Más felices, más productivos
Los aspirantes a empresarios sueñan con ser los más ricos, lo cual no es novedad, pero encima solo quieren trabajar con gente feliz y crear happy companies o compañías felices. Hasta hace unos años, en el ambiente empresarial se hablaba de las satisfacciones. Hoy se discute de la necesidad de contratar a un nuevo directivo en la empresa, el CEO de la felicidad. Esto quizá explique el éxito de cursos como el Designing happiness (diseñando la felicidad) de la Graduate Business School de la Universidad de Stanford. Completo año tras año, para conseguir una de sus 80 plazas hay que convencer, vía e-mail, a Jennifer Aaker, profesora y gurú del asunto, de que realmente se tiene la determinación de ser feliz.
En el campus de Palo Alto (California), las clases de Aaker no son sino la enseñanza de una receta que empresas como Pixar, Google o Apple han cocinado con éxito: para comerse el mercado se necesita gente apasionada, que disfrute de su trabajo y se convierta en experta en lo suyo, y que se sienta a gusto y segura como para hacer preguntas "estúpidas" o "disruptivas del statu quo", que son las únicas que permiten crear algo nuevo. Los entrecomillados pertenecen a Warren Berger, columnista de la revista Wired y autor del libro Glimmer: How design can transform your life, and maybe even the world (Glimmer: Cómo el diseño puede transformar tu vida, e incluso el mundo).
Si hasta hace poco tiempo se había pensado que la felicidad era una opción en el éxito empresarial, ahora se ha convertido en necesaria. No es raro que muchas empresas copien lo más fácil de reproducir de las happy companies: el futbolín, la mesa de pimpón o la comida gratis. Pero el concepto va mucho más allá. Al inicio del curso del que Aaker es profesora, esta -que ha trabajado con Adobe, AOL y Facebook para calcular cómo la felicidad incrementa la productividad- propone un ejercicio a su elitista clase. Durante un mes hay que tomar una foto del momento perfecto del día. El objetivo es completar un registro de imágenes llamado Esto me hace feliz, donde cada empresario-alumno debe cuantificar su placer en una escala de 0 a 10. Hay de todo, desde jarras de cerveza hasta un coche de lujo, y también ropa limpia recién sacada de la lavadora.
"El objetivo es que comprueben que la anticipación de una experiencia placentera puede aportar el mismo estado de felicidad que aprobar un examen, y que dicha felicidad cambia con la edad. Los jóvenes son más felices cuando están revolucionados, y la gente mayor, cuando se siente en paz y tranquila", explica Aaker, que cree que el líder de una happy company debe ser un tipo feliz la mayor parte de su tiempo.
Alguien como Alexander Kjerulf, que desde su blog (http://positivesharing.com/) responde a cientos de preguntas de sus seguidores para sobrevivir en la jungla laboral. Kjerulf, también autor del best seller La hora feliz es de 9 a 5, explica que casi todas las compañías dicen que quieren empleados "motivados, poderosos y felices", pero muy pocas hacen algo por conseguirlo. Según su experiencia, las empresas que realmente crean un caldo de cultivo para la felicidad mantienen corta la distancia entre directivos y empleados, consiguen un balance razonable entre individualismo y colectivismo, favorecen una cultura laboral "femenina", en la cual la gente se cuida más entre sí, y generan un bajo nivel de incertidumbre que permite a los empleados apostar por opciones novedosas y arriesgadas.
Cierto es que algunos trabajos favorecen más que otros el estado de bienestar, como aquellos "que retan a la persona sin derrotarla, tienen metas muy claras, una compensación inequívoca, y permiten a las personas conservar cierta capacidad de control", según explica el psicólogo croata Mihaly Csikszentmihalyi, autor del libro Fluir, una psicología de la felicidad.
Otros expertos, entre ellos Kjerulf, hablan de un modelo de tres niveles para crear una empresa feliz. Montar el futbolín, la mesa de pimpón y servir café y comida gratis pertenecerían al nivel de estímulos. Un buen ambiente de trabajo, un salario justo y unas garantías laborales básicas, al nivel de seguridad. Estos dos pasos son los más fáciles, pues consisten básicamente en invertir dinero en ello. Pero aún quedaría un nivel intermedio, llamado de elección, más difícil de manipular. En el trabajo como en la vida, la gente tiene que decidir ser feliz, nadie les puede obligar.
Hace poco más de un año, la edición online de The Times publicaba en su sección de clasificados este anuncio: "Se busca directivo que traiga felicidad. Es un requerimiento para el puesto creer que la gente puede ser motivada por algo que no sea dinero". El puesto era de director de la felicidad con un salario de 80.000 libras al año para trabajar en un proyecto, el Movimiento de la Felicidad, del Center for Economic Performance de la London School of Economics. Una figura que ahora comienza a emerger en muchas empresas. La mayoría de los que se dedican a ello resume su trabajo así: "Conseguir más suaves las relaciones con los clientes, evitar desacuerdos desagradables y coordinar el trabajo del equipo de manera que no haya agendas sobrecargadas". Otros se definen a sí mismos como una especie de "director de las quejas".
Muchas empresas de Internet contratan un director de la felicidad del usuario, encargado de amortiguar los errores del servicio y asegurar que la experiencia del cliente sea casi placentera. Dan Russell, que hace ese trabajo en Google, aseguró en una conferencia que la felicidad se relaciona con la velocidad con que cada persona es capaz de hacer una búsqueda básica en Internet. Su preocupación aquel día era que, a pesar de todos los éxitos de Google, todavía era difícil encontrar algunos datos concretos, por ejemplo la población de Japón en 1490. Esperemos que a estas alturas ya lo hayan solucionado. Por la felicidad de todos.
LAS REGLAS
... han cambiado. Las máximas de la economía industrial que disponían que a más horas de trabajo terminado, más productividad, ya no funcionan, según Alexander Kjerulf, del blog Positive Sharing. Según este experto, las nuevas reglas dicen que la productividad cambia cada día y que es imposible predecir cuándo se va a conseguir un logro que ahorre cinco días de trabajo, cuándo se va a trabajar doce horas seguidas o cuándo va a llegar el día de vagar por Internet buscando inútilmente la inspiración. Esas horas basura son también útiles porque en algún lugar y a nivel inconsciente la mente está buscando una solución que aparecerá sin previo aviso en uno de esos días considerados brillantes. En el nuevo escenario desaparece la relación entre horas trabajadas y resultados. Y la presión deja de ser eficaz. A menos presión, más relax y más espacio para la creación.
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