Caparrós vuelve a la batalla
Tras cuatro años tranquilos en Bilbao y un paso 'bélico' por Suiza, el Mallorca no será un paraíso
El 7 de julio, día de san Fermín, a Joaquín Caparrós se le acabó la paz. Ponía fin a cuatro años felices en Bilbao, donde había revalorizado el fútbol del Athletic con buenos resultados y obtenido la aquiescencia popular y directiva por un periodo largo de tiempo, algo inusual en el fútbol español.
El 27 de julio, Caparrós emprendió una aventura en el Neuchâtel que acabó casi a punta de pistola en apenas un par de meses. Cuesta creer y más difícil es saber por qué el técnico sevillano de Utrera aceptó el reto del farolillo rojo de la Liga suiza, presidido por Bulat Chagaev, un empresario checheno que había fulminado a su entrenador tras el primer partido del torneo.
Entre la salida de Lezama y la salida de Neuchâtel apenas mediaron 58 días, pero le debieron de parecer un mundo al estudiante de periodismo y socio del Athletic al que en los buenos tiempos todos llamaban Jokin (Joaquín en euskera) en Bilbao y que se encontró, de pronto, sin banquillo ni despacho por mor de las elecciones. Apostó por Fernando García Macua y los socios eligieron al aspirante, Josu Urrutia.
Es un entrenador de principios en el que prevalece el espíritu colectivo
La paz no parece que le vaya a llegar a Caparrós en el Mallorca, territorio infinitamente menos hostil que el del Neuchâtel, con mayor potencial y en una Liga más razonable y mediática que la helvética. Llega a un polvorín del que han salido la familia Nadal y Michael Laudrup y en el que ahora se agiganta la figura de Llorenç Serra Ferrer, su valedor. Tras cuatro años de paz y consenso en Bilbao (solo roto en el último partido, en el que fue pitado por resguardar un empate que le daba la clasificación europea), vuelve a ponerse el traje de bombero.
Su arsenal será el de siempre. Caparrós es un entrenador de principios en el que prevalece el espíritu colectivo, la entrega por encima de cualquier artificio individual. Labró su imagen en los equipos regionales y de los campos de tierra le ha quedado el espíritu de sacrificio como el pilar fundamental de la estructura de un equipo. La mirada a la cantera le otorgó prestigio en el Sevilla cuando fue descubriendo talentos (Navas fue el mayor) y abrió la puerta para la innovación de futbolistas en Nervión, que luego siguió Monchi desde la dirección deportiva, más allá de sus fronteras.
Pero, sometido a los vaivenes del fútbol, parece Caparrós condenado a los picos y los valles en su trayectoria. En el Deportivo no fue un entrenador celebrado. Los resultados no le acompañaron y, entonces, su fútbol se desnuda, tan sincero como básico. Sin embargo, recuperó después el relumbrón en Bilbao, donde fue el primer entrenador que consiguió un consenso preelectoral entre los dos candidatos a la presidencia del Athletic.
Sin duda, se notará el cambio en Palma. Entre Laudrup y Caparrós media un abismo al concebir cómo ganar. El Mallorca será otra cosa. Mejor o peor, pero distinta en cualquier caso.
Si Bilbao le entrenó en la paz, en Suiza aprendió Caparrós lo que es entrenar en la guerra. Ahora le toca un equipo muy particular, con continuas alternativas en la propiedad del club, sometido a la ley concursal y con muchos egos enfrentados entre sí, sin una base de cantera como la que disfrutó en el Athletic y sin medios para tener acceso al mercado de fichajes al estar lastrado por su deuda y la acción judicial.
No es un trago fácil para Jokin, acostumbrado, sin embargo, a lidiar situaciones problemáticas y recursos económicos o deportivos escasos. Tras la broma macabra del Neuchâtel, Caparrós vuelve a la realidad. A la del fútbol español que habita en los pisos bajos de la Liga.
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