Jetas
Produce náuseas el refinamiento y la indecencia con que se está procediendo al desmantelamiento de la esperanza, y a la prolongación de la pobreza, más allá de esta generación y de la siguiente.
Resulta difícil conciliar el sueño cuando se tiene el estómago repleto del vómito que no cesa, de la repugnancia que provoca ver a los Blesa de Bankia y a los últimos presuntos de la alcaldía de Sabadell y del PSC desgranar en un solo telediario las mismas fastidiosas excusas. Es probadamente imposible dormir de un tirón con la puñalada agria de la fría premeditación destructiva del Gobierno, de los Gobiernos, cuando hablan de que las víctimas resucitarán gracias a que cada vez las estrangulan más y mejor. El desnudo cinismo de los poderes y de los grandes mangantes y de los carroñeros y de los retrógrados ha quedado tan a la vista que produce peritonitis nocturna recordar sus repugnantes hechuras y saber, sobre todo saber que, cuando despertemos, los asesinos seguirán ahí. Porque no han concluido su tarea.
Produce náuseas el refinamiento y la indecencia con que se está procediendo al desmantelamiento de la esperanza, y a la prolongación de la pobreza, más allá de esta generación y de la siguiente. Resulta que, primero, se roban el país y a continuación venden al peso a sus habitantes. El arte de desvalijar no ya el futuro sino el mismo presente ha alcanzado tal refinamiento que nosotros podremos decir, si sobrevivimos con voz, que fuimos testigos —y víctimas— de la Gran Involución, la Helada Histórica.
No es un hecho ineluctable. Tiene que convertirse, este saqueo, en el pórtico que precede a la calentura de la lucha en común. “Cada vez que paso por el banco que me hundió me vienen ganas de entrar para mirarles a la cara”, decía anoche por radio un pequeño empresario reducido a buscar inútilmente trabajo. Mirarles a la cara: eso ya lo hacemos gracias a la tele. Lo siguiente debería ser rompérsela, a fuerza de solidaridad e indignación: judicialmente, claro.
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