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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Santa guerra

Vicente Molina Foix

El día en que nació Edmund Gosse su padre hizo la siguiente anotación en su diario: "E. ha dado a luz a un hijo. He recibido la golondrina verde de Jamaica". Para el autor del libro que reseñamos no se trata de un comentario desnaturalizado; el padre, Philip Gosse, ilustre biólogo, lo hacía todo escrupulosamente, y aquel día de 1849 "la golondrina llegó y el primer visitante fue inscrito primero". Hijo de un matrimonio radicalmente cristiano, en el que ambos cónyuges formaban parte destacada de la secta conocida como los Hermanos de Plymouth, Edmund creció separado del mundo, pues los Santos, como también se llamaban a sí mismos los seguidores de esa confesión, "vivían en una celda intelectual limitada en todas partes por las paredes de su casa, pero abierta por arriba a lo infinito de los cielos".

Padre e hijo

Edmund Gosse

Traducción de Luis de Terán

Belvedere. Madrid, 2009

244 páginas. 16,70 euros

Escrito en una amplia y hermosa lengua narrativa que la traducción histórica de Luis de Terán (originalmente publicada en la colección de La España Moderna patrocinada por Lázaro Galdiano) refleja muy bien, Padre e hijo es un clásico indiscutible de la literatura autobiográfica, en su especial apartado de ajustes de cuentas paterno-filiales. Fue admirado por escritores tan distintos como Gide, Stevenson o Kipling, y este último lo comparó a David Copperfield, diciéndole por carta al autor que su obra era más interesante que la novela de Dickens, "porque es verdad". También le gustó a Henry James, amigo asiduo de Gosse, si bien el novelista americano ponía en duda la veracidad de los hechos relatados, refiriéndose en cierta ocasión, no sabemos con cuánta dosis de ironía, a su "genio para la inexactitud".

Verídico o exagerado, Padre e hijo reconstruye con un vigor no exento de sutileza la educación agobiante que el niño Edmund sufrió por los preceptos de un padre que le impedía leer libros no devocionales, tener amigos e ir a la escuela, tratando de infundir en el carácter infantil una santidad modelada a su imagen. El relato de esa guerra larvada acaba, con un estupendo golpe de efecto novelesco, en el momento en que, destronado el dios patriarcal, el adolescente Edmund se emancipa del yugo de su ciega dedicación y abre la puerta de una libre conciencia; el lector, gracias a las páginas precedentes, también tendrá la plena libertad de imaginar el futuro del protagonista.

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