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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Contra la homofobia

Los Gobiernos democráticos deben mantener la presión para atajar la discriminación social

El reconocimiento del matrimonio entre homosexuales se está abriendo paso. Tras la decisión de Brasil de legalizarlo en todo el territorio, adoptada el miércoles por su Consejo Nacional de Justicia, 15 países lo permiten ya a lo largo del mundo, además de estar reconocido en amplias zonas de México y Estados Unidos. Solo en el último año y medio se han incorporado a este todavía pequeño club, además del gigante sudamericano, Dinamarca, Nueva Zelanda, Uruguay y Francia. En España, uno de los países pioneros en permitir el matrimonio homosexual (en 2005), el Tribunal Constitucional confirmó su legalidad en noviembre pasado.

El atávico e irracional rechazo social a la homosexualidad y a los transexuales dista mucho de haber desaparecido. La homosexualidad es todavía ilegal en 78 países (el 40% del total), según datos de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gais y Transexuales. En algunos de ellos, como Uganda o Camerún, la caza al homosexual se traduce en el acoso permanente y se salda con detenciones, palizas o asesinatos. En cinco países —Mauritania, Sudán, Arabia Saudí, Yemen e Irán— y en zonas de Somalia y Nigeria las relaciones homosexuales se castigan con pena de muerte.

Editoriales anteriores

Terminar con la homofobia y la intolerancia a la transexualidad es un imperativo de justicia que llevará su tiempo. Incluso en Europa, donde la tolerancia y la integración es elevada, los homosexuales sienten la discriminación en sus vidas cotidianas. El 47% de los ciudadanos de la Unión Europea así lo perciben, según la Agencia de los Derechos Fundamentales, y el 44% dice sufrir burlas, comentarios despectivos o conductas negativas en su entorno.

La campaña francesa a favor del “matrimonio para todos” se ha visto empañada por actos homófobos e incluso violentos, lo que da idea de la facilidad con la que se puede retroceder en estas conquistas sociales. De ahí la necesidad de mantener desde las instituciones democráticas la presión para la completa integración de las diversas orientaciones sexuales y defender los derechos de todos —incluido, por supuesto, el de la filiación—. En tal batalla es imprescindible desoír a instituciones que, como las religiosas de diferentes credos, intentan imponer una arcaica y cruel visión que solo genera sufrimiento.

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