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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Comunican

¿Cómo soportan los jóvenes tanta maquinita? Soy un viejo reaccionario, me hago preguntas ante lo que parece únánime e indiscutible

Juan Cruz

Ya comunican todos. Me han enseñado un corto (con Charlenne Deguzman) que pretende ser una sátira de nuestro tiempo. Los jóvenes celebran, hacen el amor, se juntan para comunicarse o quererse, y todos ellos llevan una maquinita con la que registran lo que celebran, el amor que hacen, los años que cumplen… Es atosigante, te vas quedando sin habla mientras lo miras no porque sea exagerado, sino porque se queda corto. Todos comunican, pero no se comunican.

Es terrible. Estuve en Fráncfort, la cuna mundial del libro como negocio, y allí vi que todos comunicaban, pero no se comunicaban. Se miraban sin verse, porque estaban pendientes de una luz de la estratosfera. En una de esas noches, una veterana agente literaria, Deborah Owen, la esposa del más elegante ministro que tuvo James Callagham en el Gobierno inglés, me hizo una pregunta a bocajarro sobre los jóvenes:

Las maquinitas han dejado fuera del empleo a millones de jóvenes de todo el mundo
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—¿Cómo soportan los jóvenes tanta maquinita?

Bueno, le dije, es la naturaleza; la naturaleza viene dentro de esos aparatos, ya no hay otra. “Sí”, me dijo, “le entiendo a usted muy bien, pero lo que quiero preguntarle”, me informó, “es otra cosa”. Ah, sí, dígame usted.

Ella no tiene ni Twitter ni Facebook ni se comunica de otra manera que de la manera en que aprendió a comunicarse en este oficio de juntar a la gente (autores, editores), gracias al verbo dicho o escrito, no al verbo tal como ahora parece imprescindible. Y lo que me quería decir era esto: “Cómo es posible que no haya una rebelión de los jóvenes contra aquellos que han inventado el futuro sin ellos”. ¿Cómo que han inventado el futuro sin ellos, si ellos son los que viven pendientes del futuro, si el futuro está relacionado con las máquinas que utilizan? Entonces Deborah me ofreció su argumento: “Las maquinitas han dejado fuera del empleo a millones de jóvenes en todo el mundo. Ahora todo se responde a través de una voz que no tiene persona detrás, ahora miles de jóvenes están siendo sustituidos por voces que vienen de la nada, nadie la inspira, nadie les da cuerpo. El desempleo ha sido reforzado gracias a las nuevas tecnologías”. Glup, le dije, así es la vida. “Sí, así es la vida, pero procede hacerse algunas preguntas. ¿Usted no se pregunta por qué los jóvenes españoles, que forman parte de la legión más grande de jóvenes desocupados de Europa, no se rebelan, no dicen algo en contra del mundo que los mantiene al margen?”.

Un día después estuve en Ciudad Real, en un foro de la juventud. Allí me preguntó una joven, probablemente estudiante, qué podrían hacer los jóvenes españoles ante lo que pasa. Me pareció interesante, en este mundo en el que nadie se comunica, que una veterana inglesa y una joven manchega (quizá manchega, en todo caso) se hicieran la misma pregunta, a tantos kilómetros de distancia, a tanta edad de distancia. Qué hacer. La vieja pregunta. Quizá Deborah hubiera tenido otra respuesta o lo hubiera comunicado mejor, pero yo le dije lo que sentía: que lo revolucionario ahora es saber más, profundizar, dejar de comunicar para comunicar mejor. Claro, soy un viejo reaccionario, me hago preguntas, como la señora Owen, ante lo que parece unánime e indiscutible y quizá ya todo eso está respondido. Estoy obsoleto, lo reconozco.

Me sorprendió, por tanto, que al llegar a la Redacción, al día siguiente, un compañero me mostrara ese corto en el que todos están celebrando como zombis, sin decirse nada, sin tocarse, sin sentirse. Pero comunicando. O jcruz@elpais.es

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