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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rusia, el domingo

Putin tendrá que democratizar su país para mantenerse, gane en primera o segunda vuelta

Sea cual fuere el resultado de la primera ronda de las elecciones presidenciales, la Rusia que acude a las urnas el domingo tiene poco que ver con la que Vladímir Putin dejara en 2008, cuando por imperativo constitucional abandonó la jefatura del Estado —para entregársela a su protegido Medvédev— y asumió la del Gobierno. El 4 de marzo Putin puede convertirse de nuevo en presidente, esta vez por seis años, pero muchos de sus compatriotas no aceptan ya la frustración de un sistema político a medida de quien ha hecho y deshecho a su antojo en Rusia durante 12 años.

En los últimos meses, tras la farsa del canje de sillones entre Putin y Medvédev y la posterior manipulación de las elecciones parlamentarias de diciembre en favor del partido del Kremlin, ha emergido imparable en Rusia una sociedad civil largamente anestesiada. Sus manifestaciones más visibles son las multitudinarias protestas contra Putin, sobre todo en Moscú y otras grandes ciudades, exigiendo democracia y pluralismo y el imperio de la ley. La continuidad y vigor de estas demostraciones, recibidas inicialmente con burla y desdén, han acabado por poner a la defensiva al líder ruso. El creciente nerviosismo gubernamental ante la posibilidad de que el otrora arrasador Putin tenga que acudir a una humillante segunda ronda frente a alguno de sus tres contendientes —una suerte de compañía electoral estable bendecida por el Kremlin— explica la reciente revelación por la televisión estatal de un abortado compló para asesinar al primer ministro. O que el propio Putin, ayer, sugiriera que nebulosos enemigos están dispuestos a matar a una relevante figura opositora para socavar su Gobierno.

En Rusia se juegan muchas cosas este domingo. Pero con o sin segunda vuelta, a Putin le va a resultar imposible mantener el corrompido tinglado que ha regido la vida política del país desde que llegara al poder en 1999. De puntillas se dan ya pasos como abrir la mano a nuevos partidos —la oposición rusa está por consolidar— o hacia la elección, no designación, de los gobernadores regionales. Otros serán inevitables si un Putin, que pese a su popularidad ya no parece imprescindible, quiere mantenerse seis años más al timón de un país en el que una imparable marea social exige tener algo que decir sobre unas reglas del juego hasta ahora monopolio de un solo hombre.

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