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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa empieza a girar

La Unión ensayará una política económica que mezcle la ortodoxia con estímulos suaves

La minicumbre de Roma que reunió ayer a los mandatarios italiano, alemán, francés y español para aunar posiciones ante el Consejo Europeo de final de mes parece marcar el inicio de un giro en la política económica europea. Los cuatro líderes abonaron la perspectiva de completar el saneamiento de las finanzas públicas a través de severas políticas de austeridad con una agenda de crecimiento que, sin negar lo anterior, haga más hincapié en dinamizar la economía como antídoto de la recesión y como paliativo de los sacrificios exigidos para ajustar el déficit.

La agenda del crecimiento, que debe concretarse en un calendario y un detallado programa de actuaciones, calca el plan lanzado por el nuevo presidente francés, François Hollande, coreado por sus correligionarios socialdemócratas de la UE y reivindicado por la Comisión y el Parlamento Europeo: una inyección de 130.000 millones en la economía real, el equivalente al 1% del PIB de la UE, a través de mecanismos como el refuerzo del capital del Banco Europeo de Inversiones, la reorientación de los fondos estructurales presupuestarios, los bonos-proyecto para infraestructuras... Con recursos del mercado y del nuevo impuesto sobre las transacciones financieras, una versión de la famosa tasa Tobin, al que precisamente ayer el Ecofin dio luz verde (aunque como programa de un cierto número de socios, no de todos ellos).

El alumbramiento de ese nuevo y estimulante plan de acción —que no incluirá en una primera fase la mutualización de la deuda en forma de eurobonos y de un Tesoro único— ha sido posible solo cuando la canciller alemana se ha convencido de su necesidad para preservar el Tratado de Estabilidad fiscal que garantiza la disciplina presupuestaria de los Veintisiete; de que resultaba imprescindible para que su principal pareja de baile, Francia, asumiese el ya viejo, aunque todavía no ratificado, texto de tratado internacional; de que era condición sine qua non para que su oposición doméstica abonase la estrategia de austeridad; y, especialmente, tras las presiones de Barack Obama y del FMI, que consideran ineludible un plan de este tipo para sortear la recesión europea y el consecuente estancamiento de la economía mundial.

Europa va a ensayar así una novedosa combinación de política económica ortodoxa con un keynesianismo suave. Pero, si la perspectiva a medio y largo plazo parece aclararse, en lo inmediato seguirán prodigándose las escaramuzas. La encarnada por las demoras del ministro español de Economía en el Eurogrupo a cuenta del rescate bancario no es muy edificante. Puede ser interpretada como una muestra de la escasa atención al hecho de que las grandes reformas en curso, incluida la proyectada unión bancaria, difícilmente podrían ser aplicadas en las próximas semanas al caso español si se prolongaran las maniobras dilatorias. Tomar nota de ello ahorraría a España algunos esfuerzos inútiles. Y un alto coste de imagen.

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