Dúo de narices para acertar el Dom Pérignon
Un concurso de cata reúne a 240 participantes en el Casino de Madrid
Que uno opina una cosa y el otro, otra. Es lo que tienen los concursos por parejas. Pero hay que ponerse de acuerdo. Y es ahí donde está la gracia. "Se producen discrepancias, claro. Uno de nosotros creía que era de 2007 y el otro pensaba que de 2004", susurra Jesús Barquín mientras el jurado desvela desde la tarima qué siete vinos han estado catando los 240 participantes del Premio Vila Viniteca de cata por parejas. Atención al nivel de la controversia: "Era improbable que fuera de 2006 o de 2005 porque era un vino cálido", continúa argumentando Barquín, que no se arredra frente a la expresión de supina ignorancia de su interlocutora. Este hombre, profesor titular de Derecho Penal de la Universidad de Granada, es capaz de identificar zona de origen, variedades de uva, añada y hasta la marca de un vino. Por eso ganó la edición del año pasado, celebrada en Barcelona.
"El truco está en ubicarlo: región, uva...", explica uno de los ganadores
"Queremos desacralizar el vino", dice Quim Vila, el organizador
Ayer, sin embargo, no fue su día. Mientras el jurado iba destapando las botellas de Dom Pérignon, de Albariño, de Riesling... Barquín miraba a su compañero de cata, Víctor Franco, economista, y meneaba la cabeza. Al tercero ya sabían que esta vez ni siquiera iban a estar entre las 10 parejas finalistas. "Cada año aumenta el nivel de los concursantes", constataba. Entre los 20 con mejor nota, solo una mujer y muchos sumilleres profesionales. La pareja ganadora, José Luis Alonso, distribuidor, y Ángel Layos, sumiller en paro, fue la que consiguió más puntos pese a no clavar ningún vino. "El truco está en ubicarlo: región, uva...", explicaba Layos minutos después de ganar.
El concurso, peculiar por hacerse por parejas, consistió en catar siete vinos: dos blancos, tres tintos y dos especiales (cavas, champagnes, jereces, oportos, etcétera). Adivinar el país, un punto; la zona de origen, un punto; la denominación, dos puntos; las variedades de uva, tres puntos; la añada, tres puntos; el elaborador, tres puntos; la marca; tres puntos. Si hay empate, el jurado valora el comentario de cata.
Fase final. Uno de los concursantes hunde la nariz en la copa. Aspira largamente. Levanta la cabeza. Mira su contenido, lo agita y vuelve a olerlo. Se queda pensando, como ensimismado. Finalmente, le da un buen trago y hace circular el líquido por toda la cavidad bucal, cual colutorio. Vuelve a parecer abstraído, pese a que una cámara de televisión le está grabando a menos de un metro. Con parsimonia, toma el bolígrafo y finalmente garabatea unas líneas en la hoja. Siguiente vino. Hasta hora y media tienen los concursantes para decidir qué contienen esas siete copas anónimas que unos camareros trajeados les van sirviendo con diligencia en el majestuoso Casino de Madrid.
Muchos asistentes se definen como simples aficionados, pero sus profesiones les delatan: enólogos, distribuidores, bodegueros... Los auténticos profesionales, aseguran, son los sumilleres. Ellos sí están acostumbrados a catar vinos, y son los que previsiblemente pueden hacerse con los 15.000 euros del premio. "En mi trabajo no tengo acceso al producto final", se excusa Consuelo Albarrán, enóloga que trabaja en una tonelería de Aranda de Duero y que forma parte de una de las pocas parejas de mujeres del concurso. El matrimonio formado por Carme Casacuberta y Antoni Pena asegura no tener la más mínima esperanza de ganar. "Hemos venido a pasarlo bien", dicen a dúo. "Para los aficionados, el concurso es una oportunidad fantástica; haces la cata del año en un día", afirma Casacuberta, química, enóloga y propietaria de una pequeña bodega (Vinyes d'Olivardots) en el Alt Empordà. Por los 100 euros por pareja que cuesta la inscripción, se catan los siete vinos del concurso, pero también los que presentan con degustación libre más de 30 bodegas. Vila Viniteca ofrece también un bufé de quesos escogidos por esta casi centenaria tienda de productos gourmet y vinos del barrio del Born, en Barcelona, que a la vez es distribuidora de caldos para muchos restauradores madrileños y del resto de España.
El premio, que ya suma cuatro ediciones, va ganando participantes año a año, que llegan de toda España, Francia e Inglaterra. Cualquiera puede apuntarse. "Queremos que participe todo el mundo. Hay que desacralizar el vino; para tomarlo no es necesario hacer ningún máster", afirma Quim Vila, propietario de Vila Viniteca, fundada por su abuelo en 1932. El concurso pretende promocionar la cultura del vino, según su promotor. "Somos uno de los mayores productores de vino de Europa, pero resulta que bebemos menos vino que cualquier otro país", se lamenta. ¿Será porque es una afición cara? "Hay vinos muy buenos por tres o cuatro euros", replica Vila. "Ir al cine cuesta más".
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