_
_
_
_
Reportaje:Literatura

El grito de una heroína antipática

La escritora Sophie Divry debuta con 'Signatura 400', sorprendente monólogo de una mujer de mediana edad que repasa su vida entre libros

Elsa Fernández-Santos

"Me gustan las berenjenas, el aceite de oliva y las mermeladas de mi madre, me horrorizan los coches, no tengo teléfono móvil, soy feminista y le tengo fobia a las puertas abiertas. Soy alérgica a los ácaros, los gatos y los sulfitos. Me gusta bañarme en el mar, los lagos y los ríos. Me parece que no se habla lo suficiente de Jacques Rouband y de Claude Simon, y que hay demasiado ruido mediático en este mundo. No me gusta comprar un libro sin saber lo que lleva dentro". Con estos apuntes biográficos (que bien podrían encajar en una web de contactos para parejas con buena conversación) se describe en la solapa de su primera novela la escritora francesa Sophie Divry, que en Signatura 400 (Blackie Books) convierte el monólogo sin aliento de una bibliotecaria en un emocionante suspiro de amor.

"Me gustó tomar un lugar antinovelesco y una heroína maniaca y antipática"
"A toda escritora se le endilgará, por desgracia, una doble tarea"

Igual que Richard Brautigan encontró en la librería de San Francisco el perfecto territorio para el solitario personaje de The abortion: an historical romance, Divry convierte las estanterías de libros en el territorio por el que transita una mujer de mediana edad enamorada del cogote de un joven y atractivo lector. Fue "el humor trágico del libro" lo que llamó la atención de Diana Hernández, encargada de la edición española de la obra. "Evidentemente (todavía) no soy una solterona, pero me identifiqué con el ser marginal y el perdedor", añade Hernández.

"En la idea de convertir la biblioteca en el lugar del relato había algo de revancha de lo público sobre lo privado, del humilde, del olvidado sobre el rico. Pero no quería hacer un panegírico, lo que buscaba pertenecía, más bien, al orden de la variación casi musical", afirma Divry.

Esa variación musical en un solo párrafo se asemeja a un vómito en el que Martin (el objeto de su deseo) se le escapa entre libros. "No me gusta el término vómito, prefiero la palabra grito. Lo que me gustó fue tomar un lugar antinovelesco, una heroína maniaca y antipática, y seguirla en el momento en que todo estalla. Y allí radica un grito de revuelta, un grito de deseo, un grito de amor y un grito de odio".

Para esta autora, escribir es sexual y la literatura nace de la adversidad: "siempre es más interesante ver el mundo desde abajo. Observar los países en tiempos de crisis. Desde la felicidad solo se escriben tarjetas postales y recetas de cocina". ¿Una feminista que declara su amor por la mermelada casera? Divry parafrasea a Toni Morrison ("Soy una mujer escritora feminista, y no una escritora feminista") para luego explicarse: "Desde luego, al tomar la palabra en ese mundo literario que, durante siglos, ha estado reservado a los hombres, las mujeres se han visto obligadas a interrogarse sobre la condición femenina, sobre esa palabra que durante tanto tiempo, ha permanecido oculta y sobre el modo en que lo universal se había visto naturalmente reducido a lo masculino, tanto en la literatura como fuera de ella. Es por ello que muchas escritoras han desarrollado, también, un pensamiento político, feminista y por tanto humanista a partir de dicha cuestión. Pero el trabajo de la escritura es diferente. A toda mujer que escriba se le endilgará, por desgracia, una doble tarea: debe dar cuenta exclusivamente de la condición femenina, en una suerte de testimonio narcisista permanente, y debe responder, ante el tribunal de la literatura, por lo que de específicamente femenino haya en su libro. ¿Acaso se pregunta a los hombres por lo que hay de masculino en su escritura?"

Con todo, para ella las escritoras de comienzos de siglo XXI han ganado en libertad, porque "grandes damas" han abierto el paso en el baile literario: "Beauvoir, Woolf, Lessing, Lispector, Duras... Así que lo que está en juego para nosotras es lo mismo que para todo escritor, trátese de un hombre, un negro o un policía discapacitado".

Sophie Divry, autora de Signatura 400.
Sophie Divry, autora de Signatura 400.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_