_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Renovación y rejuvenecimiento

Aunque he estado afiliado al PSC desde su fundación y a pesar de haber ocupado cargos de una cierta relevancia política durante los últimos 30 años, nunca he buscado ni tenido responsabilidades en el partido, ni he formado parte de su dirección. Por descontado, todavía menos del PSOE. Hablo desde dentro y sin ninguna intención de salir. Pero lo hago con una perspectiva algo alejada, que intenta, en lo posible, ser objetiva.

Mis ideas, desde siempre socialdemócratas, y mi natural y profundo catalanismo han tenido una cabida cómoda en el PSC, sin por ello olvidar que en él conviven otro tipo de concepciones, algunas más radicales en lo social y otras más moderadas en lo nacional, concepciones que creo que siempre han respetado las mías, al igual que yo he hecho. Como ocurre en otros partidos, esta pluralidad, respetada, potenciada y encauzada hacia un proyecto común, ha sido la base de su fuerza y de su impacto electoral. Así ha ocurrido durante varias décadas en el PSC, cuyo programa -no escrito- suponía la búsqueda del progreso económico y de la justicia social en Cataluña, y la construcción de una España democrática y plural, respetuosa con el carácter nacional catalán.

Un país sin política es un país al borde del abismo. Una política sin proyecto es una ocupación administrativa

Es evidente que en el mundo socialista, catalán y español, se están viviendo momentos de crisis y se observa la necesidad de una profunda renovación, ya que los dirigentes que han marcado las orientaciones en los últimos años han conducido a ambos partidos a un gran debacle electoral. Todavía es más grave que, con la colaboración del resto de los partidos, hayan creado un peligroso rechazo hacia la actividad política entre amplios sectores ciudadanos, que por fin han decidido expresarlo pública y pacíficamente.

Parto de la crisis socialista, pero vale para todos. Quiero destacar, en un momento de necesario cambio generacional, la confusión que se observa a veces entre renovación y rejuvenecimiento. Las personas que, desde una u otra posición, vivieron, o mejor, vivimos la transición y las primeras décadas de la democracia hicimos lo que supimos -y sobre todo lo que pudimos- para mejorar la situación de Cataluña, de España y de Europa. Estuvimos muy activos hasta hace pocos años y, aunque podamos seguir aportando valor a los proyectos, no nos toca encabezarlos. Nuestro siglo ha sido el siglo XX; el XXI no nos corresponde. Por ello ni podemos pretender, ni debemos aceptar cuando se nos pide, liderar según qué proyectos futuros. El rejuvenecimiento que se ha producido en tantos partidos era, más que lógico, imprescindible. Pero hay que admitir que se ha hecho mal y ha llevado a unos fracasos importantes para algunos y, en conjunto, a un fracaso global: el desprestigio de la política.

Sin cambio generacional es muy difícil que haya renovación. Pero el cambio generacional no es suficiente si no comporta la renovación, si no supone nuevas ideas y nuevos proyectos. Y esto ha faltado claramente. Me preocupa ver como, a menudo, las manifestaciones en público de Felipe González o de Jordi Pujol todavía atraen mucho más interés que las de muchos de los actuales dirigentes de sus partidos. Y mi preocupación es mucho mayor cuando ocurre con José Maria Aznar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Han faltado nuevos proyectos y, al quedar anticuados los anteriores, muchos partidos se han quedado sencillamente sin proyecto. En el ámbito catalán algunos colocaron el proyecto por detrás de "la gestión" y otros han inventado proyectos indefinidos, como la "austeridad" o el "soberanismo", mientras a nivel español unos, después de un periodo de ingenuidad, han hecho suyo el "proyecto de los mercados" y otros continúan con el simple proyecto del "derribo del Gobierno". No es de extrañar que se llenen las plazas, aunque es difícil encontrar cómo canalizar esta indignación...

Soy de los que piensan que un país sin política es un país al borde del abismo. Y que una política sin proyecto es, en el mejor de los casos, una ocupación administrativa o una simple profesión (en algunos casos es mucho peor, pero son casos muy minoritarios.) Una política sin ideas, sin proyecto, sin esfuerzo y sin generosidad no puede generar entusiasmos ni conseguir adhesiones. El principal objetivo del rejuvenecimiento de los partidos debe ser una renovación profunda de sus ideas y sus propuestas, y sobre todo de su modo de actuación.

Joan Majó es ingeniero y exministro.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_