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Columna
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Algo va mal

En Galicia el resultado de las elecciones del pasado domingo ha devuelto al PSdeG a los precarios niveles de apoyo electoral de los años noventa -en torno al 25%- y lo sitúa a 19 puntos del PP, es decir, casi al doble de la distancia que actualmente los separa en España y, prácticamente, también al doble de la que le alejaba del PP en las anteriores elecciones municipales.

Por el camino se han quedado 66.000 votos, que suponen tres puntos de retroceso, y la pérdida de un significativo número de alcaldías intermedias, no menos de 40, desde Vilagarcía a Marín pasando por Rianxo, O Carballiño, Ames, A Estrada o Sarria, 135 concejales menos -un 10% -. Y, lo que es peor, aunque resiste en tres de las siete grandes ciudades gallegas, la pérdida de A Coruña, Santiago y Ferrol supone el final de su tradicional hegemonía urbana, que constituía la principal seña de identidad del municipalismo socialista.

Necesitamos una socialdemocracia de raíz galleguista dispuesta a repensar su discurso

Por su parte, el BNG prosigue, sin respiro, el particular camino cuesta abajo que emprendió hace ya bastantes años elección tras elección, ahora con 2,6 puntos menos y 54.000 electores que lo han abandonado. Mientras que el PP con su 44,8% y algo más de 700.000 votos vuelve a aproximarse a la senda de las aplastantes mayorías que nos devolverían al fraguismo de los años anteriores a la catástrofe del Prestige.

Estos resultados forman parte del proceso electoral que ha teñido vertiginosamente de azul conservador prácticamente todas las grandes ciudades y comunidades autónomas del territorio nacional, excepción hecha de Extremadura y de las singularidades catalana y vasca.

Algo va mal, titulaba su lúcido ensayo Tony Judt, y creo que es bien cierto y nos lo hemos de aplicar. Crece el paro y la desigualdad a un ritmo desconocido hasta hace bien poco en nuestra comunidad. Galicia va a menos y se reduce su potencial productivo, su empleo y su demografía, los juzgados sustituyen cada vez más a menudo al Parlamento como centro de la vida política y nuestra juventud, también aquí, ha reclamado la democracia real en la calle y en las urnas con un voto en blanco y nulo que ha superado el 4%. Y mientras tanto, crece la crispación y el desencuentro partidario desde la común incapacidad para encontrar los acuerdos básicos que permitan enderezar el rumbo de un país en horas bajas.

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Sin embargo, desde el PP se brinda por el éxito electoral mientras se nos anuncia más austeridad -léase menos derechos y más paro- y desde la oposición decimos sentirnos reconfortados y reforzados con el resultado, lo que me lleva a preguntarme si unos y otros estamos interpretando bien los resultados porque, sin duda, algo estaremos haciendo mal cuando crece la desconfianza y el desapego de los ciudadanos.

Desde la izquierda y, en particular, desde el partido socialista hemos de empeñarnos en recuperar el valor de la política y asumir la necesidad imperiosa de reformular nuestro proyecto político, por encima de la tendencia a encasillarnos en la endogamia de la cúpula partidaria.

Se dice que son la crisis y las siglas. Es una obviedad. Pero hay que preguntarse por qué, y qué hemos de hacer para recuperar la confianza mayoritaria de los ciudadanos, que nos demandan una hoja de ruta sustentada en la política que une y construye, que defienda el espacio de lo público y reivindique el interés general como guía de la acción política frente a las luchas partidistas. Que haga de la igualdad y de las reformas redistributivas la señal de identidad del proyecto socialista frente a la alternativa de la derecha y el poder y el dictado de los mercados.

Necesitamos una socialdemocracia de honda raíz galleguista dispuesta a repensar sus herramientas y su discurso, a comprometerse autónoma y plenamente con nuestro país, por encima del regate corto, la improvisación y la simple gestión del poder partidario. Ya llevamos algún tiempo perdido pero hay una generación que espera su momento y demanda su oportunidad, es hora de que la izquierda organizada escuche y se comporte con la coherencia y la responsabilidad que ha demostrado en muchas ocasiones.

Es tiempo de afrontar todas estas tareas aquí y allá, en España y en Galicia, abordando un profundo proceso renovador que nos permita ofrecer un horizonte y una propuesta alternativa a la derecha y a la actual manera de hacer política.

Emilio Pérez Touriño es expresidente de la Xunta

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