_
_
_
_
_
AL CIERRE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bajo el volcán

Rafael Argullol

Además de ser el título de una de las mejores novelas del siglo pasado, escrita por Malcolm Lowry, Bajo el volcán podría ser la primera frase de una tragicomedia sobre nuestro presente. Me encuentro entre los miles de ciudadanos europeos afectados por las jugarretas del volcán. Eyjafjalla y, aunque en la adolescencia, como lector ferviente de Viaje al centro de la tierra, aprendí a reconocer la importancia de los volcanes, nunca había imaginado que un volcán precisamente islandés, como el del libro de Julio Verne, pondría en jaque a nuestra poderosa tecnología moderna. Contrariado y escéptico, como tantos otros, me he sumergido en el torbellino de retrasos y cancelaciones ¡Qué indignación perder una cita en pleno siglo XXI por culpa de la ceniza de un volcán de nombre impronunciable situado a miles de kilómetros!

Cada vez que la madre naturaleza nos juega una mala pasada nos sentimos injustamente tratados, lo cual, si bien no es un acto de inteligencia, demuestra hasta qué punto hemos caído en nuestra propia trampa al declarar domesticado el entorno que nos rodea. No es la única lección bajo la influencia del volcán. Estas últimas semanas, los náufragos del Eyjafjalla, atrapados en los aeropuertos mientras implorábamos el privilegio de poseer un billete de tren o un coche de alquiler, hemos tenido la ocasión de examinar muchos titulares de periódicos amontonados en las estanterías de los quioscos, y que coincidían en todo con el diario pacientemente leído durante las interminables horas de espera: la incertidumbre de Europa no se manifestaba sólo en los aires, con el tráfico colapsado, sino a ras de tierra, como un gigantesco puñetazo en el estómago. Malas noticias para nuestro bienestar ante las que sentíamos tanta incredulidad como la que experimentábamos frente a los paneles electrónicos en los que se dibujaba con insistencia la fatídica palabra cancelado.

Pero nuestra incredulidad tiene algo de teatral. Sabíamos de antemano que el volcán podía entrar en erupción en cualquier momento, y fingíamos lo contrario.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_