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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Autoestima futbolística

Vicente del Bosque debe ser el espejo deportivo en el que mirarse

SOLEDAD CALÉS

La selección española de fútbol jugará el domingo en Kiev la final de la Eurocopa, la tercera desde que ganó la Eurocopa de 2008 y  el Mundial de 2010. Los españoles aposentados ante el televisor se dividen, como en todo gran acontecimiento, en dos grandes facciones. Unos creen que la euforia inyectada por los éxitos de la selección sostiene la autoestima de un país con un 23% de tasa de paro, el diferencial de deuda en límites casi insostenibles de financiación y un sistema bancario intervenido; otros consideran que, a no ser que un triunfo el domingo en Kiev cercene la prima de riesgo, la expansión emocional es efímera y la carga el diablo. Unos, periodistas incluidos, se dejan ganar por el patriotismo (“la más fácil de las virtudes”, decía Hilaire Belloc), las lágrimas de emoción, el “¡a por ellos, oé!” y la exaltación de lo hispano; otros no encuentran consuelo en el pasto a la falta de crédito, el paro que estrangula la renta familiar y la amenaza de convertir España en un puerto franco con el casino de Adelson. Ni siquiera gozan con la violenta antinomia de un Sergio Ramos lanzando un penalti a lo Panenka, con tanto arte y eficacia como el deificado Pirlo.

Algunos cabos sueltos se sustraen a las mareas dominantes, que, por cierto, confluyen en el cause común de humillar a Alemania. Por ejemplo, las tertulias deportivas de extremo centro que mascullan contra La Roja porque no es la rojigualda y cuenta con demasiados catalanes. Luego están los comentaristas deportivos exquisitos, los que quieren hacerse perdonar los gritos histéricos en los goles de La Roja con análisis espesos sobre el doble pivote y el falso nueve, anestesiantes como el prospecto de un jarabe contra el catarro.

Y está, por último, el gran verso impar, el entrenador Vicente del Bosque. Un señor serio, guardián celoso del patrimonio balompédico nacional (y, por tanto, susceptible, como el jefe galo Abraracúrcix), hierático como un samurái, que no se alegra de los triunfos por no ofender. A diferencia del ámbito político, donde no existen modelos reseñables de conducta, la sociedad española cuenta con dos referentes deportivos donde mirarse: Del Bosque y José Mourinho. ¡Superman, tú que todo lo puedes, acércanos al patrón de comportamiento del entrenador de La Roja!

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