Expediente X en Cuenca
Misteriosos cráteres, árboles inmortales y lagunas encantadas que cambian de color en la Serranía Baja conquense. Una ruta por fenómenos geológicos y leyendas populares
En las ciudades estamos acostumbrados a los socavones y ya nadie pestañea cuando una tuneladora emerge en medio de una plaza como un gusano gigante de Dune, pero en el campo los hoyos se crean a un ritmo infinitamente más lento, el geológico, así que no podemos ni imaginar el susto que se llevó el 15 de marzo de 1927 un vecino de La Frontera, en la raya entre la Alcarria y la Serranía de Cuenca, cuando vio cómo la tierra se tragaba de sopetón su viñedo, dejando en su lugar un agujero de 150 metros de profundidad y 50 de diámetro. Aquel súbito abismo no lo había provocado una erupción volcánica, ni un meteorito, ni ninguna fuerza diabólica, porque todas esas cosas humean y huelen a chamusquina. Como observó días después el ingeniero jefe de Obras Públicas de Cuenca, Eduardo Elío, la disolución de la roca caliza, por efecto de las aguas subterráneas, había ido minando el terreno hasta provocar su repentino hundimiento. Pero aquella sima, con ser muy espectacular e ilustrativa de los procesos erosivos en las zonas calcáreas, no daba uvas y acabó convertida en una escombrera.
Guía Cómo ir
» Las torcas de los Palancares están a 22 kilómetros de Cuenca yendo por la carretera de Teruel (N-420) y tomando el desvío señalizado a la altura de Mohorte.
Dormir y comer
» La Venta de los Montes (www.laventadelosmontes.com; 969 34 50 23). Cañada del Hoyo. Hospedería rural con 12 habitaciones con hidromasaje y restaurante de cocina casera. La doble cuesta entre 40 y 50 euros, y el menú de fin de semana, 10-12 euros.
» Los Palancares (www.lospalancares.com; 969 25 71 21). Fuentes. Hostal rural a 15 kilómetros de las torcas, con cocina a disposición de los huéspedes. Habitación doble, entre 40 y 70 euros, según temporada.
» Restaurante La Melgosa (www.restaurantelamelgosa.com; 969 25 80 38). La Melgosa. Restaurante especializado en carnes a la brasa, cordero y cochinillo al horno. Entre 35 y 50 euros por persona.
Información
» Turismo de Cuenca (www.turismocuenca.com; 969 23 21 19).
Las torcas de los Palancares
Mejor suerte corrieron las torcas de los Palancares, que están en la Serranía Baja, al este de la capital y a 12 kilómetros del pueblo más cercano, Mohorte, razón por la cual a nadie se le ha ocurrido nunca ir a tirar cascotes en ellas y se encuentran casi intactas, protegidas bajo la figura de monumento natural. Resultado de un proceso erosivo similar al que dio origen a la sima de La Frontera, las torcas de los Palancares son depresiones circulares a modo de cráteres, con los bordes sumamente escarpados, en alguna de las cuales cabría holgadamente la plaza de toros de Las Ventas. Hay una treintena. La más profunda roza los 100 metros, y la más ancha, los 700.
Tienen nombres que aluden a ignotos tíos, quizá pastores o leñadores que las frecuentaron en su día -la del Tío Agustín, la del Tío Demetrio, la del Tío Joaquín...-, o a sus características: la Honda, la Larga, la Llanilla, las Mellizas... Y se hallan tan pobladas de encinas, quejigos y pinos laricios que cuesta verlas hasta estar a un paso del despeñadero.
Desde el aparcamiento habilitado en las inmediaciones de las torcas, dos senderos señalizados con letreros permiten acercarse a una docena de ellas sin incurrir en extravío. Existe un recorrido corto, de 30 minutos, y otro largo, de dos horas. Como mínimo, hay que arrimarse a la torca del Lobo, que queda a solo 10 minutos y es la más llamativa por su gran tamaño, por sus paredes cortadas a plomo y por la leyenda que explica su bautismo. Dice esta que, una noche de crudo invierno serrano, un cazador llamado Zacarías se libró de morir congelado gracias a un lobo al que previamente había herido, un lobo nada rencoroso que lo arrastró a su guarida, sita en el fondo de la torca de marras, y lo arropó con su pelaje, después de lo cual ambos se hicieron muy amigos y pasaron muchas tardes merendando de lo que Zaca traía, ¡qué menos!
Otra torca bonita y cómoda de ver es la de la Novia, que cae a 800 metros del aparcamiento, junto a la carretera. Es la más pequeña -menos de 70 metros de diámetro-, pero tiene una forma impecable, como dibujada con compás y perforada con sierra de corona, y una leyenda tremenda: la de una moza de Mohorte a la que su padre quería casar con un rico de Cañada del Hoyo; pero como ella suspiraba por otro, el día señalado, al pasar junto a la torca, se tiró de cabeza y, en vez de nupcias, hubo exequias.
Las lagunas de Cañada del Hoyo
La misma carretera por la que se viene desde Mohorte a las torcas de los Palancares conduce, en otros 12 kilómetros, a las lagunas de Cañada del Hoyo. Hay que ir despacito y con mucho ojo, atentos a las señales que indican el paradero de dos árboles singulares: un pino laricio de cuatro siglos de edad y seis poderosos brazos erectos que le han valido el gráfico nombre de Candelabro, y otro al que dicen Abuelo, cuyo troncazo de 500 años destaca en el bosque circundante como Pau Gasol en una guardería.
Las lagunas de Cañada del Hoyo no son unas lagunas cualquiera. En realidad, son también torcas, hondonadas circulares originadas por los caprichos de la erosión en la roca caliza. Mas, a diferencia de las otras, estas se han anegado al alcanzar en profundidad el manto freático. Y para más singularidad está el color de sus aguas, que son de todos los verdes imaginables -verde botella, esmeralda, cardenillo...-, incluso cambiantes, un fenómeno que se explica por la precipitación del carbonato cálcico en cierta época del año, la más calurosa, pero que al común de los mortales, sobre todo a los de letras, se nos antoja tan misterioso como la licuación de la sangre de san Pantaleón.
Cuatro de las siete lagunas caen dentro de una finca privada que solo se puede visitar los fines de semana, y no sin pasar antes por taquilla, pero las otras tres -en realidad, las más grandes y espectaculares- son de acceso libre. Impresiona, la que más, la Gitana, un redondel perfecto de 132 metros de diámetro, con orillas escalonadas como un anfiteatro y aguas profundas (25 metros) e hipnotizadoras. Aguas que, según la leyenda, adquirieron un extraño verdor, más blanquecino de lo habitual, el día que una Julieta gitana se arrojó a ellas para matar la llama de su amor, contrariado por rivalidades familiares; un prodigio que volvería a repetirse todos los años por las mismas calendas, a principios de agosto. Lo cual ocurre, como hemos visto, en la realidad.
El regreso, lo mejor es hacerlo por el pueblo de Cañada del Hoyo, que se halla al pie de la sierra, en la vega cerealista del Guadazaón, junto a un remozado y bien plantado castillo que, para compensar de tanta leyenda trágica, se llama del Buen Suceso.
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