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Columna
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La verdad

Es maravillosamente cierto que algo he aprendido, aunque sea poco; que ya no aspiro a la grandeza

Rosa Montero

Otra de las consecuencias negativas de la crisis es la comedura de coco que produce. O sea, no solo nos empobrece económicamente sino también mentalmente, porque convierte la corrupción, la indignidad política y el dolor social en temas obsesivos, como si fueran la única realidad existente, los únicos asuntos de los que poder hablar. Pero no es cierto: la vida es mucho más. Una vez un autor novato le pidió a Hemingway que le aconsejara sobre qué temas debería escribir, y el americano contestó: “Escribe la cosa más verdadera que conozcas”. Hemingway me cae mal y creo que está muy sobrevalorado (salvo en sus cuentos), pero siempre he admirado la sencilla sabiduría de esta respuesta.

De modo que voy a intentar seguir el consejo. ¿Qué es lo más verdadero que conozco? No es fácil saberlo. Hay que detenerse y desnudarse para poder mirar. Es verdadera mi edad, la ya larga memoria de lo ganado y lo perdido, los errores cometidos, la ilusión quizá pueril de poder enmendarlos, de ser capaz de reinventarse una y otra vez. Son verdaderos los amigos con los que he crecido, hermanos de trayecto. Y el orgullo y la gratitud de saber que hay personas que me quieren y a las que quiero. Es maravillosamente cierto que algo he aprendido, aunque sea poco; que ya no aspiro a la grandeza; que mi ambición es el aquí y el ahora, la serenidad, la pequeña vida vivida con los otros. Todo esto, tan sencillo, es bastante difícil de lograr. Es verdad que el mayor placer es la belleza, un paisaje hermoso, una música, un libro; pero también, y sobre todo, es bella cierta gente, tipos que conoces, historias que te cuentan. Es verdadero mi convencimiento de ser una más entre muchos; de pertenecer a esta modesta cosa que es lo humano; y es cierto, en fin, que soy capaz de escribir esta ñoñería sin avergonzarme (o solo un poco) mientras miro llover en Buenos Aires y disfruto de la alegría de estar viva.

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