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El deterioro del mercado de trabajo
Columna
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El Noi del Sucre

Xavier Vidal-Folch

Le asesinaron en plena calle, en 1923, como a su colega el abogado Francesc Layret. Como ejecutaron a su maestro, el pedagogo anarquista Francesc Ferrer i Guàrdia y a su primo el presidente Lluís Companys. Entonces casi todo se jugaba a vida o muerte. También el sindicalismo. Salvador Seguí, el Noi del Sucre, el secretario general de la CNT y seguramente el más carismático sindicalista español del siglo XX, se la jugó siempre. Unas veces ganó, otras empató, y algunas perdió. Al final pagó con su piel.

¿Es lícito, y tiene interés, preguntarse qué habría hecho ese mito, tantos años después? Aplicar tres capacidades: la de auscultar el estado de su gente, la de medir la temperatura del país, la de milimetrar los pasos y el calendario.

El conato de huelga de funcionarios ha aventado varios hechos relevantes. El personal es consciente del dramático momento económico: muchos más que los habituales se negaron a la protesta aduciendo que no les convenía el correspondiente descuento en la nómina. Otros viven con los sindicatos una desafección similar a la que se registra en la política: les critican por ocuparse de sí mismos o de su clientela fiel, y no, por ejemplo, de los parados. Algunos consideran que una huelga es algo muy serio, y que solo debe emprenderse si es para ganarla, y tomaron buena nota de que los líderes reconocían de antemano que no serviría para desandar el decreto.

Las huelgas generales acarrean aún hoy una aureola heroica de presuntos efectos taumatúrgicos. En la tradición anarcosindicalista y luego en la comunista, balizaban la traca final de un sistema: así la de 1917, activada entre otros por Seguí, en pro de la jornada de ocho horas, de la que ya disfrutaban los funcionarios desde 1902.

Pero el mito del Noi del Sucre entre la clase trabajadora no surgió con aquel conflicto, sino de una desconvocatoria. La de la huelga de La Canadiense, que duraba desde el 21 de febrero de 1919 casi un mes, y que narró muy bien Huertas Clavería en una añeja biografía (Laia, 1974). El Gobierno había pactado bastantes concesiones, pero tuvo que excarcelarle, porque era el único capaz de arrastrar a los suyos.

Lo hizo el 19 de marzo, en la plaza de toros de Las Arenas, a voz en grito (la megafonía aún no se había inventado), ante 20.000 asistentes: "Pese a los sentimentalismos, pese a las generosidades, pese a las impetuosidades que aquí se manifiestan, mañana hay que volver al trabajo, como un solo hombre, porque esta huelga ya dura mucho y las huelgas que duran más de ocho días, fracasan". Al poco, el Gobierno Romanones cumplía en parte: decretaba la jornada de ocho horas en el sector privado. E incumplía en otra parte, al no liberar a todos los sindicalistas presos: nuevo conflicto.

2010 no es 1919; ni los asuntos en discusión coinciden; ni los sistemas políticos ni las sociedades se parecen en nada. Lo único trascendente de esta historia es el grandioso sentido del momento, del entorno y de la realidad acreditado por un pintor de brocha gorda apodado el Noi del Sucre.

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