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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cosmética china

La campaña anticorrupción de Xi Jinping enmascara los ajustes de cuentas en las élites

Ji Jianye, alcalde de Nanjing, una de las principales ciudades de China, es la más reciente incorporación a la lista de funcionarios investigados por corrupción. Según la prensa local, afronta cargos por recibir millonarios sobornos inmobiliarios.

Cuando llegó al poder, el presidente Xi Jinping, también jefe del Partido Comunista Chino (PCCh), prometió que combatiría la corrupción y se llevaría por delante a “tigres y moscas”. El alcalde Jianye entra en la primera categoría. Como tigres eran también Liu Zhijun, exministro de Ferrocarriles, o Bo Xilai, poderoso miembro del Politburó y rival de Xi, ahora entre rejas. Sobre la fortuna acumulada por otro tigre ilustre, el ex primer ministro Wen Jiabao, se ha corrido, en cambio, un tupido velo. La lucha contra la corrupción parece haberse convertido en la forma más sencilla y rentable de ajustar cuentas y de resolver los conflictos internos en el aparato político.

Mientras, los llamamientos a la austeridad se multiplican. Los altos cargos moderan sus dispendios, los vehículos oficiales llevarán GPS para evitar el uso privado y es muy posible que en próximos congresos del partido desaparezcan los bolsos y la ropa de lujo. Xi Jinping intenta apaciguar así la creciente indignación de los ciudadanos ante la prepotencia, los abusos y la ostentación de los dirigentes. Sobre todo ahora que la crisis global ha enfriado el crecimiento económico, y que las disfunciones del sistema (desde las severas desigualdades sociales a la contaminación incontrolada, la burbuja inmobiliaria o los fraudes alimentarios) encuentran cada vez más respuesta en la calle.

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Con todo, la campaña de moralidad abanderada por Xi sería más creíble si, además de medidas cosméticas, atacara de raíz el origen de esa corrupción desbocada, que no es otro que la concentración de poder y dinero en las élites del PCCh y sus familias. No parece entrar en sus planes establecer controles y contrapesos, ni mecanismos de rendición de cuentas. Se trata más bien de preservar el poder de la burocracia comunista, no de limitarlo.

Digno hijo de la nomenclatura, Xi ha optado por desempolvar el estudio de la línea de masas o las sesiones televisadas de crítica y autocrítica para despertar la virtud en los funcionarios. Al tiempo, ha intensificado la represión contra activistas de derechos humanos, abogados, periodistas e internautas que reclaman transparencia y participación ciudadana.

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