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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Integrismo paquistaní

El fanatismo islamista recurre al asesinato político para dictar su agenda a un vacilante Gobierno

La efervescencia árabe en el norte de África y Oriente Próximo ha extendido una cortina de humo sobre Pakistán, un país peligrosamente inestable donde esta semana ha sido asesinado por los talibanes locales el ministro de Minorías, un católico de 42 años y el único cristiano del Gobierno. Su delito, pretender reformar la draconiana ley sobre blasfemia que castiga con la muerte el insulto al islam o a Mahoma y a cuyo amparo se persigue a las minorías religiosas en una nación de 180 millones donde los no musulmanes apenas representan el 3%. Dos meses atrás, por el mismo motivo, fue asesinado por uno de sus guardaespaldas el gobernador de Punjab, el Estado más poblado e influyente de Pakistán.

De nada ha servido que el primer ministro Zardari renegara por miedo a los extremistas de sus promesas previas de reformar la ley. El fanatismo islamista consigue en Pakistán dictar la agenda de un vacilante Gobierno que, para mayor escarnio, se apoya en un partido teóricamente laico. Una debilidad, la de Zardari, agudizada por la crisis económica, que ha multiplicado el desempleo y añadido frustración a millones de jóvenes sin horizonte. Sucesivos Gobiernos -militares y civiles, siempre corruptos y nunca democráticos- han sido incapaces de ofrecer a los paquistaníes educación, sanidad o servicios básicos dignos de tal nombre, pese a la masiva ayuda exterior recibida.

Occidente mira cada vez con mayor aprensión a un Estado tambaleante, de brutales desigualdades económicas, con un creciente arsenal nuclear y asediado por una masiva y sangrienta insurgencia islamista. Del otro lado de la trinchera, Pakistán, siempre en el foco de Al Qaeda por sus condiciones internas y su situación geográfica, es hoy más que nunca de especial relevancia para el integrismo, que asiste impotente a la ausencia de los suyos en la génesis de las revueltas populares árabes.

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Para Washington especialmente, que mantiene un pulso con el Gobierno aliado de Islamabad por la detención de uno de sus agentes de la CIA, acusado de homicidio, la situación se hace progresivamente crítica. Si los acontecimientos en el mundo árabe han forzado a Barack Obama a improvisar una nueva doctrina para una región considerada inamovible bajo el yugo de sus déspotas, la deriva de Pakistán puede acabar deshaciendo el tablero de su política exterior en una zona crucial del mundo.

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