_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bicicleta

La conciencia del límite, del esfuerzo necesario, del trayecto medido que termine en un horizonte azul supone hoy para mí toda la filosofía

Manuel Vicent

La felicidad es un concepto abstracto, que se convierte en una sensación muy concreta con solo ir en bicicleta camino del mar. Aprender a montar en bicicleta es el primer desafío de cualquier niño, la primera lección que aprende ante la futura adversidad, si no pedaleas, te caes, una enseñanza, que a su vez te concede la primera libertad. Según la doctrina zen, en el primer viaje en bicicleta estaban contenidos todos los viajes que iba a realizar uno a lo largo de la vida. Los que fuimos criados en un hogar con la dura moral de una autoridad implacable, la bicicleta te liberaba del peso angustioso de su vigilancia y bastaba con dejar atrás la puerta de casa para que el corazón comenzara a saltar libremente bajo la camisa si llevabas sentada en la barra a aquella niña cuyo olor de su piel se unía al de la hierba segada, al del agua dormida de las acequias, al del rastrojo abrasado por el sol, a cualquier aroma que te ofreciera la naturaleza mientras cruzabas el campo camino del mar. Montar por primera vez en bicicleta era un acto de iniciación, que te obligaba a salir del ámbito familiar para perderte en un trayecto desconocido. Después de muchos años he recuperado la bicicleta, como una resurrección. Se trata ahora de una bicicleta eléctrica, una obra de arte, que te ayuda a ascender con un esfuerzo medido por los caminos empinados, a deslizarte suave por el llano, a rodar a una velocidad exacta para no salirse de uno mismo y poder incluso meditar en la medida budista de todas las cosas absorbiendo el paisaje. Si la vida fuera como debería ser, todos los viajes en bicicleta habrían de dar finalmente en el mar. Así era en la niñez. Después de los cañaverales, aparecían las primeras dunas con un ligero aturdimiento neumático por el reflejo solar, los golpes del oleaje seguidos de la resaca que parecía sorber un granizado de cantos rodados y entonces de niño uno se plantaba junto a la bicicleta sometida por el manillar como a un caballo bien domado y todo el concepto abstracto de felicidad se confundía con el sabor a mejillones. La conciencia del límite, del esfuerzo necesario, del trayecto medido que termine en un horizonte azul supone hoy para mí toda la filosofía. La bicicleta eléctrica será en los próximos años una resurrección.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_