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La dificultad de sobrevivir a Gianni Versace

Quince años después del asesinato del diseñador, su imperio aún afronta un futuro incierto Se jactaba de no creer en el buen gusto, crear una raza de supermodelos y aliarse con la fama

Gianni Versace, fotografiado en 1990 en Madrid.
Gianni Versace, fotografiado en 1990 en Madrid.BERNARDO PÉREZ

Hay efemérides que invitan a gestos rimbombantes. En el décimo aniversario del asesinato de Gianni Versace, su hermana, Donatella, congregó a la plana mayor de celebridades y amigos (es lo mismo una cosa que la otra) a un ballet de Maurice Béjart, el coreógrafo con quien colaborara estrechamente el diseñador, en la Scala de Milán. Esta vez, por el 15º aniversario, que se cumple mañana, la marca no ha anunciado nada. Pero el cariz emotivo podría rastrearse en su vuelta al Ritz de París. Ahí presentó por vez primera y última el modisto calabrés su colección de alta costura, y ahí se celebró el 1 de julio el desfile de la renacida Atelier Versace. Más allá de su memoria, sí que hay algo que celebrar. Que la cuenta de resultados de Versace, tras años en números rojos, recuperó el balance positivo en 2011 ingresando 8,5 millones de euros.

Esta inestabilidad constante tiene una explicación: frente a los grandes conglomerados (Gucci o LVMH), Versace continúa siendo independiente. La propia Donatella confirmaba hace un par de semanas a Women’s Wear Daily (WWD): “No quiero vender, pienso aferrarme a esta empresa con uñas y dientes”. Lleva haciéndolo desde que Gianni la puso al frente de los accesorios y de la línea joven, Versus, en 1989. Junto a él vivió la gestación del fenómeno de las supermodelos encabezado por Claudia, Linda y Naomi. Y descubrió la importancia de un vestido en la alfombra roja. Y lo mucho que la moda necesitaba a las superestrellas. Y, con ella, el resto de la industria.

Gianni Versace siempre atribuyó el “gusto por lo vulgar” a su educación en el barrio rojo de Calabria, al sur de Italia, donde convirtió el taller de costura de su madre en su patio de juegos, y el aspecto de las prostitutas que se vendían calle abajo, en un código estético para nuevas ricas. Junto a su hermano mayor, Santo, fundó en Milán la marca bajo su apellido en 1978. Pero no fue hasta los noventa cuando puso el mundo patas arriba, en concreto, llevando a Nueva York una colección sadomasoquista que sedujo y escandalizó por igual. Quizá parte del éxito del rejuvenecer de la marca se deba a que Lady Gaga la haya reivindicado en su última gira y sus videoclips. O a que el logo de la medusa y las grecas refulgentes convocaran colas y colas de chavales a las puertas de H&M en su reciente colaboración low-cost.

Donatella Versace, junto a su hija, Allegra, a su llegada al desfile del estreno de Raf Simons en Christian Dior, en París, el 2 de julio.
Donatella Versace, junto a su hija, Allegra, a su llegada al desfile del estreno de Raf Simons en Christian Dior, en París, el 2 de julio.PASCAL LE SEGRETAIN (GETTY)

Pero Gianni entonces no soñaba con eso. Las celebridades comían de su mano. Prestaba su palazzo del lago Como a Madonna o invitaba a Lady Di a pasar allí las vacaciones. Michael Jackson paseaba sus creaciones por el mundo. Se iba de juerga con Elton John. Vivía obsesionado con el lujo. Y con batir a Giorgio Armani, su único rival posible, el número uno en ventas en Italia. Tras el asesinato a tiros de Gianni, a manos del chapero Andrew Cunanan, en la escalinata de su mansión de Miami, a Armani le gustaba quitar hierro a este enfrentamiento evocando un encuentro casual de ambos, una tarde de calor, en otras escaleras, las de la plaza de España, en Roma. “¿Sabes, Giorgio?”, le dijo. “Tú vistes a mujeres elegantes. Yo visto a furcias”.

A su muerte, a los 49 años, dejaba un imperio de 807 millones de dólares. Gianni poseía el 50% de la compañía; Santo, la cabeza comercial, el 30%; y Donatella, la musa, el 20%. Cuál fue su sorpresa al leer el testamento sellado el 16 de septiembre de 1996 en una notaría milanesa. Versace legaba su parte a su sobrina Allegra, fruto del matrimonio de Donatella con el exmodelo Paul Beck, de tan solo 11 años, que no podría acceder a esta fortuna hasta los 18. A su sobrino Daniel, hijo pequeño de Donatella, que contaba 6 años (ahora tiene 20 y es músico de rock en Londres), le cedía su colección de arte, cuajada de warhols y lichtensteins, inspiradores y amigos personales del diseñador.Y al exmodelo Antonio D’Amico, su novio de tres lustros, un sueldo vitalicio y el derecho a utilizar sus casas en Milán, Miami, Nueva York y lago Como. Pero Donatella, que nunca había ocultado la poca simpatía que profesaba por D’Amico, se las arregló para recortarle legalmente el salario y las estancias.

Tras su muerte, Armani restaba rivalidad entre ambos evocando un encuentro casual en Roma: “¿Sabes, Giorgio?”, le dijo Versace. “Tú vistes a mujeres elegantes. Yo, a furcias”.

Pronto afloraron las luchas intestinas en Versace. En las pasarelas del cambio de siglo, la exuberancia y el poder sexual habían dejado paso a una moda más romántica y ensoñadora, liderada por Marc Jacobs o Miuccia Prada. La medusa languidecía. Vendieron sus mansiones. Casa Casuarina, el escenario de la tragedia, que ha terminado siendo un hotel de lujo, a la baja, por 17 millones de dólares (ahora está de nuevo en venta y es la casa más cara de Estados Unidos: 125 millones de dólares). Subastaron 25 picassos. Cerraron tiendas (como las de Madrid y Barcelona). En 2004, la propia Donatella tocó fondo e ingresó en una clínica para rehabilitarse de su adicción a la cocaína. Ese año, las pérdidas de la empresa ascendían a 120 millones de euros. Encargaron a Giancarlo di Risio, gestor proveniente de Fendi (parte de LVMH), su reflote. Se cargó las fastuosas presentaciones de alta costura y centró esfuerzos en vender complementos.

Fue entonces también cuando Allegra cumplió la mayoría de edad. Pero ella quería ser actriz. Le rogó a su madre que le dejara probar suerte y esta le dio un plazo de cinco años. Transcurrido este tiempo, en 2011, Allegra entró en el consejo de administración del grupo. “Al principio no quería, pero me lo ha pedido mi madre”, confesó entonces a La Repubblica, en una de sus escasísimas entrevistas.

Cuando contaba 20 años, sus padres afrontaron los rumores sobre su frágil estado de salud con un comunicado: “Allegra ha estado combatiendo la anorexia”, y se extendían en su voluntad de ayudarla a afrontar la enfermedad y, sobre todo, protegerla del embiste mediático. Aún hoy, con 26 años, le persigue ese titular. Sin embargo, su madre insiste en suavizar su imagen blindada. Acudieron juntas a la alta costura de París y presumía de las virtudes de la sucesora en WWD: “Trabaja en el equipo de diseño. Es inteligente y está preparada, pero se lo toma con humildad, y en ningún caso tiene trato de privilegio”. Quizá, después de todo, el imperio Versace continúe siendo un asunto de familia.

El Museo del Traje de Madrid rinde homenaje a Versace con la exposición '15 años sin Gianni', que puede visitarse hasta el 14 de octubre.

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