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Columna
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Torrente 'cañí'

El Gobierno vasco ha aprobado las ayudas a la exhibición de cine vasco en los pocos cines que aún quedan. El cine español sigue produciendo películas que, según un exhibidor, "no caben en la programación de nuestros locales". Conclusión: en España hay más creatividad que industria, más osadía que medios, más apoyos que respuestas, más películas que público. ¿Bueno o malo? Según... Si empezamos por el final nos encontramos que el público español adora el cine americano y al becerro de oro en el que Santiago Segura ha convertido al execrable Torrente. Reconozco que con su primera entrega, la del brazo tonto de la ley, me desternillé un buen rato. Solo el arranque de la película valía por toda ella y suponía un fresco magnífico del rey de las alcantarillas que se anunciaba con Torrente. La segunda entrega, se suponía que una secuela, me hizo gracia, pero ya no me desternillé, aunque reconozco la agudeza de Segura para que los chistes fáciles parezcan ingeniosos. La tercera, que vi recientemente en televisión, me hizo reír tanto como Gritos y susurros, de Ingmar Bergman. Y decidí que mi relación con Torrente se había terminado.

Santiago Segura no es Woody Allen y su ingenio, por tanto, es muy limitado. Tanto, que para su nueva entrega, que ha pulverizado todos los récords en taquilla, ha prescindido de los grandes actores en los que se había apoyado (Javier Cámara, Gabino Diego) para sustituirlos por otros más acordes a la ocasión como Paquirrín y Belén Esteban. La deriva anuncia un naufragio de oro.

Pero el público de esta España cada vez más banal, más superficial, más casposa ha elegido a Torrente como su Belén Esteban en masculino y lo que nació, presuntamente, como una sátira se ha convertido en un modelo arrastrando de paso al cine a buscar torrentes y niñat

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