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Columna
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El 'pasadizo'

En el barrio le llamaban el pasadizo, al lujoso túnel que se abrió entre las calles de Fuencarral y la Corredera Alta de San Pablo en 1958 comunicando dos zonas del centro de Madrid muy bien diferenciadas. El pasaje, galería, contaba con recodos, rotondas y una esmerada decoración de interiores con guiños a una emergente modernidad urbana. De un lado quedaban las calles estrechas de Malasaña, las galdosianas correderas con sus colmados, ultramarinos y comercios de alimentación, del otro, la calle de Fuencarral, una de las arterias comerciales más acreditadas de la ciudad. Pasaje entre dos mundos que las vecinas de Maravillas, lo de Malasaña vendría luego, recorrían para acceder al nuevo mercado de Barceló tras la demolición del popular mercado de San Ildefonso que rompió el equilibrio del barrio, punta de lanza de una ofensiva que pretendía desalojar a los tenderos de antes y erradicar a los antiguos vecinos de una zona especialmente deseable para los especuladores inmobiliarios.

El pasaje entre la Corredera Alta de San Pablo y Fuencarral es ahora un agujero negro

Tras el fracaso de La Gran Vía Diagonal, demencial proyecto urbanístico que en la posguerra pretendía abolir a golpe de piqueta y especulación buena parte del castizo cogollo madrileño situado al norte de la Gran Vía original, los depredadores amparados por el Ayuntamiento de la urbe y otras instituciones predemocráticas no cesaron en sus malvadas prácticas. La caída del mercado de la plaza de San Ildefonso y el traslado de la universidad de la calle de San Bernardo privaban al barrio de sus principales fuentes de ingresos y de suministros en una táctica de cerco casi militar, infame asedio que dirigía el infausto alcalde Carlos Arias Navarro en su brillante carrera por escalar los puestos más altos del escalafón franquista, carrera que culminaría, a título póstumo, como heredero imposible del minúsculo y superlativo dictador.

El plan no acabó de funcionar, el barrio resultó herido de gravedad pero no murió en el intento, muchos de los comercios y de los puestos callejeros de las Correderas y de la calle del Espíritu Santo siguieron en su sitio y el pasaje comercial de Fuencarral se incorporó al itinerario, como una proyección de lujo hacia los emporios de Fuencarral. En la nueva galería abrían sus puertas una sastrería, de confección y a la medida, una tienda de bolsos y artículos de piel, un estanco, una óptica, una peluquería, una agencia de publicidad especializada en anuncios por palabras, una cafetería y una joyería que fue la última en llegar y hoy es la última superviviente del arrumbado pasadizo que vivió sus mejores momentos en los años sesenta cuando los ecos festivos del bullicioso Hogar Canario animaban el entorno incluso en las tardes de los ociosos domingos cuando se celebraban sus famosos bailes en los que, según la leyenda urbana (una leyenda cuya veracidad pude probar personalmente) se daban cita las chicas más guapas residentes en Madrid.

Hoy el pasaje se ha convertido por fin en oscuro pasadizo, lóbrego y decadente agujero negro por el que transitan sombras apresuradas y huidizas que pasan entre los restos del naufragio deseando salir cuanto antes al aire libre, que no puro, de la calle de Fuencarral. La galería cobijada por un edificio de seis plantas semiabandonado es propiedad de la Tesorería de la Seguridad Social, que aún conserva en ella algunas dependencias oficinescas. Derrocha la Tesorería su (nuestro) patrimonio con esta ruinosa inversión que contrasta, por ejemplo, con la resurrección de la calle del Espíritu Santo, vivero de nuevos negocios de moda y restauración, tomada por jóvenes comerciantes y nuevos vecinos, con sus wifis y sus sushis y refugio de antiguos comercios, bares y cafeterías adaptados a los nuevos gustos y necesidades de la población recién llegada. Tanta vivacidad desemboca en este lóbrego pasaje, pionero de la modernidad de los años sesenta y testigo de la desidia e incompetencia de sus propietarios y mentores y del Ayuntamiento de la Villa, lacras que han conducido al lamentable estado de una reliquia cuyo culto podría resucitar con la décima parte de la iniciativa que derrochan del otro lado de la calle los vecinos de las maravillas y las malasañas que resisten a todos los embates y luchan contra los que tendrían que ser sus mejores valedores y protectores.

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