Un obispo en su estela
Monseñor Juan Antonio Reig ha insultado gravemente a los homosexuales en su homilía del Viernes Santo en TVE

La trayectoria del obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, indica que la misa del Viernes Santo oficiada por él y retransmitida por TVE fue, seguramente, un momento estelar de su carrera. Este alicantino de 65 años ha dejado una huella indeleble por donde ha pasado. Como obispo de Castellón quiso exigir un juramento de fidelidad a los profesores de religión, pidió a los diputados católicos que votaran contra la ley de parejas de hecho que proyectaba la Generalitat valenciana y rechazó la aprobación por parte del Gobierno de José María Aznar de la píldora poscoital.
La etapa socialista de José Luis Rodríguez Zapatero debió ser una dura prueba para este obispo, que tuvo que aprovechar la homilía del día de la patrona de Castellón de la Plana para recordar que son unos “bárbaros” todos aquellos que apoyan que la religión católica no sea una asignatura obligatoria. En esa misma homilía advirtió que un homosexual jamás podrá garantizar una buena educación a un niño adoptado. Y unos años más tarde, ya como obispo de Alcalá, ofició bajo la bandera preconstitucional una misa por los caídos de Paracuellos del Jarama.
Con tales antecedentes es fácil imaginar exultante a este obispo oficiando la misa de Viernes Santo para la televisión pública, con los socialistas arrumbados en la oposición. Quizá fue tan extraordinaria circunstancia la que le llevó a entusiasmarse con su nada novedoso discurso contra el aborto y la homosexualidad, un asunto que quita el sueño a la jerarquía católica, que acepta con benevolencia la opinión de uno de sus obispos asegurando que la homosexualidad es una enfermedad y destituye a los que declaran esa orientación sexual tan proscrita.
Tan animado debía estar el obispo esta vez que se despachó una homilía especialmente hiriente con los homosexuales, que, según sus palabras, se corrompen y prostituyen. “Os aseguro”, añadió, “que se encuentran en el infierno”, en esos clubes de hombres que frecuentan.
La cuestión no es saber por qué está tan seguro de esta última apreciación, sino por qué una televisión pública permite el insulto y el desvarío. Por no hablar ya más de la insistencia de la Iglesia en sus obsesiones.
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