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Entrevista:Hubert Haddad | LIBROS

'Sólo la novela puede restablecer la verdad'

Antonio Jiménez Barca

Hace treinta años, su hermano mayor se mató de un disparo de una escopeta de caza en una cabaña aislada en Israel. Había acudido allí para luchar por la paz y militó en movimientos pacifistas hasta que se sintió excluido y se pegó un tiro en la cabeza. Para explicarse su vida, su muerte, para intentar entenderle, Hubert Haddad, escritor francés de origen tunecino, de 64 años, ha escrito Palestina (Demipage, premio Renaudot de bolsillo en Francia en 2009), una novela exquisita sobre un asunto peligroso y resbaladizo para un narrador que no quiera caer en tópicos: la situación de Cisjordania. Hubert Haddad no es sospechoso de aprovecharse de temas con tirón: devoto de Borges, este novelista, poeta, dramaturgo y ensayista, se confiesa perteneciente a la estirpe de los novelistas fantásticos. Sin embargo, los personajes de esta novela caminan por las calles de una destruida Cisjordania trazada con la precisión realista de un buen reportaje. En Palestina, Cham, un soldado judío, es secuestrado por un comando terrorista en Hebrón. Tras perder la memoria y el carné de identidad, este soldado, de repente sin nombre y sin pasado, se refugia en la casa de dos mujeres: una, la madre, se llama Asmahane; la otra, la hija, se llama Falastin (Palestina), y simboliza, en su cuerpo débil y corajudo, esa tierra estragada.

"Falastin, como Antígona, dice 'no' a lo que es arbitrario y, a la vez, local. Apela a lo universal"
Haddad, un hombre de identidades múltiples (judío, bereber, árabe, francés, europeo...), ha sabido "proteger su alma"

Haddad, tímido, amable, de origen judío, con tendencia a mirar de reojo las religiones y los nacionalismos, vengan de donde vengan, afirma que necesitaba, sobre este asunto, escribir una novela y no un ensayo.

PREGUNTA. ¿Por qué?

RESPUESTA. Porque ensayos ya hay muchos. Y, por lo general, olvidan el lado humano de esta historia. A veces, se tiende mucho a la caricatura, al radicalismo, a una especie de violencia radical extremista. Yo quería mostrar ese lado íntimo de todo gran drama, con todas sus contradicciones. Y solo la novela puede explicar esa complejidad, esto es, solo la novela puede restablecer la verdad. Porque hay mucha información, pero siempre se ofrece desde un determinado punto de vista que reproduce caminos y deseos de guerra de exterminación.

P. La novela apela a un lenguaje poético, pero a situaciones concretas muy realistas.

R. Todo lo que cuento es real, excepto la historia de los protagonistas. Era necesario que el lector comprendiera la situación real de esa región. Por eso situé la acción en Hebrón, que es un poco un microcosmos de todo lo que pasa en Palestina. En Hebrón hay un parcelamiento de la ciudad, un Ejército que trata de controlarlo todo, la Tumba de los Patriarcas, que une las tres religiones, y están los colonos que han ocupado las tierras... La novela reproduce todo eso: el inconsciente de los personajes, pero también los distintos grupos políticos y las carreteras cortadas... Además, la novela no se cierra abruptamente, como un ensayo. Se tiende sobre el tiempo, respira. Y eso da esperanza...

P. ¿Hay esperanza?

R. A veces han comparado a la protagonista de la novela, Falastin, con Antígona. Por eso hay esperanza, porque, como Antígona, Falastin dice "no" a lo que es arbitrario y, a la vez, local. Apela a lo universal. Tanto el islam como el judaísmo son grandes religiones, desde el punto de vista estrictamente cultural, que no deben encerrarse en cuestiones de identidad. Reivindicar así la identidad es perder, porque al otro se le convierte en objeto.

