Ojo con el etiquetado de los productos financieros
El ‘semáforo’ que alerta sobre el grado de riesgo genera incertidumbre, según un estudio de la Universidad de Valencia
Con colores o números, las entidades bancarias clasifican sus productos con un indicador sobre el nivel de riesgo cuya estética recuerda a la de las neveras. La normativa ministerial, que entró en vigor en febrero con la pretensión de proteger a los pequeños inversores en aras de la transparencia y la información veraz y comprensible, podría no cumplir su objetivo, a la luz de las conclusiones de un estudio reciente de la Universidad de Valencia (UV), publicado en la revista Economía Política.
La investigación no solo evidencia que la forma de presentar los datos influye en la toma de decisiones de los usuarios. En busca de respuestas a la cuestión de si introducir el etiquetado mejora la comprensión a cerca del riesgo, el estudio detecta un efecto paradójico: la percepción de incertidumbre es mayor sobre los productos más seguros. “Además de que el etiquetado puede hacer percibir más peligro en productos con menor riesgo objetivo, el indicador aprobado tiende a homogeneizar la percepción de los productos. El usuario distingue menos las diferencias del nivel de riesgo de los activos”, explica el investigador principal, José Vila, profesor titular de Análisis Económico de la UV e investigador de ERI-CES.
El ministerio de Economía otorgó un nivel de riesgo a cada producto financiero y las entidades que los comercializan pueden optar por avisar al cliente mediante números del 1 (menor riesgo) al 6 o con una escala de seis colores, conocida como “semáforo” que va del verde al rojo. “Ningún banco quería utilizar el indicador de colores, pensando que nadie escogería algo en rojo. Sin embargo, hemos observado que el número tiene mayor impacto que el color sobre la toma de decisiones”, señala Yolanda Gómez, científica de datos en DevStat y coautora del artículo.
El marco del estudio de la UV, basado en la economía experimental y del comportamiento del Nobel de Economía Daniel Kahneman, se da en un entorno en el que todos los participantes están sujetos a los mismos estímulos de forma controlada (misma temperatura ambiente y mismo informador), indicándoles de forma objetiva y precisa el nivel de riesgo de cada producto. Repartidos en tres grupos homogéneos, a los primeros no se les muestra el indicador y se les pregunta cuál sería el mínimo retorno de inversión que aceptarían para cambiar el fondo de renta variable por otro de renta fija, sabiendo que podrían ganar 100 euros con probabilidad del 25% y cero euros con un 75%. A los otros dos grupos se les pregunta lo mismo, pero presentándoles la etiqueta del semáforo a unos y la numérica a los otros. “En el experimento se genera un incentivo económico alineado para que las decisiones de inversión fueran reales, asegurando que toman decisiones basadas en incentivos y que los cambios de comportamiento solo se deben a la etiqueta”, indica Víctor Martínez, de la UV y coautor del estudio.
Reacciones atípicas
Tras analizar las reacciones de los grupos, los investigadores observaron que la gran diferencia no estribaba en la tonalidad roja, como sería de esperar, sino en el número 1 de la escala numérica. “Poner el etiquetado distorsiona la toma de decisiones, pero la distorsión tiene un impacto ligeramente más fuerte cuando el indicador es numérico, y eso provoca que el sesgo cognitivo sea más acusado en los productos más seguros. No es lo mismo decir que es un plazo fijo que decir que tiene un nivel 1 de 6 de riesgo. Es cierto que ese producto tiene su riesgo, pero las personas no eran tan conscientes”, describe el investigador principal.
Similar al etiquetado de productos como neveras, coches o paquetes de galletas, en los que la toma decisiones no tiene peligro, la normativa sobre el indicador del riesgo de los productos financieros ha sido, según Vila, una traducción demasiado simple. “La etiqueta tiene impactos no esperados y hay que medirlos con mucha precisión. Antes de hacer cualquier medida de este tipo conviene elaborar estudios empíricos que tengan en cuenta que las personas no somos perfectamente racionales cuando tomamos decisiones. Los estudios más convencionales no funcionan bien cuando se analiza el comportamiento con riesgo. Cuando se trata de inversiones, la compra de seguros o innovación, debe hacerse desde la economía experimental y del comportamiento para acercarse al ciudadano, como están apostando la Unión Europea, el Banco Mundial o la administración Obama”.
En una línea similar, la CNMV advertía recientemente de la falta de información sobre los costes, la rentabilidad y las medidas de riesgo en los fondos de inversión. “Lo importante es cómo el usuario percibe la información. El documento, que es técnico, insiste en el contenido, pero no en la forma de presentarlo”, subraya Vila. Un defecto, destaca este investigador, reside en obviar la problemática de la carga cognitiva, que el exceso de información puede desorientar al usuario y bloquearlo a la hora de tomar decisiones. “La transparencia es fundamental, pero cuando se habla de información financiera, lo óptimo es atender a los distintos segmentos de inversores y analizar qué tipo de datos y de presentación es más efectivo para facilitar la comprensión”, concluye.
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