Cincuenta años de contrato
Los Reyes han estado medio siglo unidos por España y por la corona Han decidido no celebrar sus bodas de oro el próximo lunes. Ni en público, ni en privado
Lo suyo no fue un flechazo y sí una estrategia bien elaborada por Federica de Grecia, empeñada en buscar un príncipe para su hija mayor, Sofía. Era costumbre de la época que los miembros de la realeza se casarán entre sí. Por eso fue muy celebrada la idea de Federica de organizar un crucero en 1954 para solteros aristócratas.
En ese barco por las islas griegas iba Juanito, el hijo de los condes de Barcelona, exiliados en Estoril. El futuro del hijo varón del aspirante a Rey de España era entonces muy incierto. Franco le tutelaba, pero no había decidido todavía qué hacer con él. Juanito tonteaba por entonces con María Gabriela de Saboya. Y Sofía estaba enamorada de Harald de Noruega. Cuando desembarcaron, se despidieron sin más. No fue hasta seis años después cuando Federica logró que Juanito y Sofía se fijaran el uno en el otro. Sucedió en una fiesta en Stuttgart organizada por los duques de Wüttemberg. Un año más tarde, el protocolo se convirtió en la mejor celestina: ambos se sentaron juntos en la boda de los duques de Kent.
A partir de ahí comenzaron una relación en la distancia, muy bien recibida por ambas familias, que les convencieron de que su unión era una buena idea. Para ratificarlo, los Borbón y los Grecia pasaron unos días de vacaciones juntos en Corfú en 1961. Poco después, la pareja se comprometió. Y el 14 de mayo, una vez superados los problemas religiosos –ella era ortodoxa, y él, católico–, se casaron en Atenas, en una boda celebrada bajo los dos ritos a la que acudieron representantes de todas las casas reales. Fue, además de un enlace, un acto de apoyo a los Borbón en el exilio, que Franco siguió desde el palacio de El Pardo con cierto malestar.
Han pasado 50 años. Juanito es ahora Juan Carlos I, el Rey de España, y ella, la Reina. Pero Sofía fue primero esposa y madre, papel que con el tiempo ha evolucionado hasta convertirse en una pacificadora que trabaja en mantener unida a la familia y lucha porque su hijo Felipe sea algún día el Rey. Por él sacrifica todo, incluso su felicidad. Como reina ha demostrado ser una profesional, como reconoce el propio don Juan Carlos. A ella el calificativo no le gustó desde el día en que oyó cómo lo pronunciaba su marido. A la Reina le hubiera agradado otro tipo de reconocimiento más personal. Pero es cierto que doña Sofía ha sido decisiva en algunos momentos importantes de la historia de España. Limó la relación entre Franco y el entonces Príncipe y, más adelante, las diferencias entre este y su padre, una vez que el dictador le nombró sucesor a título de Rey dejando a un lado a don Juan. También estuvo junto a don Juan Carlos la noche del 23-F en el despacho del palacio de la Zarzuela y quiso que les acompañara su hijo Felipe. Ella sabía mejor que nadie lo que era un golpe de Estado: tanto su padre como, posteriormente, su hermano sufrieron uno.
Los Reyes se casan para siempre. Por eso, estos 50 años son fruto de una vida en la que la relación personal se ha mezclado con la institucional. La suya es una unión que va más allá y supera lo personal. Se basa en lo que ellos, sobre todo ella, creen que es su deber. A doña Sofía no le gustan los divorcios. Cuando su hija Elena planteó separarse de Jaime de Marichalar, se opuso rotundamente y repitió las palabras que un día le escuchó a su suegra, doña María de las Mercedes: “Hija, hay que aguantar, tenemos un deber”. Doña Sofía no logró que la Infanta le hiciera caso. Entonces Elena buscó la complicidad de su padre para poder separarse. El Rey y su hija mantienen una gran complicidad, son los más Borbones de la familia. Ambos comparten aficiones como la buena mesa, la caza, los toros, y una personalidad en la que conjugan un gran sentido del humor con brotes de gran carácter. Por eso, además de padre e hija son confidentes.
