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Tribuna
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La hora del trabajo decente

La austeridad fiscal extrema ahoga las posibilidades de empleo equitativo y sostenible

Tres cuartas partes de los 3.000 millones de personas que trabajan en el mundo no tienen un empleo decente. Alrededor de 2.000 millones trabajan sin contrato y sin derechos, o sufren discriminación, o reciben una remuneración miserable, o están expuestos a accidentes o enfermedades laborales, o carecen de protección social; o padecen todas esas deficiencias a la vez.

En torno a 74 millones jóvenes buscan trabajo y no lo encuentran, mientras que 168 millones de niñas y niños se encuentran atrapados en el trabajo infantil, 85 millones de ellos en trabajos peligrosos perdiendo la salud y la vida en las minas, campos y talleres.

Este retrato desolador de la situación laboral mundial muestra cuan inmensa es la tarea para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que lleva cien años actuando a favor de los derechos laborales y del trabajo decente. La película es menos frustrante que la fotografía. En la última década, los ingresos laborales y el acceso a la protección social han crecido globalmente, sobre todo en los países emergentes. El trabajo infantil ha disminuido en un tercio, especialmente el trabajo peligroso, que se ha reducido a la mitad; y el número de niñas trabajando se ha reducido en un 60%. Esta notable rebaja no ha sido una consecuencia automática de la evolución económica, pues se ha dado en todas partes —con y sin crisis— y ha sido más intensa en los últimos cuatro años. El avance ha sido posible porque más países han ratificado los Convenios de la OIT y se han llevado a cabo programas de cooperación para cumplirlos; y porque la escolarización infantil —contemplada como prioridad en los Objetivos de Desarrollo del Milenio— se ha extendido en todo el mundo, reduciéndose a la mitad el numero de niños sin escolarizar. Todos estos logros demuestran que la agenda social puede avanzar si se implementan las medidas adecuadas.

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Pero la evolución de las desigualdades y los impactos de la crisis están dando señales de alarma que no conviene menospreciar. Hoy, un pequeño grupo de apenas el 0,5% de la población acumula el 35% de la riqueza mundial, mientras que el 20% más pobre solo tiene acceso al 2%. Nunca en la historia de la humanidad la riqueza había estado tan desigualmente distribuida. Aunque cientos de millones de personas han mejorado su situación en las últimas décadas, el ritmo de cambio es demasiado lento y la crisis del empleo amenaza los avances conseguidos, provocando una situación social explosiva. Además, los impactos del cambio climático amenazan con provocar migraciones masivas y la pérdida irreversible de recursos naturales y de millones de empleos.

Nunca la riqueza había estado tan desigualmente distribuida 

El colapso financiero de 2008 ha abierto una crisis global sin precedentes, que se ha extendido rápidamente por todo el mundo. Sus efectos no han sido iguales en todos los países, pero han dejado tras de sí una importante destrucción de empleo, agravando la situación de subempleo mundial. La crisis ha frenado el desarrollo en las economías emergentes y ha puesto en riesgo avances conseguidos en los últimos años, erosionando conquistas sociales que se daban por consolidadas en los países industrializados.

Las políticas de austeridad extrema aplicadas en Europa para los países periféricos de la eurozona no solo han elevado la destrucción de empresas, el desempleo, el riesgo de pobreza y la desigualdad social a niveles insoportables, sino que tampoco han servido para reducir el déficit y la deuda pública, que se ha disparado en todos ellos.

La austeridad fiscal extrema ahoga las posibilidades de la recuperación económica y toda posibilidad de cambio hacia un modelo centrado en la creación de empleo, inclusivo, equitativo y sostenible. El desempleo y las desigualdades no solo afectan a las personas excluidas que las sufren de forma directa, sino que además inhiben el desarrollo, la estabilidad democrática y la justicia social para todas y todos. “La justicia social", nos recuerda el director general de la OIT, Guy Ryder, "tiene un carácter multidimensional; sin embargo, al igual que a finales del siglo XIX, el mundo del trabajo es hoy el núcleo del descontento y debe formar parte integrante de la solución, configurando un orden mundial diferente y más justo para el futuro”. Es la hora del trabajo decente.

Joaquín Nieto es el director de la Oficina de la OIT para España.

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