que, por ser ilegal e inconstitucional, el Gobierno impida el referéndum. Pero sí que es reprobable que, al hacerlo, lo haga sin legitimidad moral. La legitimidad moral, en fundamentales aspectos, es superior a la legitimidad política. Y más eficaz. La legitimidad moral solo puede darse si se ofrece a Cataluña algo con que sacie su conciencia de “Estado frustrado”. La construcción de un Estado federal no es suficiente. Hay que seguir los modelos europeos que establecen dos tipos de regiones. Así lo hacen Reino Unido e Italia. También, incluso, aunque mínimamente, Portugal. En España, Navarra y Euskadi tienen ya una dimensión de Estado. Desde el punto de vista económico, Euskadi y Navarra no tienen una relación federal con el resto de España, sino confederal. Es en el ámbito de ese tipo de regiones donde debe situarse a Cataluña. No con el concierto económico por la dimensión desequilibrante que introduciría, sino en otros aspectos.
Es así como habría que suscitar la responsabilidad de Cataluña. Cierta responsabilidad aparece en el enunciado de las dos preguntas. En ellas se contempla la posibilidad de ser Estado sin dejar de ser España. El Estado español en la relación compleja que tiene ahora con Cataluña no está solo. Cuenta con el fortísimo apoyo del derecho europeo que convertiría a la Cataluña desmembrada, en su relación con Europa, en un Estado paria. Con ese resguardo tan seguro, el Estado no tiene por qué tener miedo. Puede ofrecerle a Cataluña lo suficiente para que la gran mayoría de los catalanes sienta que Cataluña tiene más posibilidades de ser y de actuar dentro de España que fuera de ella.
Euskadi y Navarra son confederales con el resto de España. Cataluña debe situarse en ese tipo de ámbito
Así lo viven, en Euskadi, consciente o inconscientemente, la mayoría de los vascos. El silencio de Euskadi en estos momentos es una lección política magistral. A lo largo de la historia, la diferente posición que tuvieron las élites de Euskadi en relación con las que Cataluña tuvo con el centro, les originó unos bienes que para Cataluña fueron males. Los vascos sacaron tajada de su vinculación a Enrique de Trastámara; a Isabel la Católica; a Carlos I frente a los comuneros; a Felipe IV en las guerras de Secesión y a Felipe V en la de Sucesión. No les ocurrió igual a los catalanes. En estas dos últimas guerras lo que encontraron fue una durísima derrota de dolorosísimas consecuencias. Aunque en dichas posturas junto al poder hubo coincidencias —como dice Suárez-Zuloaga— existió también mucho acierto.
Hay todo un abanico de posibilidades que pueden ofrecérsele a Cataluña. Su problema se arreglaría total y definitivamente si se cambiara solo una palabra de la Constitución. ¿Tan sencillo es el arreglo? Sí; tan sencillo en la forma, pero complicado en el fondo, porque oculta una dimensión de poder. El problema catalán quedaría totalmente solucionado si se sustituyera en el artículo 5 de nuestra Carta Magna la palabra Madrid por la de Barcelona. ¿Se imagina el lector cuál sería el resultado del preceptivo referéndum en que se pidiera a los ciudadanos su voluntad soberana acerca de dicho cambio? Si la Barcelona catalana tuviera en España las simpatías que tiene el Bilbao euskaldún, tal vez podría acariciar el triunfo.
No hace falta, sin embargo, llegar a tanto. Basta un generoso cambio constitucional. Es más importante el cambio en lo que se refiere a Cataluña que el cambio para el paso de las demás regiones, de autónomas a federadas. Que no vuelva a ocurrir lo que ocurrió con la Constitución y sobre todo, con la práctica que a ella siguió. Que un problema que necesitaba una solución profunda quedó sin el tratamiento necesario mientras que se iba inventando un desmesurado montaje territorial que a nadie se le hubiera podido ocurrir antes de su implantación.
Santiago Petschen es profesor emérito de universidad.
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