Es difícil que doña Sofía pierda la sonrisa en público a pesar de que la situación no sea agradable. El sentido del deber manda en sus sentimientos. Es raro que hable abiertamente de lo que siente. En el cara a cara prefiere sonreír y preguntar. Por eso tiene especial importancia la declaración que hizo de su hijo Felipe hace años y que posteriormente ha ratificado en más de una ocasión. “Estoy enamorada de él”. Por eso, por ejemplo, aceptó a Letizia antes que el Rey. Por Felipe trabaja, aguanta y pacifica a la familia, una tarea cada vez más difícil porque las personalidades son muy diferentes y los intereses distintos. Y porque a ella le cuesta cada vez más separar su trabajo de Reina de su papel de madre. Su relación con los duques de Palma es un claro ejemplo.
Cuando todo indicaba que la imputación de Iñaki Urdangarin era inminente y el Rey se disponía a calificar el comportamiento de su yerno como de “poco ejemplar”, la Reina cogió un avión y se marchó a Washington. La foto en la que aparecía con Urdangarin fue portada, y el Rey en La Zarzuela alzó la voz. Por eso, cuando hace dos semanas, y tras estar cinco meses sin visitar a sus nietos, decidió ir a verlos, primero pensó en callar, pero luego, al saberse sorprendida, decidió afrontar el asunto y aparcar esta vez su papel de reina por el de abuela. Su nieto Miguel cumplía 10 años y quería felicitarle.
Y es que la Reina ahora se muestra más como madre que como esposa. Y más como reina que como esposa. A ella tampoco le gustó la foto de don Juan Carlos en la que aparece con una escopeta en la mano delante de un elefante muerto en Botsuana, aunque ya conociera su existencia. Doña Sofía sabía que, tras asistir a la misa de Pascua en Palma, el Rey partió de cacería, como también conocía que había sufrido una fractura y estaba siendo trasladado a Madrid urgentemente para ser operado de la cadera cuando decidió proseguir sus planes y viajar a Grecia para celebrar con su familia la Pascua ortodoxa. Sus hermanos Constantino e Irene conocen mejor que nadie lo que se esconde tras la sonrisa de doña Sofía.
Esa misma sonrisa que dibujó en su cara cuando, al regresar de Atenas, acudió a ver a su marido convaleciente en una visita relámpago de 15 minutos. En esa ocasión siguió el protocolo que ella conoce tan bien: subió a la habitación acompañada por los médicos y el personal de la Casa del Rey. El doctor Villamor le informó de la evolución del enfermo y tras escuchar las explicaciones abandonó la habitación para enfrentarse a la prensa y decir: “Todo va muy bien. No hay más que contar”. La pregunta más difícil la oyó cuando entraba en su coche: “¿Qué le ha parecido el viaje del Rey a Botsuana?”. Silencio por respuesta. Todos los movimientos de la familia real son desde entonces sometidos al mayor escrutinio mediático de su historia. No solo a escala nacional.
Los medios de comunicación resaltaron al día siguiente la breve visita de la Reina, que de nuevo tuvo que hacer uso de su profesionalidad para reconducir la situación. Compró un toblerone, uno de los chocolates favoritos del Rey, y regresó a la clínica. Esa vez estuvo allí tres horas. Hacía mucho que la pareja no estaba a solas tanto tiempo, ni hablaba tanto. Ambos estuvieron de acuerdo en seguir trabajando como Reyes, pensando en el futuro de su hijo.
La Reina ha sido quien más claro ha hablado del futuro para decir que don Juan Carlos no piensa en abdicar porque para que la Monarquía en España se afiance se necesita que se escuche esa tradicional frase: “Ha muerto el Rey. Viva el Rey”. Doña Sofía trabaja en esa misión junto a don Juan Carlos desde hace 50 años. Así es la naturaleza de su alianza. Aunque no celebren estas bodas de oro.
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