Una versión no oficial
Hay libros en nuestras bibliotecas a los que intuimos ligados, por causas que se nos escapan, a nuestros raros momentos de buena fortuna. Es superstición, sin duda, y, además, resulta indemostrable que sean la fuente de nuestras breves alegrías a lo largo del tiempo, pero el hecho es que a esos libros los conservamos fieramente, por si acaso.
Entre los contados ejemplares de mi biblioteca que relaciono con el misterio de tan feliz alquimia, está Atti relativi alla morte di Raymond Roussel, breve ensayo que Leonardo Sciascia publicó en 1979 en la editorial Sellerio de Palermo. El libro casi inauguró un género anfibio -la investigación narrada de corte ensayístico- que se fue expandiendo a finales del siglo pasado en las letras europeas: textos en los que se potenciaba más la tendencia al arte de narrar el misterio que el hosco y corriente discurso que quiere tener explicaciones para todo.
La investigación de Sciascia se dedica a abrir todo tipo de puertas y a inaugurar sospechas
Ahora, tres décadas después, llega la traducción de Actas relativas a la muerte de Raymond Roussel (Gallo Nero editores; muy buena versión y epílogo del poeta Julio Reija). Tres décadas de tardanza parecen confirmar nuestro célebre retraso en todo, incluso en la feliz captación de la música de la fortuna que algunos sabemos que trae consigo ese libro. Pero bueno, el hecho es que Actas relativas ya está entre nosotros y, a pesar del tiempo transcurrido, mantiene entero el encanto de la genial inspección de las circunstancias que rodearon el suicidio de Raymond Roussel en la habitación 224 de su hotel de Palermo.
El libro surgió cuando por azar Leonardo Sciascia tuvo acceso -casi 40 años después de aquella muerte- a las actas oficiales del llamado caso Roussel y quedó sorprendido al ver que aquel suicidio en 1933 por sobredosis de barbitúricos (según el informe de la policía) se cerró con rapidez impresionante. Todas las actas llevaban la fecha del mismo día, lo que quería decir que los movimientos de la inspección policial no fueron más allá de una ociosa media jornada y que, para colmo, no hubo ni autopsia. ¿Por qué? La gobernanta que acompañaba a Roussel, por ejemplo, cayó en flagrantes contradicciones, pero eso no pareció inquietar a nadie. Otros hechos que rodearon el supuesto suicidio -tan mitificado, por cierto, por los admiradores del gran escritor francés- permiten pensar en otra versión de los hechos y replantearse si hubo tal muerte por mano propia. La investigación de Sciascia se dedica a abrir todo tipo de puertas y a inaugurar sospechas y a adentrarse en las brechas de la verdad oficial, creando un tipo de incertidumbre que demuestra cómo desde el género periodístico se puede uno enredar con libertad en el gran misterio del mundo y alcanzar cotas de alta literatura, bien alejadas de ese tipo de información que da tantas explicaciones a todo.
Releyendo el libro, he visto cómo se renovaba la alquimia feliz de sus páginas y cómo el tiempo transcurrido no impide que se mantenga a la perfección la belleza moral del estilo de Sciascia, capaz en tan pocas palabras de mostrarnos las abismales diferencias entre el discurso de la policía y nuestra asombrada verdad de lectores de otra realidad bien distinta y mucho más misteriosa, mucho menos corriente y oficial (menos de "informativos de televisión", por decirlo de alguna forma) y más poseída por la ancestral tendencia del arte de narrar a dejar abiertas las interpretaciones y crear un cierto hermetismo eterno.
"Casi nada de cuanto nos sucede hoy beneficia a la narración; casi todo es informativo", escribió Walter Benjamin en Pequeñas joyas. Y quizás la frase nos orienta acerca de las diferencias, también hoy en día, entre literatura y periodismo y sobre la grandeza del arte de narrar de Sciascia, que, al darle tanta sombra a lo documental, logra que el camino se vuelva emboscado para el lector, pero también elevado, y vaya originando versiones infinitas de la realidad, todas muy cerca de la literatura y de espaldas siempre a la gran ficción y patraña de la política.
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