P. ¿Por eso los dos protagonistas, el soldado judío Cham que pierde la memoria y Falastin, se encuentran en medio?

R. Son seres humanos que no se identifican con ninguna posición formada a partir de la identidad. Son una mezcla. Como yo, que soy descendiente de judíos bereberes. En 1966, mi hermano se fue a Jerusalén a vivir a un kibutz. Militó, como Falastin, en movimientos por la paz. Y fue rechazado por la sociedad. Por eso, y por problemas afectivos, se fue a vivir, herido, a una cabaña apartada, una cabaña que sale en el libro. En 1979, se suicidó. Michel, mi hermano, es un poco los dos personajes a la vez. Eso sí, hizo falta que pasaran años para que yo volviera a eso, a la muerte de mi hermano, para ver qué significaba.

P. En algún sitio ha dicho que trabajó mucho para este libro. ¿Se refiere a eso?

R. Sí. Y también a que para escribirlo tuve que huir de mis propios prejuicios, desembarazarme de los miedos y de los prejuicios de mis padres, gentes muy normales y sionistas. También tenía que pensar en mi hermano, que se sacrificó por todo eso.

P. Pero el episodio de la muerte de Michel (en la novela hermano del soldado) es marginal en la novela.

R. Pero es como el testigo de todo. Es como un diálogo de ultratumba, como si yo hubiera dialogado con mi hermano. Es una historia íntima y política. Yo quería hacer algo universal a partir de un hecho íntimo, creo que eso es la literatura. Ahora le toca al libro vivir su propia vida, que vuele libre, sin estar asociado al autor.

P. ¿Por qué la protagonista se llama Falastin?

R. No es por azar, claro. Es un símbolo de Palestina. Yo la veo así. Falastin es una chica joven, anoréxica y frágil. Palestina nació con Israel, antes no existía. Antes había tribus, tribus árabes mezcladas con tribus judías y cristianas, todo un territorio de gente que vivía allí, sometida paulatinamente a los varios imperios que se fueron sucediendo, pasando de una dominación a otra, sin cuestionarse su identidad... hasta que llegó Israel. Ahora, legítimamente, reclama un Estado...

P. El soldado judío pierde la memoria, se identifica con la gente que le acoge y acaba convirtiéndose casi en terrorista palestino. ¿Por qué?

R. La desgracia lo arrastra. Yo quería demostrar cómo los jóvenes pueden convertirse en terroristas: a fuerza de humillaciones, de ver morir a su gente, de ver heridos, de desesperanza. Entonces se fanatizan. Pero repito: la novela tiene un final abierto y, por tanto, abierto a la esperanza.

P. ¿En qué consiste esa esperanza? ¿Cuál es la solución política?

R. En dos Estados solidarios que trabajen juntos. Dos Gobiernos, pero solidarios.

P. ¿Y usted cree que eso es posible?

R. Sí. La historia es fuente de sorpresas. Y ya hay gente, intelectuales, artistas o escritores, en Israel y en Palestina, que piensan así.

P. ¿No es eso demasiado utópico?

R. Uno se adhiere a las utopías en situaciones desesperadas, cuando solo las utopías te pueden salvar. La democracia, en el fondo, hace siglos, era una utopía. Hay que trabajar por esa utopía.

P. ¿Y para cuándo ve usted esa utopía, esa paz?

R. Nadie lo puede prever: pero hay fenómenos que precipitan las cosas. Tal vez Obama despierte. O fíjese en lo de la flotilla: puede servir de conciencia en Israel, para que se dé cuenta de que no puede seguir así, hacia el suicidio colectivo.

"Quería mostrar ese lado íntimo de todo gran drama, con todas sus contradicciones. Y sólo la novela puede explicar esa complejidad", asegura Hubert Haddad, autor de <i>Palestina.</i>
"Quería mostrar ese lado íntimo de todo gran drama, con todas sus contradicciones. Y sólo la novela puede explicar esa complejidad", asegura Hubert Haddad, autor de Palestina.DANIEL MORDZINSKI

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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