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EL RETRATO
Tribuna
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Mitad artista, mitad guerrero

El director de 'As' repasa la leyenda de Di Stéfano

Di Stéfano celebra un gol en el partido de ida de semifinales de la Copa de Europa entre el Real Madrid y el Vasas de Budapest en el Bernabéu, el 2 de abril de 1958.
Di Stéfano celebra un gol en el partido de ida de semifinales de la Copa de Europa entre el Real Madrid y el Vasas de Budapest en el Bernabéu, el 2 de abril de 1958.

El próximo 23 de octubre se cumplirán 50 del partido Inglaterra-Resto del Mundo que se disputó, con todo boato, en el viejo Wembley para celebrar el centenario de la creación del fútbol. Di Stéfano fue capitán de la Selección del Resto del mundo. Me pareció en aquel momento que no le cabía mayor honor a un futbolista. Aún me lo sigue pareciendo.

Para todos los europeos que ya seguían el fútbol en aquella época, empezando por el hoy presidente de la FIFA, Joseph Blatter, Di Stéfano sigue siendo el mejor jugador de todos los tiempos. Después de un arranque brillante y fugaz en Argentina, se marchó a Colombia, al Millonarios, donde se creó un campeonato pirata, construido sobre la base de reclutar jugadores de toda Sudamérica (y aun algunos europeos) sin pagar traspaso. Allí jugó Di Stéfano cuatro años, como extraordinario agitador y goleador de su equipo, que fue conocido como El ballet azul. La FIFA arregló aquel cisma, quizá el mayor problema que ha sufrido el fútbol en el plano profesional-internacional, con el llamado pacto de Lima, una de cuyas consecuencias sería el diabólico caso de la doble contratación de Di Stéfano en España, por el Barcelona y el Madrid.

La primera vez que vino aquí fue en 1952, en las Bodas de Oro del Madrid. Aquel nueve rubio que se movía por todas partes y marcaba goles con facilidad impresionó a todos. El Barça fue por él, vía River, a donde debían volver sus derechos en 1954; el Madrid, vía Millonarios, que aún era propietario de su ficha, pero que no lo podía vender sin permiso de River. Cada club tenía un papel, pero le faltaba el otro. La FIFA dictó que jugara en el Madrid las temporadas primera y tercera, en el Barça las segunda y cuarta y que, pasado ese tiempo, se reabriera la cuestión. Así empezó la primera campaña, la 53-54, y a las seis jornadas, en vísperas justo de un Madrid-Barça, el club catalán decidió vender su parte al Madrid. Renunció a sus dos años a cambio de la cantidad que tiempo atrás había dado a River más unos intereses.

Para cuando llegó Di Stéfano, el Madrid no tenía más que dos Ligas, ambas durante al República. Desde que él llegó, en sesenta años ha ganado tantas ligas como todos los demás equipos juntos. Al segundo año de su aparición se creó la Copa de Europa, a la que el Madrid acudió sistemáticamente con él, derecho que renovaba una y otra vez por ganar la competición, hasta que dejó de ganarlas y empezó a acudir como campeón de Liga. Di Stéfano jugó nueve veces la Copa de Europa. Ganó cinco y otras dos veces llegó a la final. Las cinco que ganó fueron las cinco primeras, de forma consecutiva, y en todas aquellas finales marcó al menos un gol. Ganó dos Balones de Oro, si bien una vez le declararon “fuera de concurso”, y ganó el francés Kopa, en 1958. La leyenda universal del Madrid nace de esos años. El Madrid desplazó al Athletic de Bilbao de la condición de equipo favorito del país. Una España pobre, aislada y emigrante se enorgullecía del equipo que lideraba un hombre elevado a la condición de sonido victorioso en la radio, donde su nombre resonaba como un latigazo.

Mitad artista, mitad guerrero, tenía el trabajo de los modestos, la elegancia de Zidane y la contundencia de los mejores goleadores. Más de una vez se le vio sacar un balón de la raya y llegar al remate, o marcar en un contraataque fulminante. No era tan técnico como Kubala, ni su disparo era el de Puskas, ni su velocidad la de Gento, ni su regate el de Kopa. Pero era el segundo en todas esas cosas y, por agregación, el mejor de todos. Su último partido con el Madrid fue una final de Copa de Europa. Aquel año el Madrid había sido campeón de Liga. Él, con 37 años largos, seguía siendo titular y figura. Pero tuvo que irse para dar paso a una renovación en el equipo y aún jugó dos años en el Español. Se retiró casi con cuarenta.

Aquel Balón de Oro que le debían se lo devolvieron cuando se cumplieron los treinta años del galardón y France Football le concedió “el Balón de Oro de los Balones de Oro”. Una reparación y un gran honor para un jugador que por unas cosas y otras (la fuga de Argentina, una mala tarde ante Suiza que nos privó de Suecia-58, una lesión cuando España fue a Chile-62…) se quedó sin jugar un solo Mundial.

Pero yo aún sigo pensando que su mayor honor fue capitanear a la Selección del Resto del Mundo en la solemne fiesta de Wembley. Y su mayor logro, haber sido causante de que el Real Madrid fuese proclamado Mejor Club del Siglo XX. En aquella gala, el premio al mejor jugador hubo que repartirlo entre Pelé y Maradona tras una pelea de vedettes. Pero el de mejor equipo no tuvo duda: fue para el Madrid y lo cogió Di Stéfano, alma mater de aquella gesta.

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