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PREPUBLICACIÓN

La salida de la depresión

Si el euro no genera crecimiento, será la sociedad la que pida el abandono de la moneda única

La complejidad de la crisis financiera, que está a punto de cumplir cinco años, suscita todavía muchos interrogantes. ¿Qué nos ha pasado? ¿Quién es el responsable de la crisis del euro? ¿Hay vida inteligente entre los líderes que nos gobiernan? ¿Adónde nos conducen los recortes y las medidas de austeridad? El economista jefe de Intermoney, José Carlos Díez, trata de dar respuestas a esas preguntas en 'Hay vida después de la crisis',del que publicamos un resumen del capítulo 9.

La Unión Europea es una creación política proyectada para evitar que una nueva guerra se desatara dentro de las fronteras de Europa por tercera vez en el transcurso de un siglo. El euro es el primer experimento monetario del siglo XXI y afecta a una economía que suma el 15% del PIB y el 40% de las exportaciones mundiales.

Una firme defensa de Europa

El euro es ante todo un proyecto político, y mi objetivo aquí es hacer un análisis de los costes de su ruptura para que la sociedad europea sea más consciente de los riesgos a los que se enfrenta. Como economista, reconozco que para España la integración europea ha sido una bendición. Nos sacó del ostracismo, modernizó nuestra economía y nos hizo más fuertes y más competitivos. Escribo esto desde la más profunda convicción europeísta y con el objetivo de ayudar a evitar la ruptura del euro, porque considero que sería un desastre para nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos. Pero al mismo tiempo, también como economista, soy consciente de que la economía es un medio, no un fin. El fin es el bienestar de los ciudadanos. Si el euro no consigue generar crecimiento y eliminar el desempleo que ha generado la depresión, será la propia sociedad la que presione a sus dirigentes para salirse de la moneda única.

Los riesgos no son solo económicos, sino principalmente sociales y políticos. La depresión genera pobreza y el sistema económico debe resolverla o la democracia acaba sucumbiendo.

Dos caminos abiertos para la desintegración del euro

Existen dos caminos posibles para la desintegración del euro. El primero de ellos es que se presione el botón rojo por error y estalle el caos, como sucedió con la quiebra de Lehman Brothers. La salida de Grecia podría ser ese acontecimiento. Pero hay un segundo camino para provocar que se rompa el euro, y es la inacción en la que nos encontramos.

¿Es posible que Grecia abandone el euro?

Las encuestas realizadas en Alemania señalan que la sociedad germana en su mayoría prefiere interrumpir las ayudas a Grecia y se muestran favorables a que abandone la moneda única.

Su salida del euro llevaría aparejado un incumplimiento de los pagos de su deuda externa, que abriría un largo y complejo periodo de renegociación con los acreedores. Dentro del euro, la quita necesaria para que Grecia esté en condiciones de pagar su deuda pública se situaría próxima al 50%. Fuera del euro, y teniendo en cuenta la devaluación, sería superior al 80%.

De modo que si volvemos a las encuestas en las que los ciudadanos alemanes contestan mayoritariamente que ya no quieren dar más ayudas a Grecia, parece que no se han planteado bien ni la pregunta, ni la respuesta. Llegados a este punto, hay una cosa clara: las ayudas no son para Grecia, sino para los bancos, las aseguradoras y los ahorradores alemanes. Nadie les ha dicho a los ciudadanos alemanes que la deuda es de los griegos, pero el problema es suyo, porque han comprado los bonos.

Devolver íntegramente las deudas al BCE supondría acabar con todas las reservas del sistema bancario, la quiebra de todos los bancos y un 100% de quita al resto de acreedores privados de los bancos y también una quita a los depositantes griegos.

¿Hay vida inteligente entre los líderes europeos?

