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Reportaje:SINGULAR | Jesús Reolid, lutier

El hombre que se fue a Pelayos para hacer zanfonas

El lutier Jesús Reolid lleva 27 años construyendo instrumentos antiguos

Jesús Reolid pasa sus días en una cabaña de madera, rodeado de instrumentos que replican los de los santos y los coros celestiales de las portadas de los monasterios. No es un excéntrico ni un ermitaño, pero sí que huyó hace ocho años de la bulliciosa Móstoles para poder emplearse a fondo en la laboriosa tarea de crear de la nada instrumentos de música antigua. "Móstoles se ha hecho una ciudad inhabitable. Aquí posiblemente moleste yo más de lo que me molestan a mí", comenta desde detrás de la mesa de trabajo en su taller de Pelayos de la Presa.

Comenzó como artesano en 1984, cuando un amigo le pidió unos instrumentos para su tienda. "Ni siquiera fue una iniciativa propia", explica este lutier de larga barba canosa y aspecto casi profético. Lleva una vida tranquila en el taller: "Puedo estar trabajando todo el día o no trabajar en un día entero".

Algunas de sus obras se exponen en el Museo musical de Urueña

Reolid es autodidacta, se ha hecho a sí mismo como constructor. En los comienzos, lo primero que tuvo que hacer es iniciar un proceso intenso de documentación. "Empiezas a hacer cosas, vas probando formas de trabajo, vas comprando planos, libros, recoges toda la información que pueda llegar a tus manos y al final terminas haciendo instrumentos de una forma decente", explica el artesano.

Uno de los aspectos más interesantes de los lutieres es que son capaces de recrear instrumentos de los que ya no quedan ejemplares medievales, solo con la observación de una escultura en la portada de un templo románico o el estudio de la miniatura de un códice. "Puedes ver el número de cuerdas, la forma en que lo cogen, cómo lo pueden tocar... pero siempre te falta muchísima información, que te la terminas inventando", comenta.

En la cabaña se acumulan instrumentos que huelen a otra época, pero la pieza reina es la zanfona: un instrumento rico y complejo que es utilizado aún en algunas regiones de Francia en la música popular. Consta de una caja con forma de nuez y base plana sobre la que reposan las cuerdas, que son frotadas por una rueda que hace el efecto del arco del violín. Esa rueda gira gracias a una manivela con la que, dependiendo de la velocidad, pueden hacerse ritmos. En la parte del mástil, unas teclas actúan como los trastes de la guitarra para cortar las cuerdas. A pesar del número de piezas y el complicado ensamblaje, Reolid lo sigue considerando el instrumento que más domina.

El precio de una de sus zanfonas va de 1.500 euros para arriba, dependiendo de si el cliente quiere añadirle más cuerdas o algún otro elemento mecánico. Cuando Reolid toca uno de sus ejemplares en el silencio del monte de Pelayos, el instrumento nos traslada a un salón cortesano o a una taberna llena de toneles de vino y candiles consumidos, pero la pieza acaba de ser terminada.

Algunas de sus obras están en el Museo de Instrumentos Musicales de la localidad vallisoletana de Urueña, donde forman parte de la exposición permanente. "Cuando ves el instrumento detrás de una vitrina, piensas: 'Me moriré y estos instrumentos seguirán aquí'. Lo mismo que cuando los ves en un escenario, te pones nervioso, es emocionante", explica el artesano.

El secreto de un instrumento para Reolid no reside principalmente en la calidad de las maderas, sino en cómo están trabajadas. "Las manos del constructor son importantísimas", explica. También es crucial no decaer en el camino, ya que es un proceso de prueba y error hasta conseguir una pieza óptima. "Para hacer un instrumento de muchísima calidad tienes que hacer muchos. Me han hecho algún encargo de un instrumento del que solo he hecho dos o tres y no los he cogido, porque haría una pieza mediocre", comenta.

Sus relaciones con el gremio las entabla a través de la Asociación de la Zanfona, donde organiza cursos de interpretación en los que dos semanas al año traen a un profesor francés para aprender la técnica. "En España este instrumento no tuvo un desarrollo musical, ni interpretativo ni a nivel de construcción", explica.

Además, no tiene el concepto misterioso de lutier-alquimista de Stradivarius: no se llevará los secretos de sus instrumentos a la tumba. De hecho, ya los comparte en los encuentros que mantiene a lo largo del año con otros constructores, porque piensa que eso "enriquece la profesión". "Al final, mantener como un secreto lo que has hecho tampoco tiene mucho sentido".

El constructor de instrumentos Jesús Reolid, en su taller de Pelayos de la Presa.
El constructor de instrumentos Jesús Reolid, en su taller de Pelayos de la Presa.CLAUDIO ÁLVAREZ

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