_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El precio de la obediencia

Criticaron el BNG y el PSdeG a la presidenta del Parlamento, Pilar Rojo, y al presidente Feijóo por ausentarse del debate de los Presupuestos de Galicia para acudir a la investidura de Mariano Rajoy. La oposición debe ser más indulgente: el debate presupuestario es un acto rutinario e intrascendente, mientras que la investidura de un gallego como presidente del Gobierno del Estado compone una gloriosa página de la historia de España. Que los dos más altos representantes políticos de Galicia se acantonasen en la tribuna de invitados del Congreso fue la fórmula más feliz -y austera- que se les ocurrió para hacernos presentes a todos los gallegos en un acontecimiento que definirá nuestro futuro, si existe tal cousa.

Feijóo sabe que presidirá un Gobierno de sumisión a las políticas 'marianas' de ajuste

Nuestra oposición no comprende el alcance estratégico de la presencia de Feijóo. Desde que Kapuscinski escribió El Emperador sobre el régimen hiperbólico y absolutista de Haile Selassie, sabemos la importancia que tenía en su corte poder situarse en la primera fila de los convocados a las audiencias de pleitesía y sumisión. Que el Rey de Reyes se fijase en un súbdito era una señal inequívoca de que sería bendecido por la fortuna y de que no le faltarían bienes y favores. Rojo y Feijóo posaron como devotos teloneros confiando en que el presidente de presidentes reconociese a nuestros embajadores como los más fieles de entre todos los fieles.

En el último trienio Feijóo fue uno de los más notables dramaturgos de la novísima derecha. Le prestó voz a los más dolorosos males del Reino y señaló a Zapatero como causante de todas nuestras desgracias. La crisis es cosa de todos, pero su solución era únicamente una responsabilidad del Gobierno del Estado. En su investidura, Rajoy le reveló la verdad: "Los resultados electorales

constituyen la mejor garantía de que las decisiones se van a tomar. Podemos gobernar con eficacia. Lo que no garantizan es el acierto. Porque han de ser los españoles, y no el Gobierno, los motores del cambio, los protagonistas de la reforma, los agentes de la recuperación". Nuevo gobierno, nueva narración: hay que destacar la responsabilidad subsidiaria del Gobierno en la solución de la crisis.

Aguijoneado por la oposición, el presidente de la Xunta se comprometió a no dar un paso atrás en la defensa de los intereses gallegos y a ser más exigente con Rajoy de lo que lo fueron el PSdeG y el BNG con el Gobierno de Zapatero. "No somos más que nadie, pero tampoco somos menos que nadie y trabajaremos con la misma firmeza y lealtad que hasta ahora". La firmeza de su asedio al Ejecutivo socialista no se le discute, en cuanto a la lealtad hay muchas más dudas. Feijóo todavía no tuvo tiempo para reescribir la literatura contenciosa con la que justificó, desde su toma de posesión, el quietismo del Gobierno autonómico ante la crisis financiera, productiva y de empleo que devasta Galicia, pero sabe bien que, a partir de ahora, presidirá un Gobierno de obediencia debida a las políticas marianas de ajuste y recorte bajo el mandamiento de la contención del déficit y la rebaja del gasto público.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El conservadurismo es básicamente una política y una actitud que preconiza la imposibilidad de crear situaciones nuevas, por eso en los próximos meses Feijóo y Rajoy se van a entregar a la justificación de imposibilidades. Antes, el líder del PP gallego animó numerosos desencuentros con La Moncloa: por los 850 millones sisados en la financiación autonómica; por el aplazamiento del pago de los 2.000 millones de euros de la deuda gallega con el Estado; por la certificación inexcusable de los plazos del AVE contemplados en el Pacto del Obradoiro; por la soberanía del catálogo farmacéutico gallego o por la búsqueda de una solución benévola con los intereses de nuestras desahuciadas cajas de ahorro y del desmejorado nuevo banco de José María Castellanos. Casus belli que, junto con la deuda histórica en materia de infraestructuras, los problemas del sector lácteo o las dificultades de la industria naval, ahora encontrarán mansa satisfacción en las imposibilidades del gobierno de los mejores de Rajoy.

A pesar de los amagos insurreccionales para exigirle a La Moncloa conservadora un buen trato con Galicia, el presidente de la Xunta tiene perfectamente claro que la virtud política que más aprecia Mariano Rajoy es la lealtad personal. Si algún día Feijóo quiere sentarse a la derecha del presidente de presidentes en el Consejo de Ministros sabe que tiene que cotizarse muy alto en el mercado de la obediencia, aunque el precio a pagar por tanta sumisión sea el eclipse del autogobierno y la liquidación de la economía de Galicia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_