Las conversaciones de Ginebra son clave para Siria
Un compromiso militar por parte de Occidente provocará una escalada mayor de todas las partes implicadas
Javier Solana es Presidente de ESADEgeo, el Centro de Geopolítica y Economía Global de ESADE, e investigador distinguido en la Brookings Institution.
Se ha tardado casi un año en desempolvar el comunicado de Ginebra sobre Siria de junio de 2012 y en conceder un nuevo intento a la diplomacia. El acuerdo del mes pasado entre el secretario de Estado, John Kerry, y el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, para poner en marcha un nuevo proceso político, Ginebra II, significa una importante oportunidad. Una oportunidad que, sometida a una intensa presión, está ya languideciendo.
Pero después de dos años de destrucción y de 80.000 muertes, y tras el anuncio de la Casa Blanca del uso de armas químicas por parte del régimen de Al Asad, es precisamente esa audaz y ambiciosa estrategia política, en vez de la acción militar, la que todavía ofrece la mejor –y quizá la única—oportunidad de evitar un sufrimiento, una radicalización y una implosión regional aún mayores.
Para tener éxito, Occidente tiene que reforzar urgentemente su capacidad de maniobra diplomática y hacer del final del conflicto una prioridad, por encima de ambiciones políticas más amplias. Lo que llevará implícita una real búsqueda de acuerdos para asegurarse de que todos los actores principales, internacionales y regionales, tengan una participación suficiente en el proceso para poder respaldarlo plenamente, y así presionar a sus aliados en Siria para que hagan lo mismo. Será preciso llegar a compromisos desagradables, en particular el de aceptar que el destino de Bachar el Asad sea más un asunto a tratar que una condición previa al proceso de transición y que Irán tiene que desempeñar un papel en cualquier proceso diplomático al respecto. En beneficio de los intereses de Siria, de los de toda la región y de la seguridad occidental, ese debería ser ahora el imperativo estratégico.
Las voces de Occidente en favor de una solución militar, ya se trate del establecimiento de zonas de exclusión aérea, del suministro directo de armas a los rebeldes sirios o de operaciones militares contra objetivos gubernamentales, se han hecho cada vez más insistentes. Se argumenta que ese será el único modo de inclinar la balanza contra Asad y de obligarle o bien a hacer concesiones significativas, o bien a la capitulación.
La mejor estrategia para acabar con la lucha es la presión internacional sobre las dos partes enfrentadas
La reciente decisión de Rusia de proporcionar al régimen nuevos misiles antiaéreos y cazas MIG ha sido una predecible respuesta al final del embargo de armas por parte de Europa y al creciente apoyo de círculos gubernamentales franceses y británicos a un suministro de armamento a los rebeldes.
En vez de garantizar un espacio humanitario y de impulsar una transición política, un compromiso militar en Siria por parte de Occidente probablemente provocará una mayor escalada de todas las partes implicadas. La entrada de Hezbolá en el conflicto rompe la balanza a favor de uno de los bandos (el del régimen), profundizando y agravando la guerra civil. La idea de que Occidente puede dotar de poder y controlar a distancia a las fuerzas moderadas es, en el mejor de los casos, optimista. La escalada engendra escalada, y la paulatina expansión de la misión es un resultado predecible si Occidente emprende la senda militar.
La oposición siria y sus partidarios en la región interpretarán el apoyo militar occidental como la señal de que funciona su ya vieja estrategia de atraer a Occidente para alcanzar una victoria total, con la consecuencia de que se verán menos inclinados aún a involucrarse políticamente y abandonar el maximalismo.
En ese contexto, ha llegado el momento de un verdadero –y hasta ahora no probado—impulso político por parte de los actores occidentales. Mientras se sostenga el argumento de que la oposición primero necesita fortalecerse, nunca habrá un momento ideal de cambiar del camino de luchar al de hablar, y mientras tanto la devastación continúa.
Esa es la razón por la que participar en Ginebra II y hacer que funcione –aunque sea gradualmente y al principio de forma titubeante—tiene que convertirse en el primer asunto que abordar. Como sostiene un reciente informe del Consejo Europeo para las Relaciones Exteriores: Siria. El imperativo de poner freno a la escalada, el consenso internacional es un absoluto prerrequisito para atraer a las partes enfrentadas hacia un espacio en el que las negociaciones políticas puedan imponerse. De tal manera que no puede haber condiciones previas en las conversaciones y todas las partes tienen que ser invitadas a la mesa, incluido Irán si también se va a presionar a Asad. Ese informe sugiere que la agenda para Ginebra II debería derivarse del comunicado de Ginebra acordado hace ya un año, y centrarse en una transición política pactada, preservando la integridad territorial de Siria, el acceso a la asistencia humanitaria y aplacar la violencia y una mayor militarización.
A los aliados de Occidente en el Golfo y Turquía, que respaldan a la oposición, solamente se les convencerá si norteamericanos y europeos abogan por una inequívoca opción por Ginebra II, en vez de cubrirse diversificando sus apuestas. El presidente Obama necesitará comprometerse personalmente con Ginebra II y hacer de ello una prioridad en su reunión con el presidente Vladimir Putin en el marco del G-8 a finales de este mes.
Un acuerdo internacional marcaría un decisivo retorno a la escena de la política. Mientras nadie espera que el conflicto termine pronto –Siria está demasiado polarizada e inundada de armas—un genuino compromiso internacional a favor del desarrollo de un proceso político marcaría un cambio de trayectoria. Dada la creciente dependencia política, militar y financiera de apoyos externos por las dos partes, la presión internacional conjunta que incite a ambas a un acuerdo de reparto del poder representa la mejor estrategia para que finalmente se pueda poner término a la lucha. Supondrá dar un paso decisivo hacia el enfriamiento de las ambiciones absolutistas de las partes enfrentadas, aumentando el incentivo para hacer un trato, especialmente a medida que se implanta la fatiga por el conflicto.
Dado el ciclo de intensificación en curso, avivado por los anuncios de nuevas provisiones de armamento, las restricciones acerca de qué países pueden tomar parte en las conversaciones, y las precondiciones deseadas, Ginebra II está ya contra las cuerdas. Estados Unidos y Europa necesitan actuar urgentemente para invertir esa tendencia. La triste alternativa es la de una escalada respaldada internacionalmente que puede dejar a Siria y a la región en un estado de ruina permanente, cuyo desbordamiento tendría probablemente unos efectos mucho más próximos a nosotros.
Javier Solana es Presidente de ESADEgeo, el Centro de Geopolítica y Economía Global de ESADE, e investigador distinguido en la Brookings Institution. Jaap de Hoop Scheffer ha sido secretario general de la OTAN y ministro de Asuntos Exteriores de Holanda.
Traducción del inglés de Juan Ramón Azaola
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