La historia nos enseña que estas cosas no pasan nunca. Roosevelt llegó a la Casa Blanca en 1933 y siguió la recomendación de Keynes de sacar al dólar del patrón oro y devaluar el tipo de cambio. Los técnicos del Tesoro afirmaban que la medida era imposible, pero Roosevelt, que por fortuna era un político y no un burócrata, decidió no hacer caso a los técnicos y les ordenó lo siguiente: “Hagamos una nueva ley y eliminemos esa cláusula”. A continuación, inyectó capital en sus bancos, creó un banco malo que compró un millón de créditos hipotecarios, paró los desahucios, creó un fondo de garantía de depósitos y un seguro de prestación por desempleo para proteger a las familias norteamericanas de la pobreza extrema. Y de este modo puso fin a la Gran Depresión.

En todas las crisis de deuda se repite la misma dinámica: primero se asusta al país diciéndole que la devaluación es el apocalipsis, pero la devaluación y la quita estabilizan la deuda y permiten finalizar el ajuste fiscal. Tras la devaluación basta con que el país congele los salarios, el gasto público y la inflación se encargan del resto. La devaluación posibilita un empobrecimiento ordenado e inconsciente de la sociedad, que vuelve a consumir. Milton Friedman usaba un ejemplo muy ilustrativo: “Si todos nos levantáramos una hora antes en otoño, no sería necesario cambiar los relojes, pero cambiar los relojes es más sencillo”.

Si Grecia saliera del euro, devolvería la deuda al BCE, pero en dracmas, igual que hizo Roosevelt en los años treinta, y por tanto el banco central asumiría una quita por el porcentaje de la devaluación. El BCE cuenta con recursos propios suficientes para asumir el impacto de la quita de Grecia. El auténtico riesgo, como demostró la mala gestión de la quiebra de Lehman Brothers, sería el contagio.

Si Grecia saliera del euro, devolvería la deuda al BCE pero en dracmas

El cerebro humano no está preparado para escenarios extremos como estos, y es seguro que el instinto animal (el “efecto rebaño”) se apoderaría de las decisiones. La incertidumbre provocaría una estampida, estaríamos ante una crisis sistémica y jugándonos la piel en una segunda Gran Depresión mundial.

En contra de lo que creen los contribuyentes alemanes, mal informados por sus gobernantes, ellos serían los más perjudicados en este escenario, pues su país es el principal acreedor. El Estado germano tendría que inyectar capital en su banco central, pero al estar en depresión, le resultaría imposible, por lo que pediría al Bundesbank que le comprara deuda pública para conseguirlo. Y de esta manera volverían a desenterrar el fantasma de la hiperinflación que se produjo en Alemania en la década de 1920. Es cuando menos paradójico que la fobia a la hiperinflación lleve a la sociedad alemana y a su Gobierno a la inacción, que es el camino más seguro para provocarla.

Nos encontramos, una vez más, con un escenario que recuerda al de la quiebra de Lehman Brothers: déspotas ilustrados en Alemania con elecciones en el horizonte que proponen una salida desordenada de Grecia o de Chipre de la moneda única, frente a la visión romántica de los inversores que se refugian en la esperanza de que haya vida inteligente en Europa capaz de frenar un acontecimiento tan catastrófico como el descrito, olvidando que este continente desató las dos guerras mundiales. Ya lo decía Einstein: “Solo hay dos cosas que tienden a infinito: el universo y la estupidez humana, y de la primera no estoy seguro”.

No proponemos una solución ideal, pues aumenta los costes para los contribuyentes de los países acreedores y los ajustes para los ciudadanos de los países deudores. Pero la evidencia demuestra que esta estrategia es y será infinitamente más barata que la trampa de la no acción en la que nos encontramos.

Konrad Adenauer, político alemán reconocido como uno de los padres de Europa, se refería a la historia como la suma de aquellas cosas que habrían podido evitarse. Por el momento, no hay ningún indicio de vida inteligente entre nuestros líderes. ¿Alguien se atreverá a ser el Roosevelt europeo?

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