Las otras obras de Palacios
Un arquitecto, vecino del inmueble, restaura una construcción realizada por el autor del edificio de Correos
Mientras un ejército de obreros reformaba el Palacio de Comunicaciones como nueva sede del Ayuntamiento (seis años de obras y 124,5 millones de euros), otro edificio de Antonio Palacios se atusaba silenciosamente los años en Madrid. En una diminuta calle del barrio de Salamanca se levanta desde 1906 un edificio de viviendas del arquitecto, autor también del Círculo de Bellas Artes. "Es una de las primeras obras de Palacios, perfectamente conservada, y quizás de las más interesantes por su línea innovadora", dice de ella la guía editada por el Colegio de Arquitectos. En lo de "perfectamente conservada" tiene mucho que ver uno de sus vecinos, el arquitecto Jaime Tarruell, que desde hace 15 años se ocupa de restaurar con mimo el inmueble histórico en el que nació.
"No hay obra grande o pequeña, sino bien o mal hecha; lo más humilde se puede hacer de forma impecable", dice. En su carrera hay obras como la reforma y ampliación del Casón del Buen Retiro, pero cuando fue invitado a dar una charla en el máster de restauración de la Escuela de Arquitectura prefirió hablar sobre los arreglos en su casa. "Quería enseñarles una obra que puede caerles a ellos", explica el arquitecto. "Reparaciones en fincas que tienen que pasar la Inspección Técnica de Edificios (ITE) hay cientos... Para que les pidan el plan director de la catedral de Toledo a saber cuánto tienen que esperar".
La ITE de una casa de Palacios no es un trámite cualquiera. Esta finca burguesa fue un encargo de Tomás Rodríguez, empresario leonés fundador de Mantequerías Rodríguez (cuyos descendientes todavía son vecinos) y está protegida por su valor artístico e histórico. "Requiere intervenciones quirúrgicas, de relojero", dice Tarruell. "Palacios pensaba las cosas de manera exquisita, en detalles como los tiradores o la estética de las puertas ves su genio, hay adornos hasta en las bajantes". Una de las dificultades de la restauración es encontrar artesanos que pulan o sustituyan herrajes, rehabiliten carpinterías y trabajen el revoco. Otra es quitar años de chapuzas y capas de pintura. Para devolver su aspecto al lujoso portal (que incluye una entrada circular para carruajes, una escalera doble y una escultura) hubo que decaparlo con vapor. Para eliminar "las 28 capas de pintura" de la magnífica cancela de forja usó una pistola de arena.
Conservar el ascensor fue una batalla con Industria. "A veces, las normativas de seguridad van en contra del patrimonio", dice el arquitecto, que tardó tres años en conseguir que el ascensor de Palacios no fuese encerrado en una "malla de gallinero" que rompería la visión del hueco de la escalera helicoidal. El viaje es un paso atrás en el tiempo: el elevador conserva su asiento de cuero y su botonera original. Los avances tecnológicos han permitido que además de subir (lo único que hacía originalmente) también baje.
En la cubierta Tarruell echó mano del ingenio para llevar a cabo una reforma total, pero lo menos intrusiva posible. La azotea a la catalana, la típica de la época, roja y abombada, tenía goteras y las vigas de hierro "estaban hechas hojaldre". ¿Cómo sacar 33 contenedores de escombros desde el tejado sin molestar ni a los vecinos ni al edificio? Imposible colocar una trompa por la que tirar material, pues llenaría de ruido y polvo el inmueble. Por ello ingenió un andamio en forma de T que accedía desde el patio hasta el tejado. Dentro había un montacargas que soportaba 600 kilos de peso. Para no estropear las paredes del patio ni la balaustrada recién restaurada de la azotea, el armatoste era autoportante, se sujetaba solo. "Una virguería", dice el arquitecto, "hasta en eso se puede ser fino". La nueva cubierta invertida desmontable ahorra energía y aloja en un rincón los aparatos de aire acondicionado antes diseminados por ventanas y balcones. Los únicos estropicios del patio son las manchas que dejan las palomas, aunque también para eso Tarruell ha encontrado una solución: dos enormes búhos de plástico que las ahuyentan.
Ser arte y parte, vecino y arquitecto, es un trabajo de "cabezonería y diplomacia", pero gracias a que es su casa Tarruell considera que las reformas se han hecho "como tenían que hacerse", con mimo y respeto. "Incluso en edificios patrimoniales como este encuentras reformas chapuceras", dice el arquitecto. El Madrid señorial no solo está construido con edificios institucionales, sino, sobre todo, con fincas de pisos, muchas de ellas obras humildes de los grandes arquitectos. En esta misma calle diminuta del barrio de Salamanca hay tres inmuebles firmados por Antonio Palacios. En uno de ellos vivió Ortega y Gasset; en el otro, Francisco Franco.
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